Sólo dos familias, de las dieciséis originales que habitaron la colonia agrícola Tucunuco, quedaron en San Juan. El proyecto colectivo emprendido en 1975 con el apoyo del gobierno de Eloy Camus fue combatido y desmantelado por el proceso militar, porque lo consideraba “subversivo”. Uno de los sobrevivientes de aquella experiencia es Osvaldo Zanni, un conocido empresario dueño de una fábrica de amoblamientos. Zanni relata cómo fue todo y las penurias que debió pasar luego de venir a San Juan con su mujer y sus hijos, cuando muchos le dieron la espalda porque seguían creyendo que era un guerrillero.
Cierta tarde de 1974, Osvaldo Zanni escuchó la voz de Julio Lagos cuando leía una carta, invitando a participar de un grupo comunitario que colonizaría el desierto de San Juan, con el apoyo del gobierno de la provincia. No lo pensó dos veces y salió corriendo a decirle a Leonor, su esposa, que se irían a San Juan. Hacía tiempo que Leonor Carballo y Osvaldo Zanni estaban pensando en un cambio radical en sus vidas. Tenían de qué vivir pero sentían que cada vez trabajaban más para seguir viviendo igual.
Leonor Carballo y Osvaldo Zanni vivían en Martínez de Hoz (una localidad ubicada al noroeste de Buenos Aires, cercana a Pehuajó), en una fracción de 106 hectáreas de campo. Leonor las había heredado de Salvador Busso, el empleador de su padre que, al no tener descendencia, nombró herederos a los hijos de su mejor amigo y empleado.
Cuando se casaron, Osvaldo Zanni compró un camión de transportes generales que luego transformó en transporte de ganado en pie. Al recibir el campo, con su mujer decidieron explotarlo.
Después de algún tiempo se dedicaron a la explotación lechera, para lo que aplicaron nuevas técnicas de que llegaron a ser modelos experimentales apoyados por el INTA.
Poco a poco el matrimonio fue tomando conciencia de su techo. Mientras los niveles de producción aumentaban y recibían aplausos por su labor, los costos de producción también se elevaban por lo que el crecimiento se hacía cada vez más difícil.
Para ese entonces Osvaldo había incursionado en la política, específicamente en el gremialismo rural, y llegó a tener una banca en la comisión de política concertada para el agro, durante el Gobierno de Juan Domingo Perón.
Todas estas experiencias lo fueron llevando a la convicción de que si quería progresar debía hacerlo en grupo y llegar a cubrir todos los aspectos de la cadena de producción. La invitación para formar parte de una colonia en San Juan sonó muy atractiva y por eso había decidido probar suerte.
La sorpresa fue que cuando se encontró con su esposa, ella lo estaba buscando para decirle que había escuchado la carta leída por Lagos y que quería ir a San Juan.
Escribieron a Radio Continental, emisora por la que salía el programa de Lagos, y se ofrecieron para trabajar como también ofrecieron todas sus posesiones al servicio del proyecto.
Pocos días después escucharon emocionados que por la radio leyeron la carta de la familia Zanni y se los invitaba a viajar a Buenos Aires para conocerlos y ultimar detalles.
Era solo un sueño, un sueño al que respondieron más de trescientas familias, la mayoría de ellas profesionales (médicos, odontólogos, psicólogos, ingenieros, veterinarios, industriales, inventores, comerciantes, etc. etc.).
Tuvieron que hacer muchas gestiones, muchas antesalas, mientras el país se debatía en una crisis política terrible que llevaría, pocos meses después, al derrocamiento del gobierno constitucional y a la instalación de una dictadura Militar.
El grupo obtuvo un crédito del Consejo Agrario Nacional, con el que sus integrantes compraron 67.000 hectáreas en San Juan, las que en principio fueron inscriptas a nombre del gobierno de la Provincia, en espera de la radicación y mientras se definía la figura jurídica del grupo.
Una vez comprado el campo, se dispusieron a partir, para lo cual eligieron un grupo de 16 familias que serían los que se establecerían y comenzarían los trabajos para luego ir trayendo a los demás. Entre tres, Alberto Riquero, Carlos Pérez y Osvaldo Zanni, entregaron sus vehículos y compraron un camión para trasladar a los colonos y sus familias. Fueron llegando por grupos que se iban instalando en los ranchos que estaban disponibles, en carpas y en la escuela.
Los desafíos eran muchos.
-- De clima: venían de un clima húmedo, con un régimen de lluvias de 1.300 a 2.000 mm. al año a un clima seco de 50 mm. al año.
-- Alimañas: debían enfrentar a insectos (alacranes, escorpiones, vinchucas y arañas) y animales (víboras de corral, pumas y otros) que les eran desconocidos hasta el momento.
-- Labores: las labores de la tierra en el desierto eran muy diferentes a las de sus zonas de origen.
-- Culturales: tenían que adaptarse a la gente de la zona y también había un proceso de ajuste entre los miembros de la comunidad.
-- Viviendas: tuvieron que adaptarse a vivir en carpas o viviendas de adobes, hasta poder construir casas antisísmicas. A eso había que sumar distancia y carencia de agua potable. Igual siguieron adelante.
Después de algún tiempo de vivir en el lugar comenzaron a recibir la visita de muchas personas que se identificaban con el ideal del grupo y que deseaban conocerlos.
El gobernador de la provincia, el profesor Eloy P. Camus, se trasladó a Tucunuco con todo su gabinete y asistió a una reunión donde trataron distintos aspectos de la colonia. Se tomó la decisión de construir viviendas antisísmicas y trazaron los planos de lo que sería la nueva población: una agrupación de viviendas dispuestas en herraduras concéntricas, con espacios verdes y sendas peatonales y una plaza central. También se proyectó una gran playa de estacionamiento y lugar para cocheras y talleres.
Comenzaron a estudiar cómo se realizaría el parcelamiento de la tierra y el gobernador envió unos cien obreros para que colaboraran con los colonos en la reconstrucción de la red de riego y la construcción de las viviendas.
Se encontraron con unas 120 hectáreas de olivos, las que procedieron a podar, regar y poner en condiciones para producir. Trabajaron en la construcción de las casas y erradicaron árboles para extender la superficie de cultivo.
Osvaldo Zanni relata lo que siguió meses después, cuando el gobierno de Isabel Perón fue derrocado por la Junta Militar.
-¿Qué pasó cuando el gobierno fue depuesto por los militares?
-Estábamos en la tarea de recuperar el campo de olivos cuando una mañana llegaron tropas del ejército a retirar los obreros que nos había facilitado el gobierno. Se nos informó que pesaba sobre nosotros una acusación de que éramos extremistas y que lo que en realidad estábamos organizando era un campo de adiestramiento militar y no una colonia agrícola.
-¿Cómo hicieron ante esa acusación?
- Nos favoreció mucho el que nosotros, dada la situación de guerra encubierta que había en el país, a nuestra llegada nos presentamos en el destacamento de Gendarmería Nacional de Jáchal, poniéndonos a su disposición y para que averigüen nuestros antecedentes. Solamente se labró un acta de la inspección y se nos permitió que continuáramos en el lugar hasta que se resolviera lo que harían con nosotros.
-¿Qué pasó con los obreros?
- Nos dejaron unos pocos obreros para que nos ayudaran en la construcción de viviendas y se nos retiró toda ayuda alimenticia. Seguimos trabajando en las viviendas y en las tareas de desmonte; eran muchas las personas de Jáchal y San Juan que simpatizaban con lo que estábamos haciendo y nos traían alimentos de todo tipo para ayudar a nuestro sustento. Esto fue de gran ayuda, pero no suficiente, teníamos cerca de 40 niños y ellos constituían la prioridad de alimentación.
-¿Con qué se alimentaban?
- Nos alimentábamos con cebollas y tomates que nos regalaban de una finca de Niquivil, que estaba a unos 20 kilómetros. Bebíamos mate cocido sin azúcar... y trabajábamos 12 horas al día y más en llevar adelante las tareas. Llegamos a alimentarnos de alfalfa y en una oportunidad que se murió una vaca la cuereamos, la despostamos, la salamos y tuvimos alimento por varios días. La doctora Norma Procelario de Losada, quien formaba parte del grupo, tenía un trabajo remunerado en el puesto sanitario de Niquivil y, con su sueldo, compraba fruta y leche para los niños. Todo eso sumado a los problemas por el clima y las alimañas. Recuerdo que cortábamos un arbusto del desierto llamado Jume y lo vendíamos para tener algún dinero y seguir adelante.
-¿Cuánto duró todo eso?
- Cuando llevábamos unos 8 meses de estadía, el 21 de septiembre, recibimos la visita de la policía de San Juan. Venían en dos patrulleros y un camión, ataviados con cascos y armados como para la guerra; de inmediato comenzaron a arriarnos como ganado. A mí me bajaron del tractor, que quedó abandonado en medio del campo, y me llevaron a donde estaban los demás, con tres escopetas Itaca en la cabeza. Después me golpearon y me tiraron al suelo. A un joven que tenía su primer hijo de hacía unos pocos días le dijeron que se despidiera del bebé y luego le vendaron los ojos para fusilarlo. Hicieron disparos al aire mientras él lloraba y suplicaba por su vida y los policías se divertían por su broma de borrachos...., porque estaban todos borrachos.
-¿Cómo fue que llegaron así?
- Venían de hacer una requisa en una finca que tenía el derrocado gobernador de la provincia, Camus, cerca de Tucunuco, donde habían violado la puerta de una despensa en la que se guardaba gran cantidad de vino. Este vino, junto a unos cabritos, también robados de la finca, fueron consumidos por la tropa en un oasis cercano, conocido como “El Agua Negra”. Una vez consumido el asado regado por abundante vino, tomaron la decisión de hacer una visita a los “porteños”, que era como nos llamaban en la zona.
-¿Pudieron saber quiénes eran?
- Los hombres estaban al mando de dos comisarios de apellidos Luna y Aguirre. Estaban ofuscados por el alcohol y robaron todo lo que encontraron: cámaras fotográficas, cuchillos, yerba, azúcar y botellas de licor que nos habían regalado y, a siete de nosotros, nos llevaron detenidos. ¡No voy a contar los detalles de la detención y lo que pasamos en las comisarías!
-¿Qué pasó después?
- Después de dos días nos pidieron disculpas en nombre del gobernador militar y nos dejaron en libertad, sin devolvernos nada de lo que nos habían robado. Denunciamos el hecho ante Gendarmería Nacional y el capitán Coronel, quien era entonces jefe de la policía, juró que, como capitán del Ejército y como jefe de policía, no descansaría hasta esclarecer el caso, y esto lo hizo en presencia de los comisarios que dirigieron el operativo. Pocos días después fue relevado del cargo y, tiempo después, supimos por algunos integrantes de la tropa, a los que conocimos, que la investigación no prosperó a causa de amenazas de muerte que recibieron ellos y sus familias. Esto colmó la paciencia de algunos de nuestros colonos, que tomaron sus familias y regresaron a sus lugares de origen con un profundo pesar en el corazón.
-¿Cómo hicieron los que se quedaron?
- Quedamos solo tres. Nos ofrecieron un contrato de aparcería, por el que debíamos pagar al “propietario” del campo el 20 % de todas las cosechas que levantáramos, un precio exorbitante, dadas las condiciones en que se encontraba el campo. Nos garantizaron el uso pero no nos dieron agua de riego. Para regar los sembradíos teníamos que traer el agua por casi 12 kilómetros de canales precarios, construidos en terreno arenoso que se desmoronaban con facilidad y que, además, eran destruidos por las frecuentes crecientes que bajaban de los cerros cercanos. A pesar de corresponderle al gobierno de la provincia, debíamos reconstruir el canal periódicamente. Nos demorábamos tres días en reconstruirlo con ramas de arbustos y tardaba solo dos en destruirse.
-¿Ustedes siguieron apostando al proyecto y el lugar?
- Con mi esposa, decidimos vender la propiedad que poseíamos en la provincia de Buenos Aires. Con el importe de la venta compramos una topadora a orugas y otras herramientas y debido a los inconvenientes con la provisión de agua fuimos teniendo un desgaste considerable y también, un gasto muy grande hasta quedar aniquilados económicamente. También, cerraron la escuela y levantaron el personal, con lo que nos vimos privados de dar instrucción a nuestros hijos. Fue cuando decidimos emigrar a la ciudad de San Juan.
Una propiedad muy discutida
Aunque se dijo que el gobierno de San Juan pagó por la propiedad de Tucunuco, lo que dicen los ex colonos es que en realidad la provincia recibió la titularidad de las tierras sin pagar un centavo. Originalmente las tierras fueron dadas a través de una Merced Real por el fundador de Jáchal, Juan de Echegaray, a la familia Espejo. Luego, Juan Antonio Espejo las vendió a José Javier Jofré en 1797. Fue Jofré quien dividió la estancia en dos.
Una venta posterior se registra en 1845 a favor de Eugenio Doncel. En 1902, la propiedad pasó a manos de Pedro Doncel, previa cesión de derechos de todos sus hermanos.
Federico Cantoni compró esa propiedad unos años después. Las explotaciones agrícolas de Cantoni dieron origen a un poblado en el que se construyó una escuela y una iglesia.
Los colonos de Tucunuco compraron 67.000 hectáreas de esa propiedad a través de un crédito del Consejo Agrario Nacional. Lo que ocurrió fue que la gestión de compra la hizo la provincia y como el grupo todavía no tenía forma jurídica, provisoriamente esos terrenos fueron inscriptos a nombre del gobierno de San Juan, en espera de la radicación de sus dueños en la provincia.
Meses después de la compra, con la caída del gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón, no se reconocieron los derechos de los colonos y las tierras quedaron a nombre de la provincia. El Consejo Agrario Nacional fue disuelto y la provincia no tuvo que cancelar el crédito, con lo que las tierras quedaron para ella en forma gratuita.
Lo que pasó después que abandonaron tucunuco
“Nos trataron como a subversivos”
Lo que vino después de la frustrada experiencia fue tanto o más duro que lo de Tucunuco.
La mayoría de los colonos volvió a sus lugares de origen. Solo dos familias decidieron quedarse en San Juan. Beatriz de Navarro, quien con su esposo Jorge se quedaron a vivir en San José de Jáchal, y Osvaldo Zanni, quien con Leonor y los cuatro hijos que tenían entonces, se radicaron en San Juan. Osvaldo Zanni cuenta qué pasó desde entonces.
-¿Qué hizo cuando se radicó en San Juan?
- Estuve trabajando en distintos lugares y en tareas de baja remuneración. No era fácil conseguir trabajo; cuando se enteraban que era un colono de Tucunuco de inmediato me decían que me diera una vueltita más adelante. Todos vivían atemorizados por los militares y no querían involucrarse con personas que habíamos sido tildados de extremistas por los diarios locales. Un abogado, hermano de un ex funcionario del gobierno, que conocía nuestra historia de haberla escuchado por radio cuando comenzó y también por su hermano, se compadeció de nuestra situación y se ofreció a llevar un juicio contra el Estado provincial sin que tuviéramos que poner un centavo, haciéndose cargo de todos los gastos. Litigamos por unos 15 años, mientras nosotros teníamos muchas pruebas del incumplimiento del contrato por parte del Estado provincial, el gobierno no presentó ninguna prueba contra nosotros. No obstante perdimos en todas las instancias, victimas de fallos injustos y risibles.
-¿Cómo quedaron los Zanni después de todo lo que pasaron?
-Lo que ocurrió en la Justicia nos afectó mucho. Los Zanni estábamos de pie, en los largos años de lucha y adversidad habíamos crecido espiritualmente y fortalecido los vínculos familiares y de algún modo desarrollado defensas. Trabajando por un sueldo magro en el mercado concentrador de frutas y verduras, alimentándonos de las frutas y verduras que no estaban en condiciones de ser comercializadas..., asistimos a un curso de carpintería con mi hijo Francisco y comenzamos a realizar nuestros primeros trabajos. Eran unos tableros rectos que se usaban para ordenar las frutas. Poco a poco fuimos progresando. Me empleé como ayudante en distintas carpinterías donde pude pulir mi nuevo oficio pero, con una familia de cinco hijos, el dinero no alcanzaba. Trabajaba 10 ó 12 horas por día y solo comíamos una vez por día. Era tiempo de tomar algunas determinaciones.
-¿Ahí fue cuando emprendió cosas por cuenta propia?
- Así fue. Comencé a tomar trabajos por mi cuenta, alquilando herramientas para realizarlos, pude ahorrar un poco y, gracias a un adelanto que recibí por un trabajo, pude comprar la primera máquina de carpintería. Viaje a Buenos Aires para adquirirla y lo hice en un camión de transporte, para ahorrarme el gasto del pasaje. Como era la apoca de la hiperinflación mi dinero se disminuía minuto a minuto durante las 24 horas que demoró el viaje pero me alcanzó para adquirir una combinada que cumplía 7 funciones diferentes en la industrialización de la madera. Al regreso, un grupo de amigos me ayudó a construir un reparo de cañas y barro que sería la base de operaciones de la actual empresa, “Zanni Amoblamientos”.
El cambio interior que fue clave
“Sería difícil explicar brevemente lo que espiritualmente significó ingresar en una nueva religión”, dice Osvaldo Zanni sobre la conversión que él y su familia hicieron a la iglesia mormona.
Prefieren sí destacar que el apoyo espiritual y la contención encontrada en esa iglesia fue fundamental para sobrellevar los momentos más difíciles que pasaron, sobre todo cuando el dinero no alcanzaba para más de un arroz con leche por día para los cuatro niños que debieron criar.
Hoy, los varones de la familia tienen importantes cargos religiosos, todos a título honorario. Osvaldo es patriarca, uno de sus hijos es presidente de una congregación, como se llama a la reunión de cinco obispados, y otros dos de sus hijos son obispos.
La espiritualidad que vive la familia, hace que, por ejemplo, hoy se pregunten si hubieran disfrutado tanto el momento que atraviesan de haber resultado favorable el juicio que plantearon contra el Estado por las pérdidas que les ocasionó la experiencia de Tucunuco.
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Ver artículo:
Betty Rebollo. Historias de una maestra que enseñó en Tucunuco
Departamento Jáchal