Desde hace casi 26 años, publica en El Nuevo Diario una columna en la que prioriza lo simple de la vida, ya que sostiene que siempre termina siendo lo más importante.
“Electrotécnico industrial, casi ingeniero, algo de arquitecto y amo de casa”, así se define Gustavo Ruckschloss, autor de la columna semanal “Algo de alguien”, que desde hace casi 26 años es publicada por El Nuevo Diario.
Caminador eterno, amante de la “no velocidad”, los pájaros, las flores y lo simple, sostiene que “escribo lo que escribo, no sé si para los demás o para mí o las dos cosas. Por ahí, hay temas que están decididamente dirigidos a los demás y otros que son muy personales, como hablar de mi sobrina porque me encariñé con ella. En general, me gustaría recordar la honestidad, la no velocidad, la simplicidad y saber que no hace falta ser supermillonario para ser feliz”.
—¿Qué te llevó a hacer foco en lo que no siempre se aprecia de la vida?
—Supongo que por las vivencias y la formación que tuve, sumado a un cierto entrenamiento que me condujo a ver otras cosas entre las muchas lindas que hay en la vida. Por conveniencia o por interés o por lo que sea, nos muestran una parte nada más. Por mi forma de ser, fui mirando las otras…
—Quizás por tu manía de caminar mucho la ciudad podés apreciar más estas cosas.
—Ahora está de moda, pero yo camino desde antes de esta moda. Caminar me sirve para cambiar la velocidad, porque en este mundo si las cosas no son rápidas no valen. Cuando camino lo hago a la velocidad que puedo y no a la que el mundo quiere que anden las cosas. Eso me permite mirar a lo mejor más detenidamente cosas que a otra velocidad no se verían. Si vivo enfrente de un televisor no sé si existen las rosas. Me permite saltar un charco, ver la mugre y ver chicos jugando. Si no caminara me perdería toda esa vista.
—Tus columnas son como un cuadro de la realidad que mirás.
—La acuarela obliga a captar la primera imagen de manera espontánea y no se puede volver atrás, el paso que diste es el que vale. Mis columnas son acuarelas habladas. Quizás algún día haga una acuarela decente si practico. El único mérito que tiene mi columna es que la escribí a lo largo de 26 años y algo aprendí y algunas veces hasta sale bien.
—Vivir más despacio se impone como una moda: si no hacés esto, no podrás ser feliz y la gente a veces se siente en una encrucijada, como que no puede elegir.
—Eso de no poder elegir es una de las cosas que a mí me incomodan de la vida actual: Casi nada se escapa de la imposición, hasta en la vida hogareña confundimos lo deseable con lo obligatorio y a cualquiera le subleva que lo obliguen a algo. Como viejo insolente, me resisto a ser impuesto ya sean a las modas o a las costumbres. Por ejemplo, la ecología es una moda y ¡no tenemos la menor idea de qué es la ecología! Seguimos comiendo chatarra y creemos que por consumir un yogurt diet se van a talar 20 árboles menos en Brasil.
—Pero da mejor imagen sostener ese discurso “pro”.
—Muchas veces me dicen: “Caminás porque tenés tiempo”. Tengo el mismo tiempo que todos pero si tengo que pagar un precio por caminar, lo hago con gusto. Si en lugar de 100 cosas al día, puedo hacer 80, las hago caminado. Aparte de gastar zapatillas, me sirve para pensar. Si estás manejando o insultando al jefe, no pensás operativamente y no te queda lugar para la rosa o el pajarito, porque cuando te das cuenta, se acabó el día y te la pasaste corriendo. Hay muchas cosas que si queremos, las podemos hacer, pero primero ponemos el “No”. Muchas veces escucho: “El hospital no anda bien porque no tenemos plata”, cuando para la mayor parte de las cosas importantes en esta vida no necesitamos plata. Nadie provee ingenio y esfuer- zo…
—¿A quién le gusta esforzarse en esta sociedad?
—A nadie. Y al tiempo lo tenemos ocupado en otra cosa. Por eso somos también un pueblo poco solidario, porque para ser solidario tengo que disponer de mi tiempo para otros. Es un problema de enseñanza y no me refiero al sistema educativo solamente, sino a quienes trasmiten valores: desde el mozo que te atiende mal hasta el director de escuela que no va nunca o los señores médicos que por tres horas quieren ganar como 50 peones, como si no fueran tan ciudadanos como el obrero.
—El ser humano, en general, comprende esto frente a una crisis, que le permite, quizás luego de un proceso doloroso, dar un orden de prioridad a las cosas. Qué fácil sería si fuera cultivando esto desde chicos.
—Claro, sin necesidad de pasar crisis… Esa debiera ser una de las formas de educación, pero los maestros están presionados por un gremio obtuso y dirigidos por una funcionaria a la que sólo le interesa llenar planillas. Además, la maestra no se ocupa de esa parte de la educación porque sólo le da tiempo para enseñar a sumar y a restar, no siempre bien.
—Lo cierto es que la escuela ya no sólo da instrucción, sino que las maestras deben ocuparse de la salud y de la comida de sus alumnos, entre otras funciones que le fueron sumando a la tarea docente…
—A los 150 entes que tienen bienestar social, de esto o de lo otro que no sabés para qué sirven. Sí, sirven para el bienestar de otra gente, ¿no?
—Esos irónicos interrogantes sonlos que planteas en tus columnas ¿qué sentís al compartirlos con los lectores?
—Me interesa escribir sobre los temas trascendentes con esa agudeza que me caracteriza. Me interesa, primero, que la columna tenga un orden y una ironía de acuerdo al tema que trate. Estamos en un mundo complejo y cuando pregunto algo, me gusta que me contesten para entenderlo; entonces se me ocurrió que decir las cosas de manera simple, con alguna anécdota, me permitía llegar a más gente. No porque pretenda ser un tipo conocido, sino porque tiene que ver con mi forma de ser, no quiero excluir a nadie. A veces nos parece que escribimos o trabajamos para la clase media instruida y no es así.
—Mayorías que excluyen minorías.
—Un ejemplo de esto son los colectivos: el tipo que vive en Media Agua o Alto de Sierra y que es analfabeto, no sabe qué colectivo tomar después de 50 años porque el que tomaba lo han llenado de florcitas y de carteles. Algo que queda muy lindo en una ciudad cosmopolita, pero no para el que vive en Alto de Sierra y ya no sabe si es el 4, el 12 o el 15. Todo en esta sociedad está dirigido para el joven, el buen mozo, el inteligente, para el que tiene plata, para el que tiene velocidad… ¿Y el otro? Yo quiero que lo poco y malo que escribo lo entienda todo el mundo
—Lo que empezó como una terapia para vos es, luego de 25 años, el reflejo de lo que le pasa a un montón de gente.
—Fui percibiendo eso a lo largo del tiempo pero no le di importancia porque sería vanidoso de mi parte. Sí me alegra cuando el vendedor de zapallos del mercado de Rawson se para y me dice: “Eh, don, estuvo muy buena la columna de tal cosa”: Eso me llena de gusto y no sé si tiene que ver con la trascendencia formal o con lo que sea. Quizás si viene el ministro de Educación y me pone una condecoración, me gustaría, pero no lo disfrutaría de la misma manera.
—¿Alguna vez pensaste en reunir todas las columnas en un libro?
—Eso debe ser el anhelo de todo el que escribe algo. Podés haber escrito un millón de cosas relativamente buenas, pero si no lo metés en formato de libro no te pueden llamar escritor. En el mundo marinero, lo que importa es tener barco. No importa si es un trasatlántico o un bote. Sería lindo reunir todo en un libro y decirles a mis hijos: “Miren acá está el título de escritor”.
—¿Escribís sólo una columna por semana o varias y luego seleccionás?
—En general, tengo un montón de temas: algunos escritos, otros sólo en un ayuda memoria, otros medio hechos o los títulos y de acuerdo al apuro los voy sacando. Respeto algunos temas que tienen que ver con las efemérides; ésos son los únicos que selecciono: fin de año, el día de la desaparición de Raúl Tellechea, salvo que me ocurra algo en el momento.
—Si pudieras hacer un ranking, ¿cuáles serían los temas que más interesan?
—Escribo lo que escribo, no sé si para los demás o para mí o las dos cosas. Por ahí, hay temas que están decididamente dirigidos a los demás y otros que son muy personales, como hablar de mi sobrina porque me encariñé con ella. No hay un motivo, un método… En general, me gustaría recordar la honestidad, la no velocidad, la simplicidad y saber que no hace falta ser supermillonario para ser feliz. Y por otro lado, me gusta recalcar que es mejor lo que hace uno que lo que viene hecho. Para mí son valores que quiero que perduren.
—Están de moda las recetas: hay que comer diet, hacer Pilates, plataforma vibratoria, dejar de fumar, caminar y la gente que no llega con su sueldo a fin de mes y que tiene 3 o 4 hijos que mantener, piensa: “Entonces, ¿yo nunca podré ser feliz?”
—Hay un refrán de mi abuelita —a la que no conocí pero a la que le echo la culpa de todo— que dice: “Una persona inteligente disminuye sus necesidades para disfrutar de sus libertades”. Todo tiene solución, sentate a pensarla y decidite a pagar los precios que cada libertad tiene. si no tenés tiempo de estar con tus hijos, dejá uno de los 14 trabajos que tenés con el objetivo de comprarte una 4x4 y tirate de panza a jugar con tus hijos. No es una posición filosófica, sino simplemente sentido común: Si te va mal en la vida, parate y fijate qué pasa.
—Parar a veces significa perder en este mundo veloz.
—Las cosas complicadas se pueden desmenuzar hasta hacerlas simples. Las cosas importantes se deben hacer de arriba hacia abajo; es una ley de oro que se conduce de arriba para abajo. Así como en un hogar hay una estructura jerárquica, lo mismo ocurre en todo. Cuando desde el gobierno se toman medidas o no, nos afectan a todos. Y hablo de todos: la directora de la escuela de mi hijo, el policía de la esquina, un ministro que hace malversación de fondos y deja a miles sin sueldo… Si en lugar de entregar 500 computadoras, que no sabemos a quién van a parar les construyéramos 500 destiladeros a la gente que consume agua contaminada, estaríamos logrando niños mucho más inteligentes para el futuro.
—La política a veces no tiene sentido común.
—Para mí la política no es buena ni es mala es como el palo: Dios no habló del arma, pero dio la rama. Si querés buenos resultados, hacé buenas políticas. Estoy seguro que sila Unión Soviética hubiera estado manejada por argentinos, en lugar de 60 años hubiera durado 15 días. Los argentinos no tenemos calidad de dirigentes, ni empresarios ni políticos.
—Los dirigentes no bajan de la estratófera, son parte de nuestra sociedad.
—No es que sea pesimista, pero mientras no cambiemos la fábrica no cambiarán los resultados.
EL HOMBRE DEL APELLIDO IMPRONUNCIABLE
“Ruckschloss es de origen alemán y significaría algo así como la cerradura de atrás de la puerta del castillo”, cuenta Gustavo. “Mi padre era un ingeniero alemán y antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial, emigró. Sabía seis idiomas y los fue poniendo en práctica saltando de país en país hasta que llegó a la Argentina”, recuerda y agrega que aquí trabajó en las primeras empresas de energías del país.
“En uno de los viajes a San Juan conoció a mi mamá. Se casaron y siguieron viajando mucho tiempo, pero yo nací acá”, explica.
La sangre alemana se mezcló con la andaluza, “con todo bueno y lo malo que esto implica: contradicciones entre lo sentimental y latino con lo analítico de lo germano, pero de las mezclas a veces salen cosas buenas”, ironiza.
PERFIL
Nombre completo: Gustavo Walter Ruckschloss
¿Qué te gusta leer?: “Me gusta leer de todo. Soy muy enciclopédico. No soy un versado en literatura, lo que me da cierta libertad de mezclar cierto lenguaje técnico con las florcitas y los pajaritos”.
¿Qué te gusta escuchar?: “Me gusta escuchar música, provenga de donde provenga. Si en la radio hay buena música, soy capaz hasta de aguantarme a un mal locutor”.
¿Qué te gusta ver?: “En televisión, porque mis horarios me dejan libre muy tarde, veo Discovery o, cuando engancho, una película buena y noticieros. No veo programas cholulos, que no son de mi gusto pero tienen derecho a existir”.
¿Cocinás?: “Antes, cuando vivía mi madre, cocinaba más que ahora, pero cuando hay que hacerlo, cocino”.
Plato preferido: “Soy omnívoro. Me gusta la tortilla de papas o las papas a la española. Son menos las cosas que no me gustan: los mariscos, los pescados y no tomo vino. Lo que me hace un rara avis. Tampoco tomo café”.
¿Cómo te gustaría que te recuerden?: “Bien”.