Prácticamente de la nada, incursionando desde niño, con su voluntad de trabajo como único capital, Salvador González llegó a construir una de las cadenas de supermercado más grandes de San Juan. Hijo de Norma Martos y de José Toribio González, albañil, animó a su padre, y más tarde a sus hijos, para que crecieran y se destacaran como comerciantes.
De la muerte a la vida
El año 1944 trajo sentimientos encontrados para Norma Martos, así lo recuerda ella misma en su libro “Josefina y sus apuntes”. A principios de ese año, con el terremoto, la joven perdió a su única hermana, Violeta y también a su madre, Lucía Marcuzzi. A pesar de la tristeza por esa tragedia, a los pocos días de la catástrofe se casó con su novio, José Toribio González y, a fines de 1944, tuvo a su primer hijo, Salvador Santiago. En esa época la pequeña familia vivía en Albardón, José era albañil y Norma era maestra, aunque se dedicó a esa profesión siendo más grande.
Cuando Salvador tenía cuatro años, los González se mudaron al centro y se instalaron en una casa en calle Alem, entre Circunvalación y Falucho. Aparte del niño nacerían: Lucía “Lucy”, es maestra y se jubiló como directora de la Escuela Luis Jorge Fontana; María Cristina, que falleció siendo chica; Susana Beatriz “Betty”, docente y dueña de Un rincón de Nápoli; Aída Elisa “Yita”, profesora de Letras; José Eloy “Pepe”, empresario y dueño de Le Pont y Sara “Sarita”.
Un pequeño pero gran comerciante
Después de tener a sus hijos, Norma comenzó a trabajar como docente. Salvador, que era el mayor, junto a su hermana Lucy, se ocupaban de cuidar a los más chicos mientras su mamá no estaba. Desde pequeño, el primogénito de los González se acostumbró a asumir responsabilidades y con diez años empezó a incursionar en el comercio.
Cuando su papá llegaba de trabajar en las obras, Salvador tomaba su carretilla y salía a vender barras de hielo cortadas. Terminó la primaria, hizo un par de años de la secundaria, pero dejó porque quería trabajar. Tenía alrededor de trece años cuando se compró un triciclo, logró extender sus puntos de venta y llegaba hasta Albardón. Entre otras cosas, vendía hojas de laurel, vino y “pirulitos”, una golosina que el mismo preparaba con glucosa, azúcar tostado y utilizando como molde una madera con agujeritos que le había dado su papá. Aunque era chico, sabía que, para no perder su ganancia, no se podía comer ni uno solo de esos chupetines.
El amor que nació en un almacén
Salvador tenía diecisiete años cuando, en uno de sus recorridos, quedó asombrado por la belleza de una chica, Marta Rosa Olivieri. La vio por primera vez cuando dejaba mercadería en el almacén de una mujer que se llamaba Rosa, en Chimbas. Esta señora se dio cuenta de que el joven comerciante le había echado el ojo a su clienta. Le dio la dirección de la joven y hacia allá fue Salvador con su triciclo. La familia Olivieri era contratista en una finca y él llegó ahí con la excusa de comprar las verduras que vendía Luis Vicente Olivieri, el padre de Marta.
Así comenzó la historia de Salvador y Marta, que se casaron en 1966. Esa fue una época trascendental para él porque, además de casarse, le propuso a su padre que dejara la albañilería y se dedicaran juntos al comercio.
Un camino de ida
Desde que padre e hijo decidieron apostar por el comercio no dejaron de crecer. Comenzaron como mayoristas, en la venta de fiambres y compraron una estanciera para llevar la mercadería. La firma era “José González e hijo” y el primer local lo tuvieron en la Diagonal Don Bosco, en 1968. En 1974 lograron adquirir su primera sucursal, en calle Salta y, con esfuerzo, pasaron a trabajar como minoristas y a sumar otros productos: carnes y verduras. En poco más de dos décadas, Salvador y su padre, a quienes luego se sumó su hermano, José “Pepe”, llegaron a tener 18 sucursales de supermercados, la última fue en Caucete.
A la par del crecimiento de la empresa, también crecía la familia González Olivieri. Marta y Salvador tuvieron cuatro hijos: José Luis, Carlos Alberto, María Cristina y Salvador Gustavo.
En 1999, cerrando un ciclo, Salvador vendió la cadena de supermercados. De esa época, recordaba “jamás pensé que vendería, pero las empresas grandes se fusionaron y nosotros empezamos a ser un número. No le teníamos miedo a la competencia sino a las empresas proveedoras, que facturaban el 85 por ciento en tres cadenas, los demás quedábamos desubicados”.
Lejos de quedarse quieto, comenzó a buscar nuevos negocios y, junto a otros socios, creó la bodega Tierras del Huarpe. Además, compró una finca en Albardón, que lleva el nombre “Granja Rosal”, que es la conjunción de Rosa y Salvador. Allí la familia González desarrolla diversas actividades agropecuarias y tienen dos museos de antigüedades: Raíces del Rosal y Recuerdos del Rincón. A mediados de 2001, ya acompañado por sus hijos, Salvador alcanzó uno de los logros, y a la vez desafío, más importante: La representación de Toyota en San Juan.
La familia de Salvador y Marta
Marta, quien falleció en 2011, fue un pilar fundamental para Salvador, a lo largo de más de medio siglo de trabajo. Lejos de dedicarse a descansar él siguió buscando oportunidades y en 2015 volvió al amor de sus inicios como comerciante, en 2015 abrió una carnicería boutique que lleva su nombre. En esa época contaba, que era la misma clientela de la vieja cadena de supermercados la que le decía “González, ¿cuándo va a volver?”.
Al igual que Salvador, sus hijos trabajan vinculados al comercio.
» José Luis es el presidente de González González S.A., la firma que tiene la concesión de Toyota en la provincia.
» Carlos Alberto se recibió de médico pero no ejerce esa profesión y es comerciante. Tiene dos hijos: Franco y Facundo.
» María Cristina “Marita” es maestra jardinera, ella es la encargada de la “Granja Rosal” y es madre de Santiago y Lourdes Lucero.
» Gustavo es ganadero y es padre de Ana Laura y los mellizos: José Toribio y Delfina.
Publicado el Viernes 7 de julio de 2017 en La Pericana, en la edición 1775 de El Nuevo Diario