Fue gobernador de San Juan entre julio de 1966 y agosto de 1968. Lo designó en ese cargo el Ejecutivo nacional, que en esos años era ocupado de facto por el general Juan Carlos Onganía. En este texto se relata una anécdota que pinta las costumbres de este mandatario.
Edgardo Gómez fue un gobernador muy particular.
Considerado como un intelectual del altísimo nivel, sabía “ver” los problemas de la provincia. Fue en su gobierno que se planificó y se hicieron los estudios del dique de Ullum.
Ricardo Basualdo, que fue ministro de Economía del “Plomo”, como le llamaban sus amigos, solía decir;
—Edgardo es el hombre que mejor analiza el pasado sanjuanino pero si yo quiero saber del futuro político, lo consulto para hacer lo contrario, siempre se equivoca.
Contrario a lo que transmitía su imagen, Gómez era un hombre cálido, de conversación muy agradable. Pero era “pechugón”. Esto iba con su personalidad. Era irremediable.
Por ejemplo, nadie le pudo hacer entender que la gente veía mal que a las 10 de la mañana el coche del gobernador estuviera estacionado frente a la Plaza 25 de Mayo, sobre la vereda norte de la calle Rivadavia, donde no se podía estacionar.
Pero para Edgardo era un rito comenzar el día haciéndose afeitar por Posatini en el Club Social. Y no cambió el hábito por estar en la Casa de Gobierno.
La anécdota que vamos a relatar fue contada por quien fuera ministro de Economía de Gómez, el ingeniero Ricardo Basualdo.
Resulta que Gómez y Basualdo estaban en Buenos Aires y el gobernador le dijo a su ministro:
—Ricardo, quiero que me acompañes pues tengo una entrevista con el general Imaz.
Imaz era el gobernador de Buenos Aires y, como todo militar, hombre estricto en las formas y el cumplimiento de los horarios.
—¿A qué hora es la entrevista, Edgardo?
—A las 10.
—Son las 9, tenemos que salir ya pues para llegar a La Plata vamos a demorar una hora.
—No hay problemas. Primero me voy a afeitar.
Afeitarse significaba ir a Harrods, donde Edgardo se afeitaba cuando estaba en Buenos Aires.
Se hicieron las 10 y Gómez salía de la barbería recién afeitado.
—Ya llegamos tarde Edgardo. Vamos.
—Esperate que quiero tomar un cafecito.
El cafecito fue otra media hora de demora.
El caso es que recién a las 11, el coche con Gómez y Basualdo salió rumbo a La Plata.
Al pasar el Puente Pueyrredón lo esperaban dos coches y una moto con sirena de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
Al llegar a La Plata los recibieron con honores y los hicieron pasar al despacho del gobernador. Era mediodía y el general Imaz estaba con una cara de perro que mataba.
—Veo que se le ha hecho tarde, gobernador.
Edgardo Iba a dar alguna explicación pero Imaz cortante, se adelantó:
—Ya es hora de almorzar, pasemos al comedor.
La charla durante el almuerzo fue bastante fría.
Edgardo había pedido la entrevista para solicitarle al gobernador bonaerense un avión para realizar un relevamiento aéreo relacionado con los estudios del dique de Ullum.
Llegó la hora de los postres y Gómez pasó a hacer el “pechazo”.
Imaz, que ya venía juntando bronca por el atraso, se limitó a escuchar. Luego se levantó y dijo:
—Perdóneme, gobernador, tengo que atender un asunto. Enseguida vuelvo.
Y nunca volvió.
Los dejó a Gómez y Basualdo comiendo el postre y sin respuesta al pedido.
(Contada por Ricardo Basualdo)