Acaba de celebrar su cumpleaños 80 y Lucía Camperos está de visita en Argentina, antes de volver a su misión en la República Democrática del Congo. En la década de 1970 fue directora del Colegio María Auxiliadora de San Juan y en los ochenta se fue a misionar a África. Lleva más de treinta años allá y espera poder darle a los jóvenes congoleses y a la misión hasta su última energía.
El tiempo podría haber vencido sus anhelos y energía. Sin embargo, a sus ochenta años recién cumplidos, la hermana Lucía Camperos sigue entusiasta, casi tanto como la primera vez que cruzó el Océano Atlántico hacia la aventura de misionar en África. Fue directora del Colegio María Auxiliadora de San Juan, pertenece a la congregación salesiana y lleva más de treinta años de misión en el lejano continente. Ahora Lucía está de visita en Argentina y a fines de febrero se embarca de nuevo hacia la República Democrática del Congo y la ciudad de Lubumbashi, donde trabaja especialmente con la población joven y los niños. En su paseo por el país regresó a lo que ella considera su lugar, San Juan, aunque su familia es oriunda de Salta y una parte importante está radicada en Córdoba. En diálogo con El Nuevo Diario, habló sobre su vocación, su misión en África, primero en Ruanda y luego en el Congo. Explicó cuáles son las dificultades, los problemas sociales y políticos del continente y su aporte para mejorar la situación de los jóvenes congoleños.
—¿Cómo descubrió su vocación a la vida religiosa?
—Uhh… esas son cosas de Dios. Desde que era muy pequeña el Señor me hizo comprender que me había creado para él. Mis padres eran muy cristianos, me educaron en la fe, como a todos mis hermanos. Pero yo desde chica me di cuenta que el Señor me quería para Él porque todo lo que se relacionaba con Él me hacía feliz. Hice hasta quinto grado en la escuela oficial y le pedí a mi mamá que me mandaran al Colegio María Auxiliadora, en la ciudad de Salta, porque quería ser hermana. Mis padres creyeron en lo que yo les dije, a pesar de que no tenía más de doce años.
—¿Cuándo estuvo en San Juan?
—Estuve en San Juan seis años como directora del Colegio María Auxiliadora, en los setenta.Me encariñé tanto que no puedo dejar de ir. No tengo familia de sangre, pero son todos tan queridos que es como si fuéramos de la misma familia. Me siento tan feliz en San Juan, es mi lugar.
—¿Cómo llegó a África?
—Llegué en el año 1983, cuando la madre general de ese momento se hizo eco de una propuesta de los salesianos. Ellos habían propuesto tomar África como objetivo de las misiones y la madre superiora nos hizo partícipes de este plan. Yo me ofrecí enseguida porque el asunto de misiones ya me trabajaba desde muy niña.
—¿Por qué quería ir a trabajar a África?
—Quería sumarme al proyecto porque la madre general nos hizo comprender que necesitaba muchas hermanas, el objetivo era poblar de casas salesianas el África. Es un proyecto que se está ejecutando hasta
ahora y con muy buen resultado. Porque hay muchísimos jóvenes. En África la población joven es la mayoría, sobre todo en el Congo. Hay un 60 —65 por ciento de jóvenes, terreno basto para salesianos y salesianas.
—¿Usted estaba dispuesta a cualquier cosa por su fe?
—Cuando uno ve con claridad su vocación ya no hay nada más que hacer que largarse detrás del Señor y dárselo todo, sin estar mirando para atrás y sin calcular. Yo estoy muy contenta de eso y lo sigo sin mirar atrás. Cuando vengo para acá es solo de visita.
—¿Qué miedos tenía cuando se fue por primera vez?
—Pues no tenía miedo, siempre pensé que emprendía una vida nueva y que no iba a estar sola, habría otras hermanas. Al contrario, me hizo siempre feliz el pensamiento de que podía dar mucho de mi vida y de mi juventud a África.
—¿Con qué se encontró en África cuando llegó?
—Con una realidad totalmente distinta de loque es Argentina, distinta en todo, me costó un poco habituarme, sobre todo a la comida. Nos enfrentamos con una cultura llena de costumbres diferentes, la manera de pensar y las creencias religiosas sobre todo. Pero en poco tiempo nos hicimos muy amigas de los jóvenes, que nos rodearon por todas partes, porque son muy simpáticos los chicos ruandeses.
—¿Dónde vivían con las otras tres hermanas con las que llegaron?
—Cuando fuimos a Ruanda nos asignaron como trabajo ocuparnos de los jóvenes en una parroquia que quedaba a 44 kilómetros de la capital (Kigali). Nos asignaron una casita chiquitita, hecha casi en la colina, a 900 metros sobre el nivel del mar, en Ruanda hay muchísimas colinas.
—¿Cuáles eran sus tareas en Ruanda?
—Nos ocupábamos de los jóvenes, porque los padres blancos son excelentes apóstoles, pero hacen evangelización general. Era necesario ocuparse de niños y jóvenes, reunirlos, hacerles charlas de formación.