Ya montonero ya vulgar malhechor, Santos Guayama significó para San Juan durante dos décadas un inquietante problema policial y político.
Había nacido en la región lagunera de Guanacache y fue autor de correrías sin cuento en los llanos de La Rioja y las travesías de San Luis y norte de Mendoza.
Fue elemento de la montonera del general Peñaloza y una vez deshecha esta formación se transformó en vulgar asaltante de caminos. Tuvo en jaque a varios gobiernos.
Hijo de madre de pura sangre huarpe, algunos dicen que era hijo no reconocido de Carlos King de Rivarola, edecán del general Benavides. Otros, en cambio, creen que era hijo de Gregorio Guayama, blanco mestizo o de un criollo Diaz que más tarde se casó con su madre.
Robusto, de ojos y barba negra, penetrante mirar y dotado de extraordinario magnetismo sobre hombres y mujeres, Guayama era jefe de una banda de bandidos que tan pronto se presentaba en una ciudad y después de escarmentar a la policía con algunos degüellos, pasaba a saco las casas de comercio. O aparecía de pronto en las travesías y asaltaba una caravana, pasaba a cuchillo a los hombres y se apoderaba del botín.
Cuentan que se hizo amigo del cura Brochero. Ahí habría cambiado y comenzó a dar a los pobres, haciéndose una aureola El 26 de julio de 1878 se advirtió al entonces gobernador Agustín Gómez que Guayama estaba en San Juan y hacia proselitismo por el doctor Carlos Tejedor para la presidencia de la Nación. Esto ya comprometía a las autoridades locales.
En el mes de diciembre, cuando doblaba la esquina de Tucumán y Laprida, en pleno centro de la ciudad, fue reconocido a la distancia por el jefe de Policía Pedro Cortínez.
Rodeada en el acto la manzana, fue capturado por un piquete de quince soldados al mando del capitán Mateo cuando se encontraba en la casa de don Lisandro Lloveras.
—No voy a permitir ésto—, dijo el gobernador Gómez al ser informado.
Inmediatamente se lo intentó detener mientras Lloveras exigía:
—No pueden entrar a mi casa sin una orden de allanamiento...
Se lo llevaron lo mismo a Guayama pese a las protestas y lo alojaron en el cuartel de San Clemente, donde fue sometido a proceso.
Antes de dos meses, Guayama promovió una sublevación de presos. Hubo tiros, alboroto y muertos.
Sofocado el motín, vino una orden de arriba:
—Lo fusilan de inmediato.
Así, sin formalidad alguna, fue ultimado el bandolero.
Cuando se le preguntó a Gómez en base a qué ley había ordenado la ejecución, fue muy directo:
—Hay leyes que hay que escribirlas con la punta de la espada.
Extraída del libro “El lado humano del poder, anécdotas de la política sanjuanina”, de Juan Carlos Bataller, publicado en marzo de 2006