Alrededor del año 1958 se realizaban continuas fiestas ruidosas en una finca de Pozo de los Algarrobos, Caucete.
Para llegar allí había que atravesar varios parrales por un callejón. A esas fiestas concurrían, como es natural, hombres y jóvenes mujeres ataviadas con costosos vestidos. Muchas utilizaban minifalda y zapatos de altos tacones. Eran esbeltas, con delicados maquillajes. Cualquier hombre, aunque fuera maduro, seguro que se largaba un lance”.
Parece ser que estas reuniones bailables se realizaban con el desconocimiento del propietario de la finca. Las organizaba el contratista, a quien se lo conocía como muy afeminado. La sorpresa de la gente fue al enterarse que tales jovencitas eran hombres, todos homosexuales.
Un viernes, el director de Investigaciones, comisario inspector Marcos A. Bravo, recibió a un joven de movimientos sueltos y de efusivas expresiones. Enseguida el funcionario se dio cuenta que frente a él se encontraba un homosexual.
—Diga amigo, ¿qué es lo que necesita?
—Vengo a hacer una denuncia de una fiesta familiar que tendrá lugar mañana sábado en Pozo de los Algarrobos.
—Bueno, ¿qué tiene de raro esa fiesta? A lo mejor se trata de algún acontecimiento.
—Señor director. Lo raro de esta fiesta es que habrá un casamiento entre hombres. Luego se realizará un baile con abundante comida y bebida. Después... Bueno, usted que es policía me entiende.
—Dígame joven, cuál es su nombre y por qué hace esta denuncia?
—Me llamo Joselito Espinoza y le cuento esto porque no he sido invitado a la fiesta.
Antes de retirarse el joven denunciante, dio a conocer lugar, hora y los nombres de la mayoría de los concurrentes, al igual que los de los nuevos desposados. Tal noticia se presentaba bien teniendo en cuenta que eran casos muy raros.
Con tiempo designó una comisión con dos movilidades y a la vez dio instrucciones sobre el procedimiento.
Antes del anochecer del sábado ya estaba en apresto la comisión policial encabezada por el oficial Miguel Mereles e integrada por los empleados Pablo B. Montaña, Juan C. Robledo, Julio A. Castro, Emilio Conturso, Arrabal y Roca. Con los datos obtenidos, les resultó fácil llegar a la finca señalada y luego entrar hasta la vivienda. Esta se encontraba profusamente iluminada, con algunas lámparas de color. Ya se encontraban nueve hermosas chicas y un solo varón.
Una de las mujeres, al ver acercarse los vehículos, gritó “Ya vienen los muchachos”. Se escucharon algunos aplausos y gritos de júbilo. Pero todo terminó súbitamente y hubo expresiones de desilusión al establecerse que quienes aparecían eran policías esgrimiendo armas. Algunos trataron de escabullirse entre los parrales, pero el intento resultó frustrado por los zapatos con tacos y las polleras ajustadas.
Todos fueron detenidos, no sin antes comprobarse que eran hombres. La policía encerró a los homosexuales en una habitación y quedó a la espera del “novio” e invitados. Alrededor de las 22.30 se observaron luces de vehículos que avanzaban por el callejón, haciendo sonar repetidamente las bocinas para anunciar la llegada. Eran dos automóviles que se estacionaron en un amplio patio, de los cuales descendieron jóvenes elegantemente vestidos. Algunos llevaban matracas y otros botellas de sidra y champagne. También hubo expresiones de desazón al ver a la policía. Tanto las chicas como los varones, fueron trasladados hasta la Seccional 9a. de Caucete, donde quedaron detenidos.
Publicado en especiales El Nuevo Diario el 25 de agosto de 1995. Edición 721 |