“Miquilo”: voz derivada del quechua “Miqui” (humedad) e “hillu” (amigo de).
Es un genio maligno cuyo mito se extendió en San Juan y La Rioja.
Se presenta corpóreamente con el busto y la cabeza de hombre, la otra parte de su cuerpo de perro, sus ojos son grandes, redondos y fosforecentes, sus manos son de niño pero con uñas como garfios y sus pies son patas de gallo. Posee una cola larga emplumada y el cuerpo con pelos.
Es huraño y sus formas físicas a veces cambian. Llama la atención su grito desolado que se oye en la noche, que más parece un lamento ahogado.
La huella de sus pisadas no es la corriente de los animales conocidos, al punto de haber confundido a los mejores rastreadores. En ocasiones han pensado en un gallo pero existen algunas diferencias, como señales de pelos que se marcan en el suelo. También se ha pensado en una liebre de patas emplumadas. Otras veces sus huellas tienen similitud con las de una criatura de poca edad. El que encuentra esas huellas prefiere pasarlas por alto pues el “Miquilo” puede estar acechando detrás de algún peñasco y es sabido que ataca a los humanos.
Se dice que es aficionado a dormir la siesta a la sombra de los árboles o en cuevas frescas por la humedad y que sus víctimas preferidas son los niños que rapta.
Extraído del libro “Leyendas y supersticiones sanjuaninas”, de Marcos de Estrada Editorial Tucuma, Argentina, 1985.
Ilustración de Miguel Camporro