No... No han sido los guerreros solamente,
de corazas y penachos y tisanas y estandartes,
los que hicieron la conquista
de las selvas y los Andes;
los caballos andaluces, cuyos nervios
tienen chispas de la raza voladora de los árabes,
estamparon sus gloriosas herraduras
en los secos pedregales,
en los húmedos pantanos.
en los ríos resonantes,
en las nieves silenciosas,
en las pampas, en las sierras, en los bosques y en los valles.
SANTOS CHOCANO
El caballo ha sido y es el gran compañero del hombre, la humanidad tendría otros carácteres sin la presencia diaria de tan extraordinario solípedo (un solo dedo o vaso único).
La historia del viejo mundo sería otra y la conquista y colonización de América se hubiera realizado con infinitas dificultades, demandando mucho más tiempo.
Los equinos brindan al hombre, desde tiempo inmemorial: imprescindible medio de transporte y además carne, leche, y cueros para su ropaje y vivienda. También, puede decirse, que el ser humano conoció la primera velocidad, extra corporal, por medio del caballo.
Durante siglos fue domesticado usándose simplemente, en pelo, pero, poco a poco se le fue vistiendo para comodidad de los que lo montaban. De esta vestidura, utilizada particularmente en San Juan, nos ocuparemos a continuación.
Los caballos no existían en América, fueron traídos por los conquistadores españoles.
En 1551 llegaron los primeros a San Juan, jineteados por don Francisco de Villagra, verdadero precursor de la conquista Cuyana.
En nuestra provincia se llama aperar al caballo, proveerlo de todos los elementos indispensables ya sea como cabalgadura o como animal de tiro.
Guillermo Alfredo Terrera en el libro “Folklore y Tradición” dice: “El medio físico influye de manera notable sobre los aperos y vestimentos; el frío y el calor, los montes espinudos, la falta de agua en ciertas zonas, los ríos y arroyos, las enormes distancias de una aldea a otra, los peligros que depara el desierto inhóspito, son elementos naturales que deben contemplar los hombres para adaptar sus tendencias psíquicas a las verdaderas necesidades del medio ambiente en que actúan.
Estas circunstancias han hecho que en nuestro vasto territorio nacional varíe, con frecuencia, el atalaje y vestimenta Le las cabalgaduras.
Nos acercamos especialmente, a los aperos sanjuaninos con frecuencia influenciados por el enjazamiento chileno y de otras zonas.
El principal elemento es la silla de montar sudamericana inspirada en la vieja silla española. Posteriormente se le llamó recado o casco compuesto por una armazón de madera abierta con cuero relleno con crin; este casco comenzó a usar en la provincia de Buenos Aires en 1870. La silla criolla se diferenció del llamado “lomillón fijo” consistente en un par de bastos unidos por los extremos. Luego se usaron los bastos independientes, vinculados por trencillas de cuero; se decía que adaptaban mejor al lomo del animal. En la zona cuyana se utilizaron los bastos de corsé hasta bien entrado el presente siglo; debajo de ellos se colocaban lonetas a modo de sudaderas.
El hombre de campo sanjuanino no usó los bastos, se inclinó siempre por el recado influenciado en su construcción, por los fabricantes vallistos y chilenos (río bueno).
Debajo de los recados se colocaban cueros generalmente de cordero esquilado llamados lomillos, usados con la lana para arriba; estas sudaderas se suplantaron por mantones de tejido grueso, una especie de croché que los mismos jinetes fabricaban con largas espinas de algarrobo, menejadas a modo de agujas; se usaron igualmente los peleros y mandiles; todas estas prendas constituyen el acolchonado de la cama gaucha.
Los mandiles y peleros se recubren con una prenda llamada carona o “matra de suela gruesa vistosamente repujadas.
El hombre de campo cuando tiende su cama en el suelo, coloca primero las sudaderas, luego los cojinillos o pellones que le sirven de colchón.
Los pellones son cueros de ovejas lanudas sobados que recubren el recado, suelen ser de color gris, blanco o marrón, estos últimos se llaman “pacos”, los hay también chilludos de cabras y avellonados.
Sobre los pellones se coloca una pieza que se llama sobre pellón o sobrepuesto que habitualmente es de cuero de carpincho, roedor anfibio que vive a orillas de los ríos, de un metro de largo, cuyo cuero es muy apreciado por su resistencia y suavidad. Un recado completo no se concibe sin un buen sobrepellón de carpincho.
Los cojinillos se ajustan con otra prenda que se llama peual forrado, una especie de ancha que aprieta los otros elementos; cuando el peual se ensancha en los extremos debidamente repujados, se dice que tiene asideras.
El recado o casco se afirma en el lomo del animal por medio de un cinchón que antiguamente solía ser una faja de cuero crudo, posteriormente comenzó a usarse las cinchas acordonadas o de trenzas que se utilizan hasta ahora. El cinchón y la sobrecincha del peual son las piezas maestras que ajustan el recado al cuerpo del animal dando firmeza al apero.
La montura sanjuanina no lleva perilla en la cabecera pues, el jinete sujeta la punta del lazo al cinchón y no de la perilla como lo hace el montador mejicano o el vaquero de Norteamérica.
En el cabezal del recado criollo suelen colocarse hebillas o simplemente tientos de donde se prenden los guardamontes, aditamentos de cuero crudo que defienden al jinete de las raspaduras en los bosques o montes e igualmente resguardan el encuentro del animal.
La parte trasera del recado suele terminar en una virola ancha plateada donde se afirman las alforjas especie de bolsones o árguenas en que el gaucho suele llevar comestibles y los enseres más necesarios, especialmente, para el mate.
En esta parte trasera el casco lleva, a la derecha, una argolla de donde se prende el lazo trenzado y enrollado con prolijidad, elementos indispensables para el jinete que trabaja con arreos.
En las zonas lluviosas son muy apreciadas las mangueras en desuso de los bomberos, que se detripan, según el decir criollo, para reparar el recado de los aguaceros.
Los estribos constituyen prendas muy importantes del apero, son dos elementos de metal o madera dura prendidos del casco mediante ‘arrioneras” o estriberas, ubicados uno a cada lado de la silla, sirven para montar al animal lo que se hace por la izquierda y para afirmarse cuando se trota o galopa. Por otra parte, son adornos que con el andar del tiempo han cambiado de forma y tamaño.
Cuando el jinete usó el caballo en pelo lógicamente no necesitó estribos, pero su empleo nos viene de muy antiguo, parece que se utilizaron en oriente siete siglos antes de la era cristiana; pueden ser ovales, redondos, triangulares, en forma de pera, etc., llegándose en algunas situaciones a fabricar estribos con espuelas anexas. En los lugares boscosos se usa el estribo “campana” consistente en una armazón acampanada que se forma con suela gruesa para resguardo de los pies, estos estribos suelen hacer juego con los guardamontes y caronas. En los museos y colecciones particulares, existen numerosos ejemplares de estribos; entre estas colecciones pueden citarse la inglesa W. H. Riggs.
En nuestro museo Agustín Gnecco, existe una colección sanjuanina de estribos bauleros, se llaman así porque cada uno de ellos tiene forma de baúl labrados en una sola pieza de madera. Cuando la punta de madera se “respinga’ y mira hacia arriba el estribo se llama “chancho”. Eran muy usados por los domadores porque ofrecen cierta seguridad para resguardo del pie en caso que el chúcaro se “bolee” o costalee.
La mujer criolla acostumbrada servir el último mate cuando el visitante montaba al caballo para partir, a ese mate se le llamaba el del estribo o sea el último; también era un acto de gran gentileza gaucha tener con la mano el estribo izquierdo cuando el visitante iba a subir al animal.
Son dos prendas distintas que tiene la misma finalidad. La primera consiste en un cuero armado que pasando por debajo del rabo del animal, sus extremos se prenden, tirantes, del casco, de este modo cuando el caballo camina cuesta abajo, se impide que el recado se corra hacia adelante.
La doble cincha consiste en una parte ajustada hacia adelante y otra hacia atrás del vientre de la cabalgadura, equilibrando las fuerzas para que el recado no se corra; también suele colocarse una pechera de doble lonja, que rodea el pecho del animal tomando el recado por los lados del cabezal lo que impide que la montura se corra hacia atrás.
La cabezada es una prenda trabajada con una suela gruesa que rodea la cabeza del animal prendiéndose del freno que lleva en la boca, de ella se desprende la frentera que impide que la cabezada se corra, además, la hociquera que da firmeza a la colocación del freno, y la gargantera que asegura la cabezada ajustándose a la garganta.
El freno, casi siempre de hierro, puede ser el criollo o de candado que al tirar la rienda hace abrir la boca al caballo; también existen frenos de argollas y el inglés o común; la guatana que puede ser de lana o cuero crudo, la primera se usa en los comienzos que el caballo se está domando hasta que “agarra el freno” de metal, sin machucarse la boca adquiriendo mañas. Se coloca bien atrás para impedir que el animal la tasque y termine por romperla. Los frenos tienen dos patas más o menos largas de donde se prenden las riendas, llevan igualmente barbadas o barbijos.
Auténticos elementos de conducir que pueden ser de suela o trenzados. Constituyen también un adorno que sostiene el jinete en sus manos. Suelen unirse en una argolla a la altura del recado o prolongarse desde ésta como una post rienda generalmente trenzada de algo más de un metro de largo que termina en una palmeta de cuero, permitiendo guasquear el animal a derecha e izquierda, los criollos llaman a esta pieza arreador que como ya hemos dicho es una prolongación de las riendas. Son una parte indispensable y vistosa del apero y como tales suelen adornarse con tejidos de cuero o virolas de metal.
Debajo de las cabezadas es costumbre colocar una prenda de sujeción, llamada fiador o bozal, está compuesto por una cabezada, una hociquera y una gargantilla que termina en una argolla de donde se prende el conocido cabestro que permite tener atado al animal una vez sacado o no el freno, puede decirse, que es simplemente una cabezada. Se trata de un elemento firme que permite tener bien amarrado el caballo al palenque o de cualquier otra agarradera.
Cuando el caballo es muy cabeceador suele colocársele un bajante que va desde el barbijo hasta la cincha, impidiendo que la cabalgadura levante intempestivamente la cabeza.
El jinete sanjuanino completa el apero con dos elementos que no están unidos al recado, se trata del rebenqüe y las espuelas que le sirven para azuzar al caballo. Las espuelas son siempre de metal y el rebenque de cuero con lonja y cabo; se llama talero cuando consta de un mango corto de madera forrado con cuero crudo y a veces con una cola de vacuno, del que se desprende una lengua de suela; el rebenque es más largo y se usa particularmente en la conducción de arrias.
Las herraduras son también elementos indispensables que visten el caballo, preservando el “vaso” y facilitando el andar.
El hombre de campo, según su pudiencia, suele enjaezar el caballo adornando el apero con diversos “chiches” que en el ambiente ecuestre reciben los siguientes nombres: bombas, medias bombas, pasaderas, cañas, medias cañas, virolas, hebillas, anillos, rosetas, bombillas, clavos de adorno, tachuelas doradas o plateadas, chapones, cadenillas, mallas, borlas, charol, esterillado, repujados, etc. (Ver Guillermo Alfredo Terrera en el libro citado).
Vestir debidamente un caballo de silla resulta muy oneroso, actualmente excede la cantidad de seiscientos mil australes.
Antiguamente la equitación o uso del caballo fue un menester casi exclusivo de los hombres. No obstante la mujer tuvo un recado con características especiales; la silla de montar femenina, posiblemente ideada por los ingleses, fue intensamente divulgada en Francia y Australia, extendiéndose su uso por todo el mundo hasta la primera mitad del presente siglo.
El recado femenino posee sólo un estribo del lado izquierdo y en el cabezal se hallan dos especies de cuernos en que la dama se afirma con la pierna derecha, estribando con el pie izquierdo; esta forma de montar hace que la amazona no tenga que volcar la pierna derecha, pero en cambio debe ser ayudada para subir a la cabalgadura o situarse en un lugar alto donde pueda hacerlos sin ayuda.
La silla femenina, salvo las diferencias indicadas, tiene todas las otras características del recado masculino.
Las damas desde hace casi cien años montan a horcajadas, como el hombre, es decir, con una pierna a cada lado del caballo. Este modo de montar hizo que las amazonas cambiaran su atuendo de equitación.
Cuando al caballo se lo emplea para tiro se usa una vestidura distinta de acuerdo a la función que desempeña, a estos elementos se les llama arneses.
* Fernando Mó: Abogado, escritor, historiador, el doctor Fernando Mó se destacó como un importante y polifacético hombre público. Esta nota forma parte de su libro Cosas de San Juan – Tomo
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