1872 - El asesinato del gobernador Videla, un crimen pasional

Valentín Videla había asumido como gobernador de San Juan en 1871. Tenía 53 años y ya había construido entonces una larga carrera política. Promediaba su gestión al frente de la provincia cuando el 13 de diciembre de 1872 fue encontrado asesinado en una vereda céntrica. Esta es la historia de ese crimen, escrita por Juan Carlos Bataller.

—¡Han matado al gobernador¡ ¡Han matado a Valentín Videla!
En la calurosa mañana del 13 de diciembre de 1872, la noticia corrió como reguero de pólvora.
Los primeros en llegar al lugar pudieron ver el cuerpo, tirado sobre la vereda y apoyado en la pared, casi en la esquina de las calles Ecuador (hoy Sarmiento) y Laprida.
No pudieron menos de horrorizarse.
—¡Le han destrozado la cabeza!
Efectivamente, la cabeza del mandatario estaba deshecha a golpes, efectuados sin duda por un objeto muy contudente.
Y para que la escena fuera aún más macabra, los asesinos habían dejado parte de la masa encefálica en el interior de la galera del mandatario, la que colocaron al lado del cadáver.

Los legisladores fueron convocados de inmediato.
Esa misma mañana del 13 se reunió la Legislatura y repudió el hecho.
Se dispuso el traslado de los restos a la Casa de Gobierno, para que se velasen durante toda la noche por una guardia de gran parada y que el entierro se realizara el día siguiente a las 8 de la mañana.
El paso siguiente fue analizar la situación provincial.
San Juan había quedado sin gobernador.
Tras un corto debate se nombró gobernador interino al jefe de Policía y amigo personal de Videla, don Benjamín Bates. Qué mejor que el jefe de Policía para investigar un caso que se presentaba difícil.

El muerto no era cualquier persona.
Era el gobernador de la provincia.
Pero además, un político de larga trayectoria.
Las reacciones por la muerte de Videla fueron inmediatas.
No era para menos.
Una maldición parecía haberse adueñado de San Juan: todos los gobernadores morían trágicamente.
Benavides, asesinado en su celda. Virasoro, asesinado en su casa. Aberastaín brutalmente muerto en La Rinconada.
Y ahora Videla.
En Buenos Aires, nadie quería oir hablar de San Juan.
Cada problema que se suscitaba en la provincia tenía gran repercusión en la política nacional.
¡Como no iba a tenerlo este nuevo asesinato¡.
Más aún siendo Domingo Faustino Sarmiento —hombre del mismo partido y amigo personal—
el presidente de la Nación.

Pero en este caso había algo extraño.
No aparecían claros los móviles políticos.
—Después de los asesinatos de Benavides y Virasoro, ningún político va a ser tan loco como para ordenar esta muerte-, se argumentó.
En San Juan, el clima era de tranquilidad, aunque el gobernador había tenido un fuerte encontronazo con el presidente Sarmiento a raíz que la provincia reclamó el pago de 500 mil pesos a la Nación por deudas contraidas durante la guerra de la independencia.
—La República Argentina no debe sino lo que una ley haya declarado. Para reconocer a San Juan su pobre medio millón, por equipar con Buenos Aires, Mendoza y San Luis al Ejército de Los Andes, sería preciso echarse unos 20 o 30 millones de las otras provincias y otros tantos de Buenos Aires. Hace años que se resiste el pago de las deudas del gobierno de Rosas y Dios saben si escaparemos—,fue la contundente respuesta de Sarmiento a Videla en una carta en la que hasta se olvidó de despedirse, tanta era la bronca ante el reclamo.

¿Quién mató a Videla? ¿Por qué lo mataron?
Las preguntas se instalaron pronto en los sanjuaninos.
“Aldea chica, infierno grande”, nunca más apropiado el proverbio.
Don Valentín era uno de los hombres más ricos de San Juan.
Gran parte de su fortuna la heredó. Y otra parte la hizo con su profesión de abogado y sus negocios.
Los rumores que circularon en los días siguientes sobre los presuntos autores del crimen fueron de lo más variado.
Unos creyeron ver móviles políticos y apuntaron sus dedos acusadores contra el ex gobernador
Manuel José Zavalla o el ex gobernador Manuel José Gómez.
Zavalla había sido expulsado del gobierno y de la presidencia del Club del Pueblo y era hombre que mantenía relaciones muy cordiales con Santos Guayama, foragido que en aquellos años asolaba la ciudad y la zona rural.
Pero la pista política no conducía a ningún lado y se basaba en suposiciones.
Había otra hipótesis que la aldea repetía con indisimulado regocijo.
—Esto es cuestión de faldas.
Don Valentín Videla tenía 53 años.
Había nacido el 9 de diciembre de 1818.
A los 25 años se casó con su prima segunda, Jesús Maradona, hija de monseñor Timoteo
Maradona y de su esposa, doña Antonia Videla.
Su suegro, Maradona, había sido varias veces gobernador de San Juan. Hasta que un día enviudó y se hizo sacerdote.
Descendiente de uno de los fundadores de San Juan, don Alonso de Videla, Valentín ejerció la profesión de abogado en virtud de una licenciatura otorgada por su práctica forense.
Pero en realidad la política era lo que más le interesaba y estaba ubicado en el sector beato denominado pelucón, evolucionando al federalismo, opuesto al sector marrano, que incluyó a los futuros unitarios y sus sucesores liberales.
Pero no sólo en la política, los negocios y la abogacía consumía su tiempo don Velentín.
Tenía fama de ser muy galante con las mujeres.
Y cuando al dinero se suma el poder y cierta capacidad de seducción, todo junto transforman el depositario de tantos bienes en un hombre al que las mujeres miran con indisimulada atracción, cualquiera sea su edad.

El caso es que la cuestión de faldas estaba presente en la aldea.
—En esto algo ha tenido que ver el chileno García Aguilera-, pronto se afirmó.
—¿Don Vicente?
—Sí, don Vicente, el vicerrector del Colegio Nacional.
Vicente García Aguilera era un docente chileno que se arraigó en San Juan, donde se casó con
Magdalena Videla, hija de don Ignacio Videla Lima y doña Jacinta Videla, vinculados con la alta sociedad de aquellos años.
—¿Usted sabe lo que pasa... no?
—Se que doña Magdalena fue sobrina y pupila de don
Valentín Videla...
—Parece que algo más y es por eso que García Aguilera ha iniciado trámite de divorcio.
—No lo sabía.
—Es más, como la mujer abandonó la casa, el chileno pidió a la policía que la obligara a regresar al hogar.
—¿Y qué pasó?
—La policía dispuso que un pesquisa siguiera a la señora y un día se tuvo el dato que huía a Mendoza.
—¡No me diga!
—El policía, acompañado por don Manuel García Aguilera y Benjamín, el hermano de este, salieron a buscarla. En Pocito les dijeron que la habían visto pasar, acompañada por su madre, doña Jacinta Videla y el abogado Manuel Moreno.
—¡Mire usted!
—Poco más al sur las alcanzaron y ahí nomás detuvieron al abogado y las dos mujeres a punta de revólver.
—¡Qué grave!
—El policía acusó a doña Jacinta y a Moreno que llevaban una persona robada, por lo que obligaron
a volver a doña Magdalena.
—¿Y cómo entra don Valentín en esto?
—Don Valentín defendió a su sobrina en el juicio.
—Era lógico.
—Claro que era lógico pero Manuel García Aguilera estaba lleno de odio por lo que había ocurrido y acusó a don Valentín de mantener una relación íntima con su sobrina y ex pupila. Además, le inició un pleito porque como Valentín era tutor de Magdalena, decía que debía rendir cuentas de cómo administró su fortuna.

A todo esto el caso había tomado dimensión nacional. Y Sarmiento expresaba su malestar en carta a Rosauro Doncel, quien luego sería gobernador.
—Por San Juan no pasan los años. Siempre la discordia y las pasiones rencorosas. Resistíamos a Benavides y a la Confederación. Resistían al gobierno de Mitre, al mío, a todos. La verdad es que he tenido el gusto de ignorar lo que pasa en San Juan, rompiendo para ello toda anterior relación de correspondencia, con hombre alguno y aun con mis hermanas toda vez que me han hablado de cosa que se ligue a la vida pública. Esta conducta nació de la profunda aversión que las cosas de San Juan me dejaron y del plan que he seguido constantemente con los gobernadores de no tener con ellos relaciones en cuanto pueden serme onerosas a veces, haciéndome la opinión vulgar como partícipe de sus actos. Y porque nunca me habían de ser útiles pues para nada su adhesión o desafecto pueden servirme.

Pero la pregunta seguía en pie.
¿Quién mató al gobernador Videla?
¿Fue la obra de un desequilibrado?
¿Lo hizo un marido engañado?
¿Fue el resultado de los rencores contra Sarmiento que algunos habían concentrado en el gobernador?
¿Fue una acción solitaria o hubo encubridores?

La investigación

En San Juan todos hablaban del crimen.
Por sus características, se había transformado en la comidilla de lo mejor de la sociedad.
Y no era para menos.
Un gobernador asesinado, vinculado con un asunto de faldas, yerno de un monseñor varias veces gobernador, una familia con varias muertes misteriosas, poder, dinero, política. Y una prensa furibunda y panfletaria representada por algunos periodicuchos.
¡Qué más se podía pedir!

La instrucción sumarial determinó que se había visto en el lugar del crimen al chileno Benjamín García Aguilera, hermano de Manuel, el vicerrector del Colegio Nacional.
Benjamín era un conocido sujeto de acción vinculado a los ex montoneros, que respondía a Santos Guayama en sus correrías por la campaña.
Santos Guayama había sido enérgicamente reprimido durante los gobiernos de José María del Carril y Valentín Videla.

El sumario por el asesinato del gobernador comenzó inmediatamente se retiró el cadáver de la Casa de Gobierno.
El gobernador interino, Benjamín Bates, designó el 21 de diciembre a un empleado más, en calidad de sumariante provisorio.
Ese sumariante resultó ser Pedro Echagüe, escritor y antiguo redactor de El Zonda durante la gobernación de Sarmiento.
El 28 de enero de 1873 Echagüe renunció al cargo por haber sido designado juez de Letras interino.
Una semana antes, Bates había sido separado de su cargo por un motín militar y el gobernador de facto, Faustino Espínola, no hizo nada porque se siguiera investigando el crimen.

Se tomó declaraciones de vecinos y conocidos de Valentín Videla, quienes se refirieron a sus constumbres, sus relaciones, sus amigos y enemigos.
Se supo que luego de cenar, don Valentín solía visitar a algunos amigos para conversar hasta tarde, cuando el calor pasaba y se podía dormir.
Pero nadie supo decir adonde iba aquella noche.
Se sabía que había muerto en el lapso que va desde que salió de su casa, antes de la medianoche y la madrugada, cuando fue encontrado.
Y hasta se dijo que los autores materiales habían sido cinco o seis personas.
Los investigadores estaban desorientados. Pidieron un completo informe sobre el cadáver. Los doctores Amaro Cuenca, Facundo Larrosa, Guillermo Alexander y Miguel Echegaray fueron tan minuciosos que hasta presentaron análisis químicos de la víctima cuando era evidente que había sido muerto a golpes....

La policía detuvo a Benjamín García Aguilera, Juan López y Juan López Montoro.
Se acreditó que Aguilera vivía en una casa situada a mitad de la calle Ecuador (hoy Sarmiento), a mitad la cuadra entre lo que hoy son las calles Laprida y Rivadavia, a pocos metros de donde fue encontrado el cadaver de Videla.
Juan López era “conchabado” de García Aguilera y López Montoro “fue encomendado para reunir a los asesinos”.
La investigación arrojó que en momentos que Valentín Videla caminaba por calle Ecuadror hacia el sur, fue detenido por el grupo e introducido por una puerta falsa que llevaba a la casa del chileno, donde fue ultimado a golpes. Luego sacaron el cuerpo a la calle.
Se supo también que el chileno García Aguilera y los López habían sido visto varias veces juntos
—Parece que el plan se venía madurando desde hacía tiempo y que estos se reunían para ajustar detalles.

La policía detuvo a Aguilera, a López y a López Montoro.
La calle dio entonces un veredicto instuitivo:
—El caso está claro: el instigador ha sido Vicente García Aguilera y el ejecutor su hermano
Benjamín, junto con elementos vinculados a Santos Guayama, el famoso bandolero..
La calle dio entonces un veredicto instuitivo:
—No investiguen más: el instigador ha sido Vicente García Videla y el ejecutor su hermano
Benjamín.
Con esta hipótesis, las cosas cerraban. El vicerrector despechado se vengaba de Videla y Santos Guayama del gobernador que lo había reprimido. Al menos para la opinión pública, estaba todo claro.

El procurador fiscal no dudó en solicitar la pena de muerte para García Aguilera.
Pero un día que llevaban los reos para que declararan, estos lograron fugarse, huyendo rumbo a Chile.
Salió una comisión policial tras los acusados y durante un reconocimiento cordillerano logró apresar a López Montoro pero cuando lo traían de regreso a San Juan, en el lugar denominado Valle Hermoso, en territorio sanjuanino, “el procesado fue capturado por compatriotas suyos y sustraído de la juridicción argentina”, según el informe que dio la policía al entonces gobernador Hermógenes Ruiz,el 1 de junio de 1875.

El principal protagonista


Valentín Videla, a los 53 años, no era un simple gobernador. Era un político de larga trayectoria emparentado con las familias más prominentes social, política y económicamente en aquella época. Estaba considerado uno de los hombres más ricos de la ciudad. Pero su gran pasión era la política. Y en ese terreno, había ganado tanto amigos como enemigos. Su trayectoria había sido realmente larga.
Acompañó a Francisco T. Coll en su interinato en 1860 para detener la reacción del gobierno nacional de Paraná.
En 1861 fue ministro de Antonino Aberastain, y protagonista de los sucesos que culminaron con la muerte del mártir de la Rinconada. Aunque apoyó totalmente al prócer, don Valentín prefirió quedarse en su oficina, en lugar de sumarse a los defensores de la autonomía provincial y quizás por ello salvó su vida.
Después de este hecho, la vida pública de Videla se eclipsó un tiempo pero con el regreso a la provincia de Domingo Faustino Sarmiento, adquirió nuevo protagonismo.
En 1862, Ruperto Godoy fue designado gobernador interino y nombró ministro a Videla.
Un año Después Sarmiento lo designó su ministro.
En 1869, durante un nuevo interinato de Ruperto Godoy —este Godoy debe haber sido un hombre de reserva en la provincia pues cada vez que renunciaba o moría un gobernador lo designaban a él interinamente—, Videla ocupó el ministerio.
Videla aprovechó su ministerio para hacerse elegir senador el 9 de febrero de 1869.
Dos años más tarde, don Valentín renunció a su banca por haber sido designado gobernador interino el 17 de mayo de 1871 y confirmado como gobernador el 2 de julio siguiente.

La ciudad

San Juan tenía en aquellos años 60 mil habitantes de los cuales 8.353 vivían en la ciudad, 4.246 en Desamparados, 6.345 en Concepción, 3.512 en Trinidad y 3.955 en Pocito, que incluía lo que hoy es Rawson. Jáchal era el pueblo más importante, con 12.054 habitantes.
La economía prácticamente era de subsistencia pues aún no llegaba el ferrocarril y la consiguiente integración con los grandes mercados. El cultivo de la tierra, una vitivinicultura venida a menos como consecuencia de políticas nacionales que había permitido la importación de vinos y una minería incipiente, eran los puntos salientes.
La ciudad comenzaba a mostrar algunos signos de adelanto. Por ejemplo, se había extendido hacia el este la calle Ancha del Norte, que luego se llamaría Roque Sáenz Peña (prolongación de 25 de mayo) y la calle La Legua con lo que se ampliaba hacia Santa Lucía la estrecha cuadrícula heredada de la colonia y se  había celebrado un contrato para instalar 300 picos de gas de carburo que proporcionarían alumbrado público. El gasómetro central y las cañerías de distribución fue sin embargo una empresa grande para la época y no se encontró.
También se firmó un contrato para traer agua desde Zonda por medio de una cañería, que sería utilizada en la fuente de la plaza y cuatro surtidores que se instalarían en cada esquina y en la Casa de Baños y el mercado público que funcionarían en el costado sur del cuartel de San Clemente, que ocupaba la manzana de Santa Fe, Tucumán, Córdoba y General Acha, llamada entonces calle del Cabildo.
La Casa de Gobierno, ubicada en la calle General Acha, frente a la Plaza Mayor, aunque ritmo muy lento, seguía con su construcción.

El misterio y la leyenda

Durante muchos años, la muerte de Valentín Videla, nunca aclarada por la justicia, formó parte de las leyendas populares de San Juan.
Valentín, que como se ha dicho era uno de los hombres más ricos de San Juan, era uno de los ocho hijos del matrimonio formado por Don Clemente Videla y doña Isabel Lima.
La leyenda circulaba de boca en boca.
-Qué raro lo que pasa con los Videla
-¿Por qué?
-Valentín fue el cuarto de los hermanos que murieron misteriosamente.
-¿Cuatro?
-Sí. El primero, don Ignacio, murió casi olvidado, dejando una fortuna de 200 mil pesos fuertes.
-¿Y de qué murió?
-Una extraña enfermedad que lo consumió paulatinamente.
-Mire usted…
-Otro hermano, el cura Manuel Ignacio, también tuvo una muerte extraña.
-Cuente…
-Simplemente se lo encontró muerto en la cama. Nadie sabe cómo murió, cuando se acostó estaba bien. Y también dejó una inmensa fortuna.
-Que extraño
-El tercer hermano, don Pedro, salió una noche de la casa de don Valentín y a la cuadra y media fue asaltado y muerto a  puñaladas…
-Lo recuerdo…
-Lo dejaron tirado en una acequia y el hombre también dejó una fortuna. Nunca descubrieron a los asesinos. Después ocurrió lo de don Valentín…
-Así es, que también dejó mucho dinero.
-Pero su vida, al poco tiempo también entregó su alma al señor…
-Lo que son las cosas…
-Poco antes, otro hermano, Juan José, falleció en forma asaz sorprendente.
-Nefasto destino el de esta familia…
-Le cuento que los ocho hijos del matrimonio murieron en el período de 1860-1870, casi todos ellos en forma violenta, con lo que se terminó con una generación completa de una familia tradicional.
Fábula, leyenda, mito, superstición. El caso es que estos datos fueron recogidos por Antonio Zini en el libro Historias de los gobernantes de las provincias argentinas y reproducidos por el biógrafo de la familia, Mariano Mansilla, en el libro Historia de la cada de Videla desde 1526.

La sentencia

A casi tres años del crimen, tras demoras motivadas en que la causa se había paralizado por hallarse prófugos los implicados, el juez Rafael S. Igarzábal dictó sentencia, condenando a muerte al único reo habido: Juan López.
En sus partes sustanciales, la sentencia sostuvo:
“San Juan, octubre 30 de 1875.
Vistos: Resulta de esta causa que el 12 de diciembre de 1872, como a las 12 de la noche, pasaba el señor gobernador propietario de la provincia don Valentín Videla por la calle Ecuador en dirección al sur, y al enfrentar a la puerta falsa de la casa habitada por Benjamín Aguilera, le asaltó una cuadrilla de asesinos capitaneada por el reo Juan López. Lo derribaron al suelo a golpes con un elemento contundente de hierro y lo entraron a una pieza del zaguán, del lado norte, donde lo ultimaron. Después sacaron el cadáver a la calle y lo pusieron recostado en la pared de enfrente de dicha casa, en donde al día siguiente fue encontrado por la policía y la justicia que concurrió a dicho lugar”.
Agregaba el escrito:
“Que capturados Aguilera y otros de los autores fueron encausados y cuando Aguilera con la pena de muerte solicitada por el señor procurador fiscal don Lisandro A. Laval, según su vista corriente  a fojas 282 de los autos mandados traer a la vista, se fugó de la cárcel dicho reo y después sus compañeros, por lo cual el superior Tribunal de Justicia mandó por resolución del 12 de mayo de 1874, suspender el procedimiento criminal respecto de los prófugos hasta que sean capturados”.
La causa –por lo que dice la sentencia- había quedado reducida a Juan López ante la ausencia de los restantes. Y el fiscal Daniel S. Aubone pidió para él la pena de muerte “no sólo para la vindicta pública por el honor del pueblo de San Juan”.
La sentencia fue revocada por el tribunal de alzada integrado por Anacleto Gil, Guillermo Oro y Manuel García, quienes argumentaron que los testigos de la instrucción sumarial no se hallaban ratificados a excepción de Benjamín Bates y Miguel Alvarez y no hacía pruebas. “Aparte –decía el fallo- de que el testimonio de Bates es simplemente de oídas”
En resumidas cuentas, habían pasado tres años, la causa judicial tenía más de 300 folios, se había hablado mucho pero lo único concreto es que se había puesto en evidencia a tres autores materiales. Dos (Aguilera y López Montoso) estaban prófugos. El tercero, en libertad. Nada se sabía de los restantes ni de los presuntos instigadores.
Como se verá a lo largo de la historia, en San Juan la justicia siempre fue así…

Se reabre la causa

El 19 de julio de 1876 se reabrió la causa.
El motivo: una acusación contra un tal Vicente Rodríguez.
El fiscal alegó que con anterioridad al asesinato, don Apolinario Rodríguez había dicho a algunos vecinos de Pocito:
-No paguen nada al beato de Videla, pronto lo vamos a derrocar.
El procurador fiscal aportó los testimonios de los vecinos Julián Mazo., Eusebio Dojorti, Juan José Videla, José Pedro Cortínez, Francisco Domingo Aguilar y Rosario Ontiveros.
Sostuvo que un ciudadano se había presentado ante el gobernador y le había asegurado “que los asesinos de su antecesor eran Vicente Rodríguez, Benjamín García Aguilera, Pablo Ojeda, un López Montoso, un López y un Mercado, algunos de los cuales concurrían a la casa de García Aguilera, la que debía ser teatro del crimen”
La acusación señalaba que a continuación del crimen, Apolinario Rodríguez robó un caballo de propiedad de Eusebio Dojorti “con el objeto de que escapase su hijo, o mejor dicho que emprendiera la fue Vicente Rodríguez”.
El caso es que los Rodríguez se buscaron un buen abogado, don Javier Baca, quien fundó una extensa defensa en un largísimo escrito, impidiendo a la justicia pronunciarse.
Y así quedaron las cosas.
En el mayor de los misterios.
Para unos fue un crimen pasional.
Para otros una cuestión de intereses.
Una hojita llamada “Prolegómenos” se dio el lujo de dar hasta los rasgos fisonómicos de cada uno de los asesinos pero, ya sea por virtud de los abogados defensores o por inoperancia de la justicia nada se pudo probar.



Ver Libro: Revoluciones y crímenes políticos en San Juan

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