Aquel lunes 7 de noviembre de 1921 había sido agotador para el gobernador Jones.
Sentado en un sillón de su domicilio particular, el gobernador dialogaba con algunos de sus hombres más cercanos. Estaba el jefe de Policía, Honorio Guiñazú, el ministro Justo Zavalla y uno de sus colaboradores, José Palermo Riviello.
—Doctor, yo creo que debemos tomar recaudos porque las amenazas continúan...
—¿Le parece, doctor Zavalla?
—Hoy mismo llegó al ministerio un anónimo que indicaba que usted debe dejar inmediatamente San Juan o será asesinado por traidor a la patria chica.
—Nunca falta un loco... –, dijo el gobernador.
—Duerma tranquilo viejito, que nada ha de pasarle mientras haya al frente de la policía un águila como yo. –, fue el comentario de Guiñazú.
En ese momento se oyó un fuerte ruido y vidrios que saltaron cerca de donde conversaban los hombres.
—Se cayó un cuadro –, dijo Zavalla.
Era un cuadro con una caricatura del gobernador. Todos los presentes advirtieron como se ensombrecía el rostro de Jones que permaneció un rato sumido en profundas reflexiones.
Luego, muy bajo, se lo escuchó decir:
—No soy supersticioso pero este es un mal presagio...
Al salir de la reunión Zavalla comentó a los otros participantes:
—Es raro que un científico como el doctor Jones sea supersticioso pero ¿vieron cómo se puso?
Cinco semanas más tarde moría el gobernador.
Extraída del libro “El lado humano del poder, anécdotas de la política sanjuanina”, de Juan Carlos Bataller, publicado en marzo de 2006