Un hombre golpeó en la cabeza a un comerciante hasta desmayarlo y creyéndolo muerto huyó después de sacar el dinero de la caja y varias prendas de vestir. El hecho fue investigado por un periodista de diario Tribuna, quien llegó a la conclusión que la clave para resolver el caso la tenía el sacerdote que recibió su confesión. Una nota de Pedro Morales
Don Eugenio Reverendo era un inmigrante español que llegó a San Juan con su flamante esposa Aurita Toso en un viaje de luna de miel que duró toda la vida.
Con el tiempo, Eugenio y Aurita echaron raíces y aquí nació María del Carmen, la conocida profesora, periodista y escritora que trascendió en el mundo de la literatura con el seudónimo de Silvana Roger.
Don Eugenio tenía una tienda de ropa ubicada sobre calle Laprida, entre Alem y Catamarca, justo enfrente de la plaza. En la vereda opuesta había una parada de taxis y de ese lado de la plaza salían también los ómnibus que llevaban hasta Caucete.
Hacia 1960, don Eugenio tenía 65 años, diez más que su esposa. Cierta tarde de enero de ese año, el matrimonio recibió con la amabilidad de siempre a un hombre de unos 27 años que buscaba camisas. Su porte era importante y por el corte de pelo el comerciante supuso que se trataba de un policía. Esa posibilidad también pasó por la cabeza de doña Aurita, quien observó que llevaba unos borceguíes similares a los que usaban entonces los uniformados sanjuaninos.
De la conversación surgió que se casaba muy pronto y por eso necesitaba la camisa para la ceremonia y alguna corbata elegante. El hombre estuvo varios minutos, pidió algunas prendas y seguramente aprovechó el ingreso de una clienta que pagó su mercadería, para estudiar los movimientos de los dueños de casa y la ubicación de la caja. Después de probarse varias camisas, el hombre se fue sin comprar nada.
El regreso del cliente que se casaba
El 1 de febrero a las cinco de la tarde, el hombre volvió. Don Eugenio estaba solo y lo reconoció de inmediato.
—Vengo a comprar la camisa para el casamiento. Me gustaría que me baje aquellas— le dijo señalando una estantería que estaba detrás del comerciante.
Apenas se dio vuelta, el comerciante sintió un fuerte golpe en la cabeza que lo tiró al piso. No se sabe si fue un fierrazo o un “cachazo” pero el resultado fue una herida de varios centímetros la que manaba abundante sangre.
El herido tuvo la inteligencia de “hacerse el muerto”, mientras el hombre lo pateaba.
El ladrón tomó varias camisas, corbatas, calzoncillos, más 800 pesos que había en la caja y huyó. Reverendo estaba al borde del desmayo por la cantidad de sangre que había perdido. Se arrastró como pudo hasta la vereda y uno de los taxistas que estaba en la plaza lo vio. Pidió ayuda a otros colegas y lo cargaron hasta el sanatorio Laprida, que quedaba casi al lado.
El conocido médico radical Faustino Sisterna estaba de guardia y fue quien lo atendió y le hizo diez puntos en el cuero cabelludo. Por la sangre perdida le tuvieron que hacer trasfusiones, también.
María del Carmen Reverendo, la hija periodista de Eugenio, recibió en el diario Tribuna el llamado de un vecino. “Venga, que han matado a un tendero enfrente de la plaza Laprida, es el de la casa Reverendo”. La joven sintió que las piernas le temblaban pero muy pronto recibió otro llamado para confirmarle que su padre estaba vivo.
Un periodista que investigaba como policía
A pesar que el agresor había sido visto tanto por Eugenio como por su esposa Aurita y que ambos coincidían en que parecía policía, los investigadores insistían en mostrarle fotos de jovencitos menudos que no se le parecían. Eso hizo que Reverendo comience a desconfiar ante la posibilidad que la policía proteja al delincuente si se trataba de un colega. Finalmente desistieron de hacer la denuncia.
De todos modos, quien siguió investigando por su cuenta fue el periodista de Tribuna Alejandro Carrión. Le decían “el comisario” por su carácter, por sus contactos y por su forma de investigar cada hecho que tomaba con la pasión de un policía de la brigada.
Nadie sabe cómo consiguió el dato pero Carrión supo muy pronto que el delincuente que había atacado al padre de su compañera María del Carmen efectivamente se había casado y que en la confesión previa a la boda que se había realizado en la parroquia de Trinidad, el hombre había contado todo.
El párroco de la iglesia de Trinidad era por entonces el padre José Luis Maggi. El sacerdote fue abordado por Carrión para que brinde los datos a la policía como para individualizar al agresor del comerciante. Pero Maggi se amparó en que esos datos formaban parte del secreto de confesión y se negó a hacerlo.
Dicen que el periodista insistió varias veces y que incluso llegó a “apurar” al cura tomándolo de las solapas para que deje de proteger a un delincuente. Maggi se mantuvo en las suyas e incluso se negó a proporcionar la lista de las bodas celebradas en la parroquia en esos días, por lo que no había forma de ubicar al autor del hecho. Sin denuncia y sin datos relevantes, el agresor siguió su vida sin sobresaltos.
La consagración de la impunidad
La presión del periodismo no alcanzó para esclarecer el hecho y el grado de impunidad alcanzado por el delincuente fue tanto que poco después de difundido por el diario el dato de la parroquia, el hombre volvió a la tienda de la calle Laprida y se paró a mirar desde la puerta. Eugenio lo reconoció y a pesar que se miraron a los ojos supo disimular su sorpresa y siguió como si no lo hubiera visto. La señora de Reverendo también lo recordó y cuando ambos se preguntaron si convenía llamar a la policía, decidieron que no.
—Ese te viene a provocar… o a terminar lo que no pudo- fue la reflexión de Aurita.
El hecho marcó a los Reverendo para toda la vida. La hija de Eugenio, María del Carmen, relata que cuando su padre tenía ya 84 años y estaba próximo a morir, se despertaba sobresaltado y contaba que había soñado con “el bandido” que era como le llamaba siempre a su agresor.
María del Carmen dice que todavía cuando sube al colectivo y ve a alguien de 70 a 75 años, todavía se pregunta si ese anciano será el que casi mata a su padre.
No hay dispensa sobre la confesión Todavía hoy, el secreto de confesión es inviolable. Desde el Arzobispado de San Juan, un especialista confirmó que no existe dispensa a lo que se denomina “Sigilo en el secreto de confesión”. Tanto es así que la Iglesia tiene varios mártires que murieron torturados por no revelar datos expresados bajo confesión. La Iglesia Católica no sólo no permite violar el secreto sino también pena al sacerdote que comete la violación, sea en forma directa (proporcionando datos identificatorios) o indirecta (cuando se dan elementos generales que pueden conducir a la identificación del individuo). Como ejemplo se refiere el caso de un sacerdote excomulgado por revelar datos que permitieron identificar a un asesino de la mafia italiana. |
Fuentes:
Publicado el viernes 23 de octubre de 2009 – El Nuevo Diario – edición 1412
Publicado en La Pericana el viernes 28 de abril de 2017. Edición 56