El 11 de enero se cumplieron 24 años desde que el oficial Soria desapareciera. La policía y la justicia atraparon y condenaron a los cuatro miembros de la banda del “Alvarito” por su asesinato. El cuerpo de la víctima nunca fue encontrado. Los delincuentes fueron sentenciados gracias a sus confesiones. De ahí en adelante toda la investigación fue dudosa. Estas son las dos caras de una misma historia, que aún deja muchas dudas.
Cara: El 11 de enero de 1988 los cuatro integrantes de la banda del Alvarito, le robaron la camioneta al oficial inspector José Angel Soria y para lograr su objetivo terminaron asesinando al policía. Todo ocurrió esa madrugada de lunes, cuando los criminales provenientes de un aguantadero en Pocito, se toparon con la camioneta Ford F-100 del uniformado en el estacionamiento de una fábrica de Rawson.
José “Alvarito” Alvarez, Hugo “Huguito” Puebla Rodríguez, Adolfo “El Perro” Garrido y Eduardo “El Chocolate” González, se habían tiroteado con miembros de la Brigada de Investigaciones el sábado a la noche. La balacera fue dura, pero nadie salió herido en ninguno de los dos bandos. Los criminales ya no se sentían seguros en la provincia, por eso el domingo a la noche comenzaron a recorrer a pie la ruta 40 desde Pocito, buscando robarse una movilidad que los llevara hasta San Luis.
Cuando pasaron frente a la explanada de Industrias Chirino, observaron la camioneta en la que dormía una persona en su interior. Se acercaron, lo encañonaron con su arma y lo hicieron bajar del vehículo. El conductor se identificó como José Soria, un oficial de policía que se encontraba haciendo adicionales de vigilancia nocturna en esa fábrica.
Un instante después sonó el estallido de un arma, y Soria recibió un disparo en la espalda y cayó desplomado. Algunos aseguran que fue un solo balazo en el medio de la espalda, otros dicen que fue uno en cada hombro. Lo cierto es que los criminales se abalanzaron sobre la víctima, le quitaron su arma reglamentaria, lo levantaron y lo tiraron dentro de la caja cerrada de la camioneta.
Tomaron por la ruta 20 rumbo a Caucete, llevándose al herido con ellos. Cuando llegaron al puente carretero, la movilidad se quedó sin combustible. Los criminales se bajaron y llevaron al oficial Soria con ellos. El policía rogaba por él y su familia, viendo la intención de sus captores de matarlo. Recibió otro disparo a la altura de la nuca y luego fue tirado por la baranda del puente.
Soria, todo ensangrentado, logró aferrarse con una mano a una viga del puente y continuaba pidiendo por su vida. Los cuatro asesinos no dudaron y descargaron una balacera sobre el padre de tres hijos, cuyo cuerpo terminó en el lecho del río San Juan. Hoy, días después de cumplirse 24 años de lo sucedido, el cadáver de José Angel Soria aún no fue encontrado.
Los cuatro malvivientes siguieron camino a pie hacia Caucete. En el Control Forestal tomaron un pequeño colectivo que los llevó hasta El Encón. Recién a las 11 de mañana de ese lunes subieron a un ómnibus de Autotransportes San Juan que iba rumbo Buenos Aires. Se bajaron en la terminal de la ciudad de San Luis, donde permanecieron unas horas.
De allí se dirigieron a un conocido aguantadero que se encontraba a las afueras de esa capital, lugar en el que permanecieron escondidos más de 20 horas, hasta que se decidieron a volver a la ciudad. Aseguran que los miembros de la banda pasaron la noche en un cabaret de mala muerte y tuvieron contacto con personajes del mundo criminal puntano.
Fueron esos mismos “amigos” los que alertaron a la policía de esa provincia, que de inmediato dio aviso a personal de la Brigada de Investigaciones sanjuanina, que llegó rápidamente. Personal de ambas fuerzas de seguridad montaron un operativo en inmediaciones del aguantadero. Este era un rancho bastante pobre que se encontraba en las afueras. Cuando los criminales volvieron de la “fiesta”, fueron rápidamente inmovilizados y detenidos.
Ya en la sede policial puntana, Alvarito, Huguito, el Perro y el Chocolate confesaron el crimen del oficial Soria. Por separado cada uno contó la misma historia de cómo le quitaron la vida al oficial inspector. Horas después fueron trasladados a San Juan, donde gran cantidad de personas los esperaban para repudiarlos por lo que habían hecho.
Luego tuvieron su paso por la justicia ante el magistrado Carlos Horacio Zavalla, donde los cuatro asesinos habrían repetido sus confesiones y agregados más datos sobre lo sucedido. Durante el juicio en que se los condenó a prisión perpetua, la prueba más importante que tuvo la fiscalía para culparlos del crimen, además de sus confesiones, fue que al ser arrestados en San Luis tenían en su poder el arma reglamentaria de la víctima.
Mientras tanto, siguió la búsqueda del cuerpo de Soria en el cauce del Río San Juan. Por más de tres semanas se hicieron todos los esfuerzos posibles para encontrarlo, pero todo fue en vano. El cadáver nunca fue recuperado y esa situación continúa siendo una herida sin cerrar para familiares y amigos del oficial.
Ceca: Hay un viejo cuento que satiriza el accionar policial en este país. Aseguran que una vez se reunieron los miembros más destacados de las policías estadounidense, inglesa y argentina. Era una competencia para demostrar cuál de las tres instituciones era la mejor del mundo. La idea era soltar un conejo en una ciudad, y luego de una hora, salir a buscarlo, y quien más rápido la encontraba, ganaba.
Primero les tocó a los “yanquis”. Sueltan el animal, esperan una hora e inmediatamente los efectivos norteamericanos salen en su búsqueda. Pasan diez minutos, quince, veinte, y a la media hora vuelven con el animal en su poder. Enseguida es el turno de los ingleses. El mismo procedimiento que el anterior, y comienza la búsqueda por parte de los investigadores británicos. Pasan diez minutos, quince y a los veinte los orgullosos policías vuelven con el conejo en cuestión.
Mismo procedimiento para la policía argentina. Comienza la búsqueda y pasan diez minutos, veinte, media hora, una hora, dos horas y hasta seis horas tardaron para presentarse en el punto de salida. Allí llegaron los efectivos nacionales cargando un chancho todo golpeado que gritaba “soy un conejo, soy un conejo”.
Esta situación que representa este cuento, muestra un poco lo que sucedió con el accionar de la policía sanjuanina cuando investigaron el asesinato de su colega, José Soria. Hay muchas aristas del actuar policial en ese momento que dejan muchas dudas y que son la “ceca” de la parte oficial de esta historia.
Para empezar hay que dejar constancia que la única confesión que realizaron los detenidos fue en una comisaría de San Luis y sin presencia legal que los asesorara. Según cuenta la crónica policial, los cuatro “asesinos” coincidieron en sus declaraciones de como mataron a Soria. Ninguno de ellos dio una versión distinta, ninguno de ellos se declaró inocente, ninguno de ellos dijo haber disparado contra el oficial. Es decir, fue la confesión perfecta.
Increíble. No debe haber en la historia de casos policiales una coincidencia tan grande entre cuatro asesinos y un deseo tan grande de decir la verdad por parte de personas que se jugaban pasar la vida en prisión. A partir de estos testimonios tan “claros” de los malvivientes se construyó el caso en su contra.
Lo cierto es que cuando llegaron a San Juan, las coincidencias no se repitieron. Aunque los medios se aseguraron de decir que si, que los cuatro volvieron a repetir ante el discutido juez Zavalla (fue destituido por el caso de las violaciones en El Pinar), las mismas confesiones que en San Luis, las versiones desde adentro del juzgado aseguraban que los protagonistas empezaban a contradecirse entre ellos.
¿Qué cambió de San Luis a San Juan? ¿El chancho que decía que era conejo, volvió a decir que era chancho una vez que se sintió asesorado legalmente? ¿Cómo tomaron los policías y la justicia sanjuanina este cambio de declaraciones de los hasta ese momento “seguros” asesinos de Soria?
Las contradicciones hechas en el despacho del juez llevaron a que él mismo quisiera realizar la reconstrucción del hecho para verificar definitivamente los dichos de los acusados. La orden judicial se efectuó para el día 19 de enero. La misma se haría en el playón de Industria Chirino, lugar donde empezó la tragedia para Soria.
La reconstrucción iba a empezar a las 23, pero ese horario no se pudo cumplir. Cuando los policías fueron a buscar a la banda del “Alvarito” al Penal, se encontraron con un motín. Los presos de Chimbas dijeron que no dejarían que se llevaran a los acusados de la cárcel, porque tenían miedo de que la policía los matara en venganza de lo que le había sucedido a su compañero.
¿Qué habrán visto los otros convictos de Chimbas, que temían por la vida de los acusados? ¿Estaba tan golpeado el chancho, que veía un policía y se moría de miedo? Lo cierto que esa noche se llenó de tensión, a tal punto que la guardia de infantería empezó a rodear el Penal con la seria intención de sacar a los acusados por la fuerza si fuera necesario. Todo se calmó cuando llegó un funcionario judicial y dio garantías directas del juez sobre la salud de los presos.
Finalmente la reconstrucción se hizo, pero terminó diferente de cómo había comenzado. Uno a uno los detenidos fueron cambiando sus “confesiones” y diciendo algo distinto de lo que pasó, y hubo dos de ellos que negaron haber participado en el hecho. Uno de los que negaba fue el propio Alvarito, el que aseguran que después declaró nuevamente que “él solo lo había matado”. Más contradicciones.
El juez se enojó y levantó la reconstrucción y aseguró que no hacía falta repetirla porque el ya tenía bien en claro como había sucedido todo. Acusó a las autoridades del Penal por haber alojado a los acusados con presos comunes en vez de haberlos tenido aislados como era su orden. Tan esclarecedores son los dichos de Zavalla, que pareciera que dijera: “que nadie hable con ellos, para que sigan manteniendo su confesión”.
Finalmente, los cuatro fueron a juicio y fueron sentenciados a prisión perpetua. Como dijimos más arriba, la prueba que los condenó fue tener en su poder el arma reglamentaria de Soria. Ni siquiera se pudo comprobar con cuál de todas las armas con que los atraparon habrían matado al oficial, ya que al no recuperarse el cuerpo, no había forma de saber de qué arma provenían las balas que lo mataron.
También es cierto que el juicio no fue oral y público, porque en esos años todavía no se habían implementado, por lo tanto poco se pudo saber de lo que sucedió allá adentro. Es por eso que de todo el relato oficial de lo que pasó queda muchas dudas y que aún hoy para la opinión pública, quedan sin responder.
Será quizás por esta forma que tenían los policías de aquella época de pintarlo todo como negro y blanco, bueno y malo. No había grises en esas historias. Alvarito era para la policía un delincuente peligrosísimo capaz de todo, seguramente si le preguntaban a alguien cercano a él le dirían que no era más que un chico de 16 o 17 años.
Lo bueno sería que la policía también se manejara para adentro con el mismo concepto. Es decir, si los criminales son los malos, que los policías sean los buenos. Pero como todos sabemos, esto no es así. La confianza se construye y la participación de tantos agentes de policía sanjuaninos en hechos delictivos ha servido para que la confianza en ellos no abunde.
Lo cierto es que Alvarito y sus cómplices se les habían escapado de las manos varias veces a la policía y los habían dejado mal parados frente a la sociedad por no poder atraparlos. La “cana” se las tenía “jurada”, decían los acusados y no iban a dejar pasar ninguna oportunidad para “cobrársela”.
Pero además de esta sensación de “ojo por ojo y diente por diente” que quedó flotando en la detención de estos criminales, también hay otras preguntas que quedan sin respuestas. ¿Cuántos casos se conocen en que para robar un vehículo se dispare por la espalda al conductor? ¿Para qué se llevaron a Soria con ellos si finalmente lo iban a matar? ¿No era más conveniente matarlo de una vez y esconder el cuerpo y seguir viaje? ¿Cuántos y quiénes son finalmente los que le dispararon a Soria?
Todas estas preguntas y otras que se pueden realizar al respecto, no pueden ser respondidas por un hecho central como es la ausencia del cadáver del oficial. Pero tampoco pueden ser respondidas por la mala investigación que se hizo al respecto. Por los malos y deficientes procesos policiales y judiciales que se realizaron. En la actualidad ningún juez tomaría como cierto lo dicho por un acusado en sede policial sin presencia por lo menos de un abogado defensor. Dudaría de todo y no seguiría el “guión” que le fuera entregado cerrado y terminado como fue en este caso.
Esto es así, porque el sistema de justicia funciona así. Son tan importantes los derechos de los victimarios como los de las víctimas, para asegurar el mejor proceso posible para llegar a la verdad de lo sucedido, y que los encargados de impartir justicia y sus auxiliares (la policía) no se comprometan modificando los hechos según su conveniencia.
Las dos caras de este caso dejan en evidencia el mal accionar de unos y de otros. Los criminales y su salvajismo para asesinar al oficial, y el de las autoridades por su falta de apego a la ley que hicieron que la investigación fuera incompleta y dejara muchas dudas. Mientras tanto, el oficial José Angel Soria lleva 24 años sin estar junto a su familia y posiblemente nunca se sepa a ciencia cierta que pasó esa madrugada del lunes 11 de enero de 1988.
La banda del Alvarito
Alvarito: José Alvarez, era el único sanjuanino de este grupo de criminales. Sus primeras fechorías las cometió en la Villa Hidráulica. Antes había entrado y salido de instituciones para menores. Fue en el reformatorio de Guaymallén que conoció a los otros miembros de su banda. En esa misma ciudad de lo acusó de intentar matar a su novia. En San Juan estuvo muchas veces en la Comisaría del Menor y en el sector para Menores Peligrosos del Penal de Chimbas. Su época “más pesada” junto a sus cómplices comenzó en 1987. Los casos más conocidos fueron los asaltos a mano armada a la familia Alemany , al repartidor de cigarrillos José Molina, a un sucursal de la heladería Habana en Rawson y a un joyería de Pocito. De su condena a prisión perpetua, Alvarito solo cumplió algunos meses, ya que el 13 de junio de 1988 se fugó del Penal. El 20 de junio se enfrentó con miembros de la policía en la zona de El Mogote, Chimbas, y murió acribillado.
Huguito: Hugo Osvaldo Puebla Rodríguez, es oriundo del barrio Olivares de Mendoza. Quizás el más peligroso de los tres. Estaba acusado de por lo menos tres homicidios. Entre ellos, al igual que el Alvarito, de tratar de matar a su concubina. Era menor de edad pero dos años más grande que el sanjuanino. Falleció el mismo año en que asesinaron a Soria. Fue el 15 de noviembre de 1988 por una afección al hígado en el Penal de Chimbas.
El Perro: Adolfo Garrido tenía la misma edad que el Alvarito en la noche del crimen. Reconocido por la policía por sus intensos ojos azules, también tenía un gran prontuario a pesar de su corta edad. También estaba acusado de tres homicidios y quince robos y hurtos. Oriundo de la provincia de Buenos Aires y radicado desde muy chico en Mendoza, recuperó la libertad por este crimen, pero luego fue detenido varias veces por otros hechos. En la actualidad se encuentra prófugo.
El Chocolate: Es el único que todavía sigue detenido en Chimbas. Se le unificaron varias causas por robos a mano armada y todavía sigue purgando pena. Se dice que en los próximos meses empezaría a tener salidas vigiladas de la cárcel. Nació en Las Heras, Mendoza, y en momentos del asesinato del oficial tenía un amplio prontuario por robos y hurtos. Luego en salidas domiciliarias cometió otros ilícitos que le costaron nuevas penas de prisión.
Esta nota fue publicada por el periodista Omar Garade en Tiempo de San Juan el viernes, 20 de enero de 2012 |
Una adolescencia trágica "Soy el diablo", respondía el Alvarito cada vez que golpeaba la puerta de su blanco y del otro lado le preguntaban quién era. No llegaba a los 15 años ni al metro cincuenta de estatura, cuando el muchacho, que engrosó los archivos más oscuros de la historia delictiva de la provincia, ya tenía su propia banda. Según los relatos policiales nunca le tembló la mano a la hora de empuñar un arma y murió como vivió: a puro fuego. El Alvarito nació en un hogar humilde y honesto, pero eligió otro camino, según dijo su propia madre hace una década. Las crónicas policiales de la época cuentan que su carrera delictiva la comenzó a los 10 años, en la década de los "80, cuando en la provincia reinaba la tranquilidad y hasta ese momento no se había registrado ningún antecendente de una banda de delincuentes conformada por menores. A partir de los 12 años su derrotero creció de manera feroz. Pasó por un Instituto del Menor en Mendoza, por matar "accidentalmente" a su novia y luego se fugó. Su banda criminal hizo historia y se la conoció como la Banda del Alvarito. Estuvo integrada por "Huguito" Puebla Rodríguez, Adolfo "El Perro" Garrido y "El Chocolate" González. Fue en 1988 cuando al intentar robar una camioneta en la Ruta 40, la banda mató al policía Angel Soria y lo arrojó al río. Su cuerpo nunca fue encontrado. Por eso fue a la cárcel y a los 4 meses el Alvarito se fugó. El 20 de junio de ese mismo año, la Policía dio con él y, tras un tiroteo, lo acribilló a balazos. Esta nota fue publicada en Diario de Cuyo el 20 de abril de 2011 |