No siempre a las armas las carga el diablo. En un lamentable hecho ocurrido en marzo de 1989, un sujeto quiso hacer creer que el disparo que realizó contra una niña había sido cometido por accidente. La investigación luego demostraría que no era inocente. Por Alejandro Sánchez
Alejandra Gabriela Palacios tenía 9 años. Vivía con su madre y cuatro hermanos más. Su padre, Juan Carlos Palacios, ex jugador de Peñarol, había viajado a otra región por razones de trabajo. Luego del almuerzo, Alejandra se dirigió a un negocio cercano para comprar un mapa, acompañada por su hermanita Elbia, que en aquel entonces contaba con casi dos años.
Tanto de ida cómo de regreso, ambas hermanitas debían pasar por el frente de la vivienda ocupada por Enrique Esteban Gómez, apodado “el loco Quique”.
Este individuo, casi marginado por los vecinos por sus malos hábitos, se hallaba detrás de la ventana de su casa, desde donde observaba el desplazamiento de Alejandra, a quien la llamó por su nombre.
La niña hizo un giro en repuesta a tales indicaciones y en esos momentos Gómez le efectuó un disparo con su arma a una distancia muy cercana. El proyectil dio de lleno en la región frontal y la niña cayó al suelo, afirmada a la pared de la vivienda, manando abundante sangre de la herida. .. ..
La detonación y el llanto de la hermanita menor que corrió desesperadamente en dirección a su casa, fueron advertidos por algunos vecinos, que inmediatamente acudieron en auxilio de la víctima, la que fue trasladada al Servicio de Urgencia del Hospital Rawson. Ei ingreso de la herida a este nosocomio se produjo alrededor de las 13.30. Allí permaneció con vida hasta las 15, hora en que dejó de existir.
Los vecinos salieron a buscarlo
Tras cometer el crimen, el “loco Quique” permanecía escondido en su casa. Vecinos del lugar que habían auxiliado a la víctima y otros que se enteraron de lo sucedido, formaron un numeroso grupo y se dirigieron en busca del individuo, esgrimiendo garrotes y objetos contundentes. El propósito era lincharlo. Los exasperados vecinos pretendieron derribar la puerta. Fue en ese momento que apareció una patrulla de la Seccional Segunda, alertada por la guardia policial del Hospital Rawson. Mientras se procuraba dispersar y calmar los ánimos de los vecinos, el autor del homicidio aprovechó la confusión para huir por los fondos en dirección a las vías del Ferrocarril Belgrano. De esta manera consiguió eludir a sus perseguidores y se escondió en la vivienda de su concubina.
Se sospechaba que el escondite del prófugo no podía estar muy lejos. A la búsqueda se agregó personal del Comando Radioeléctrico y también de la Brigada de Investigaciones. Mientras se cumplía esta tarea por las inmediaciones del canal Benavídes y las vías del ferrocarril, los vecinos, aún con pretensiones de tomar venganza, llegaron a la vivienda de Gómez y le prendieron fuego.
Momentos después, una dotación de bomberos al mando del oficial Tejada; procedió a extinguir el fuego, pero no logró evitar el destrozo de la vivienda y de los escasos muebles. Después de varias horas de intensa búsqueda, la policía llegó al domicilio de la compañera del homicida, donde lo sorprendieron escondido debajo de una cama. Inmediatamente fue trasladado hasta el Departamento Central de Policía, esposado y a la vez protegido de cualquier intento de agresión por parte de los iracundos vecinos, que en todo momento también procuraron ubicarlo. El detenido fue puesto a disposición del Primer Juzgada en lo Criminal y Correccional, por entonces a cargo del doctor Ricardo Alfredo Conte Grand.
Encontrar el arma era lo fundamental
A pesar de los interrogatorios que se cumplían en la Brigada de Investigaciones, Gómez mantenía su posición en cuanto a desconocer la ubicación del arma utilizada en el crimen. Ya con cierta experiencia en el trajinar delicitivo, el detenido sabía que el revólver era una prueba fundamental para su proceso y condena.
No obstante, la policía había intensificado la búsqueda por los alrededores de la vivienda de Gómez y fue necesario que Hidráulica cortara por un día el agua del canal Benavídes, donde se hizo un rastreo con resultados negativos.
Los investigadores estaban seguros que el escondite del arma no podía estar muy lejos de la vivienda del acusado. En los fondos estaba el pozo negro utilizado como letrina. Uno de los bomberos que componía la dotación, asegurado con cuerdas y provisto de linterna se introdujo al pozo. Después de varios minutos consiguió encontrar el arma, que resultó ser un revólver calibre 32, marca Rabiexdia, N° 37292, con tres proyectiles, uno servido. De esta manera quedó acreditada la última prueba fundamental, que fue agregada al proceso.
Gómez, en un primer momento había intentado disimular el homicidio declarando que se trataba de un accidente, pero al verificar sus antecedentes se estableció su autoría en un crimen registrado en Chimbas y también otros dos intentos y además con varias entradas a la policía. Con estas pruebas y luego con el hallazgo del arma, quedó descartado que el hecho hubiera sido accidental y Gómez no pudo eludir a la Justicia.
Un “loco” con mala historia La planilla sumarial de Enrique Esteban Gómez revela una abultada nómina de entradas a la policía y también a la cárcel de Chimbas. La comunidad lo identificaba como un hombre irascible y de un carácter agresivo. Con estos antecedentes, mantenía una distancia con los vecinos y también con algunos familiares. Últimamente mantenía relaciones sentimentales con una niña de 17 años de edad y según el comentario era quien procuraba sujetarlo de sus andanzas delictivas. Gómez registra intentos de homicidios entre los años 1976 y 1978. En 1982 resultó ser autor de un crimen en la zona de Chimbas. Una noche había concurrido a un baile de la zona, donde mantuvo una acalorada discusión con Evaristo Daniel Vera. El “Loco Quique” fue el primero en retirarse del local antes de que finalizara la fiesta y se quedó disimuladamente en las inmediaciones a la espera de Vera. Cuando éste se encontraba en la calle, Gómez le disparó un balazo hiriéndolo en la garganta y provocándole la muerte. A raíz de este hecho, el homicida fue condenado a 8 años de prisión y recluido en el Penal de Chimbas. |
Muerto en su ley Fue muy comentada la condena impuesta al “loco Quique”. A todos les pareció benévola, teniendo en cuenta el hecho cometido. En un primer momento estuvo recluido en el pabellón de seguridad porque era reconocido por su carácter irascible a veces incontrolable. Esta situación lo llevó a mantener continuas escaramuzas con otros internos del penal. Se habían cumplido casi cuatro años dentro de la cárcel sin que se haya hecho acreedor de alguna conmuta. Una noche del día viernes 11 de junio del año 1993, el personal de guardia escuchó gritos y ruidos de luchas en uno de los sectores internos. La rápida intervención del personal carcelario obligó a un grupo de recluidos a correr a sus respectivas celdas, quedando tendido en el piso, sangrando. Había sido atacado con puntas. La víctima fue trasladada a la sala de urgencia del hospital Rawson donde horas después dejó de existir. Presentaba múltiples heridas cortantes y punzantes en distintas partes del cuerpo. La investigación a cargo del propio director del penal, señor Fontiveros, permitió establecer que el autor de la fatal agresión resulto ser Juan F. Celán, quien purgaba condena por asalto y robo, ignorándose el móvil que dio lugar a la gresca. |