El Zonda, un diario sanjuanino emblemático de una época

Todos saben que existió un diario que se llamó El Zonda. Que lo dirigía y lo escribía Sarmiento. Pero… ¿qué fue El Zonda? ¿Qué significó? ¿Cómo eran sus artículos? Esta nota es parte de un trabajo más extenso de dos docentes e investigadores universitarios.

Corría el año 1839. Gobernaba San Juan el caudillo federal Nazario Benavides. Un grupo de jóvenes que ya había fundado una escuela para mujeres decide publicar un periódico. El Zonda apareció sólo seis números y durante poco más que un mes, sin embargo es emblemático de toda una época.

En 1839 Domingo Faustino Sarmiento tenía 28 años. Hacía tres que había vuelto de su primer exilio en Chile, país al que huyó, junto con su padre, ante el avance de Facundo Quiroga en Cuyo. Había sido maestro en Los Andes, empleado de comercio en Valparaíso y minero en Copiapó hasta que en 1836, gravemente enfermo, lo trajeron de regreso a su casa. Facundo Quiroga había sido asesinado en el ´35 en Barranca Yaco y Nazario Benavides era el gobernador federal de San Juan.
De regreso a la casa de su madre, el joven Sarmiento trabajó como procurador y se integró a la Sociedad Filarmónica y Dramática. Las representaciones teatrales que organizaba este grupo y las tertulias eran las únicas actividades sociales en la provincia, a excepción de las fiestas religiosas. Cuentan que en las tertulias Sarmiento leía periódicos satíricos escritos a mano especialmente para cada ocasión.

Desde 1838 estaban de regreso en San Juan los jóvenes que habían podido seguir estudios en Buenos Aires. Entre ellos estaba Antonino Aberastain y Manuel Quiroga Rosas, que llegó “cargado de libros a la moda” que Sarmiento devoró. “Durante dos años consecutivos -dice el mismo Sarmiento- prestaron estos libros materia de apasionada discusión por las noches en una tertulia, en la que los doctores Cortínez, Aberastain, Quiroga Rosas, Rodríguez (Dionisio) y yo, discutíamos las nuevas doctrinas, las resistíamos, las atacábamos, concluyendo al fin por quedar más o menos conquistados por ellas”. Fue en estas reuniones, en casa de Quiroga Rosas, en el café del Carmen o el café Aubone, donde nació la idea de fundar la Sociedad Literaria de San Juan y también fue el germen de El Zonda.

Los dejaban hacer

El marco en el que surge El Zonda es descripto por Ricardo Rojas con las siguientes palabras: “A Sarmiento y a sus jóvenes amigos, la política del país los preocupaba, aunque ya sin apego a los desacreditados rivadavianos, sino con otras miras, tal como la Asociación de Mayo en Buenos Aires acababa de replantear el problema argentino, superando las contiendas del fanatismo federal, con planes de reformas sociales más profundas. El gobernador Benavides los dejaba andar, al menos en los comienzos...”.
Este “dejar hacer” de Benavides puede entenderse mejor en el marco de otras acciones que caracterizaron el gobierno del “caudillo manso” y que permiten diferenciarlo de Rosas. El gobernador sanjuanino había decidido la reapertura de la Escuela de la Patria y la creación del Liceo Federal; en su gestión permitió el regreso de la Compañía de Jesús para integrarse a la actividad docente, y aceptó en 1938 la creación del “Pensionado de Niñas y Señoritas de Santa Rosa de América”, por iniciativa de Sarmiento.

Seis ediciones que harían historia

Con una periodicidad semanal, El Zonda apareció los días sábados 20 y 27 de julio, 3, 10, 17 y 25 de agosto de 1839. Tenía formato de medio pliego de papel de imprenta. Sus cuatro primeros números tuvieron cuatro páginas y los dos últimos seis. Desde el primer número puede notarse la utilización de recursos tipográficos con la intención de enfatizar algunos contenidos.
Aunque sea prematuro hablar de una organización en secciones, es posible distinguir dos espacios claramente diferenciados: el que, a partir del encabezamiento principal del diario, contiene los artículos periodísticos y el que alberga los avisos.
Dentro del espacio periodístico, El Zonda abre sus ediciones con uno o dos textos extensos que desarrollan lo que serían los principales temas de la edición; a éstos siguen textos de menor despliegue, entre los que se puede encontrar fundamentalmente cartas y respuestas a cartas, reproducciones de contenidos de otros periódicos e informaciones consideradas de interés, tales como el movimientos de presos o la entrada y salida de personas de la provincia. La sección de avisos siempre ocupa la última página del periódico, y la extensión de sus textos es menor, además de haber mayor utilización de recursos tipográficos para demarcar espacios o destacar.
El Zonda fue impreso en la Imprenta del Estado, la única todavía en la provincia, que funcionaba aún con la misma reglamentación que dispusiera para ella el gobernador Salvador María del Carril en 1825. Cuando se publicó este periódico, el imprentero era el señor Galaburrí. No hay en el periódico ni en los textos de historia ninguna mención al lugar donde se redactaban los textos, aunque el grupo venía reuniéndose en casa de Quiroga Rosas.

Para despertar a los sanjuaninos

El Zonda

indica claramente en su primer número: “Nosotros nos ocuparemos con preferencia en el discurso de nuestras publicaciones, de nuestro gusto mas bien que del de nuestros lectores...”. Los seis números de este periódico evidencian la voluntad de cumplir con este propósito, que tiene como finalidad “despertar” de su adormecimiento al pueblo sanjuanino.
Para cumplir este objetivo, todos los ámbitos temáticos podían ser abordados; la sola condición parecía ser la de llamar la atención de los sanjuaninos sobre el estado de atraso en que se encontraba la provincia, así como los caminos a tomar, generalmente imitando a otros países. La lectura de las ediciones de El Zonda no deja de sorprender por la variedad de asuntos que aborda, con la característica de que no parecen ser los asuntos en sí (y menos aún los hechos) lo importante en estos textos. Los temas, asuntos o hechos relatados (que muchas veces son inventados) sólo sirven de pretexto para la reflexión que, de la mano del escritor, los pobladores sanjuaninos deberían alcanzar sobre cuestiones de fondo.
Ya sea porque no era ese su objetivo o por preservar la existencia de la publicación y de sus autores, El Zonda no trata en ninguno de sus números temas específicos de la política o el gobierno local, como tampoco opina sobre la política nacional o porteña. El mismo Sarmiento lo dice, en “Recuerdos de Provincia”, al referirse su periódico: “fustigaba las costumbres de aldea, promovía el espíritu de mejora, y hubiera promovido bienes incalculables, si el gobernador, a quien El Zonda no atacaba, no hubiese tenido horror a la luz que se estaba haciendo”.

Cómo eran los textos

La mayoría de los textos publicados en El Zonda son sumamente extensos. Varios de ellos responden a una estructura de tipo cronológica (el ejemplo más claro es el relato del acto de inauguración del Colegio Santa Rosa). Prácticamente todos incluyen situaciones imaginarias que hacen las veces de disparadores para que el autor pueda hacer llegar al lector aquello sobre lo que quería comunicar sus ideas.
Tanto la preferencia por textos narrativos como la invención de personajes o situaciones pueden ser encuadradas en la necesidad de llegar a un público que no posee hábitos de lectura, un público al cual hay que “atrapar” para, una vez obtenida su atención, desplegar una serie de estrategias que van de lo claramente didáctico a lo provocador.
Junto a los textos narrativos es posible encontrar desarrollos claramente argumentativos, con estructuras que hacen gala de la mejor tradición retórica, con presentación de opiniones contrapuestas e interrogaciones que van permitiendo sustentar un punto de vista determinado.
Además hay en los seis números de El Zonda otra gran variedad de formatos: avisos que prestan algún tipo de servicio (extravíos, oficios ofrecidos, por ejemplo), chistes con formato de avisos, avisos editoriales invitando a la publicación, diálogos, anuncios, consejos, cuadros “estadísticos” y un formato que las publicaciones periódicas vienen explotando desde sus orígenes: las cartas.

Las cartas y un juego con los lectores

Más allá de que puedan haber existido cartas reales, puede decirse que la gran mayoría de los textos epistolares publicados en El Zonda eran inventados. Esta era una estrategia muy utilizada en el periodismo de entonces: el recurso al género epistolar es común para introducir de manera atractiva temas que el redactor quiere desarrollar, así como aclarar dudas que supone existen en su público lector. Ante la falta de iniciativa de ese público para expresarse, el editor lo hace utilizando una carta que después él mismo responde.
Dentro de este estilo, una particularidad del periódico sanjuanino es el uso habitual que Sarmiento hace de la modalidad de la impostación, cuando el escritor adopta una voz y un seudónimo, según aquello que quiera comunicar y el efecto que desee lograr. Si se quiere buscar un antecedente, puede encontrárselo en algunos de los escritos del Padre Castañeda en la prensa porteña de los años 20, aunque con estilo y objetivos distintos a los de Sarmiento. El sanjuanino usa hábilmente el “efecto seudónimo”, vinculando el nombre elegido con la temática o usándolo para ridiculizar a sus críticos. Don Serio, Don Rudo, Don Gurdo, son algunos de los nombres elegidos para supuestos lectores que envían cartas que critican al periódico y que de esa manera son menospreciados por no tener sentido del humor, por no ser educados o por rechazar los cambios.
Otra de las cartas de El Zonda está firmada por la Señora Josefa Puntiaguda, de Angaco. Sarmiento toma la voz y el nombre de una mujer para dirigirse precisamente a otras mujeres, a las cuales quiere ganar como lectoras y para las que explica algunos temas que él, como hombre y como autor, considera importantes. El juego está en que el público sabe o adivina que es Sarmiento y no Josefa quien escribe esa carta. Lo absurdo o cómico de los nombres elegidos como seudónimos es precisamente la pista a través de la cual el autor hace cómplices a sus lectores/as en este juego.
Otro de los recursos es la introducción de personajes y diálogos, así como modalidades a través de las cuales Sarmiento, evidentemente principal redactor, “habla” todo el tiempo a sus lectores y no lectores, se dirige a ellos directamente, los llama, les avisa, les ordena.

Destinatarios de los contenidos

A diferencia de sus contemporáneos como Alberdi o Echeverría, Sarmiento no escribe para un público refinado y selecto sino para todo el pueblo. De ahí que lo suyo constituyera un doble desafío: no bastaba con escribir de manera tal de ser entendido, era necesario luchar para construir un hábito de lectura.
El público al que con tanta insistencia invoca en casi todos sus textos, es una preocupación siempre presente: “la población asciende a 30.000 habitantes por lo menos. De éstos los 25.000 ni saben leer: corriente, quedan 5.000. De éstos a 4.000 se les ha olvidado por falta de ejercicio, o lo que es lo mismo, porque no se había publicado nuestro periódico. De los mil que quedan, a 600 no les importa nada lo que nosotros escribamos”. La hipótesis, publicada en el primer número, es que El Zonda podía contar con 50 suscriptores.
No conforme con calcular cuántos lectores, los editores de El Zonda se arriesgan a conocer y dar a conocer en el segundo número quiénes son, entre los cuales aparecen como mayoritarios los comerciantes, hacendados, abogados, literatos y poetas, en tanto son minoría las personas de oficios, los troperos y carreteros, y, por supuesto, las “matronas y señoritas”, categorías en las que se ordena a las mujeres a las que exceptúa de la lectura de todo el periódico pero para las que el propio Sarmiento escribe textos especialmente confeccionados, acomodando el discurso con apelaciones a la conversación y a la confidencia, en un tono que -más cálido e íntimo- se aleja de la impetuosidad y prescinde de la ironía que caracteriza los escritos no dirigidos a mujeres. Para atraerlas como lectoras se identifica en sus inquietudes (las que pueden tener y las que el autor considera que deben tener), las representa, escribe y firma como ellas.

Una empresa a pérdida

De la misma manera que para todas las publicaciones periódicas de la época en el país, no puede hablarse en el caso de El Zonda de una empresa cuyo objetivo fuera lucrar. Tan es así que justamente esta característica es la que ironiza Sarmiento cuando en el primer número hace un cálculo en torno del dinero que ganarían los editores con la venta del periódico. Sin embargo, más allá de la ironía, todo indica que Sarmiento y sus amigos estimaban que, con un capital inicial para el papel del primer número, en adelante los costos podrían cubrirse con las suscripciones. Estas se registraban en la misma imprenta o en un café. Lo cierto es que, a pesar de lo afirmado en torno de que no podía esta publicación ser un mal negocio puesto que era un “horrible monopolio”, El Zonda no consiguió ni siquiera las 50 suscripciones que habían calculado sus editores. Aquí resulta de interés destacar que, a pesar de compartir con las publicaciones de la época la característica de ser una empresa de la que no se podía pensar vivir, es claro que el grupo que publica El Zonda sí está convencido de que los periódicos deben poder financiarse a través de la venta de sus ejemplares.

Cierre y testamento

En la interpretación de algunos historiadores, no fue solo la falta de suscriptores lo que provocó el cierre definitivo de El Zonda. Para la época de publicación de este periódico, estaba en vigencia todavía en San Juan un decreto en el que, en 1825, Salvador María del Carril había contemplado la posibilidad de que cualquier habitante pudiera imprimir periódicos, si el editor encomendaba su venta a la imprenta del gobierno para que ésta se cobrase y beneficiara con el producto. A este recurso legal quisieron acogerse Sarmiento y sus compañeros, pero sus alegatos se estrellaron contra la interpretación de Benavides, que insistió en cobrar por la impresión de cada pliego una suma que los editores no podrían reunir.
Otros analistas -e incluso el mismo Sarmiento- interpretan la actitud de Benavides sólo un pretexto para sacarse de encima a este grupo que con sus ironías había pasado ciertos límites, como la publicación de un verso satírico que parecía aludir a la esposa del mismísimo gobernador.
Cerrado El Zonda, que se despidió de sus lectores con un recordado testamento, los jóvenes se dedicaron al estudio y la discusión de textos, así como a conspirar contra la tiranía.

Sin competencia

Al momento de la aparición de El Zonda no había otros periódicos en San Juan. Los que habían existido a partir de 1825 (año de adquisición de la imprenta) habían sido humildes publicaciones de vida efímera y aparición irregular.
En Buenos Aires y el resto del país, para el año en el que aparece El Zonda, la mayoría de los medios impresos habían dejado de salir y sus responsables habían debido exiliarse, perseguidos por Rosas. De hecho la época del gobierno rosista es la que menos publicaciones registra en todo el país.

Una plataforma política

Los seis números de El Zonda aparecieron con una estricta periodicidad semanal. Sin embargo ésta puede interpretarse como periodos de entrega de materiales para la lectura, a modo de capítulos de una obra extensa, que bien podría haber estado escrita con anterioridad. Son escasísimos los textos que hacen referencia a hechos ocurridos en la semana transcurrida entre una publicación y otra.  No han faltado autores que afirmen que, en realidad, los textos de El Zonda constituyen un programa de gobierno, una verdadera plataforma política que después Sarmiento intentaría aplicar al frente de la gobernación de San Juan.

El periodismo para Sarmiento

El periodismo es, en la época de Sarmiento, una actividad exclusivamente masculina, ejercida en general por jóvenes ilustrados que -a excepción de Sarmiento- tenían otras claras metas profesionales. No se utiliza la palabra “periodista” (sí redactores o editores) para identificar a los ejecutores de esta tarea que en ningún momento es caracterizada como una profesión u oficio, pero a la que se le da una gran importancia.


             Guillermo Collado Madcur y Cecilia Inés Yornet: Docentes e investigadores de la UNSJ.

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El Zonda, de Domingo Faustino Sarmiento se publicó solamente en seis ediciones.
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