Fue mensajero de los detenidos durante el proceso militar. Salvó la vida de numerosos jóvenes pero fue denunciado por otro sacerdote y el comandante Menéndez ordenó su captura “por subversivo”. Entrevista publicada en El Nuevo Diario, en la edición 1434 del 7 de mayo de 2010
Con no más de un metro cincuenta y cinco de altura, una voz muy potente y un marcado acento español, va de un lugar a otro queriendo saber todo lo que pasa a su alrededor. Pablo Ares, es el fundador del Colegio San Francisco de Asís. Recuerda como don Leopoldo Bravo, le cedió a la congregación un terreno abandonado y allí edificó el establecimiento en 1964. Más que por su labor educativa como franciscano, el fraile es reconocido por personalidades de la política, sindicalistas, militantes que fueron detenidos durante la última dictadura militar por la ayuda que les brindó cuando estuvieron detenidos. Con nostalgia e impotencia por la injusticia que se cometió recuerda a algunos de los “jóvenes que fueron detenidos por pensar distinto, por ser Montoneros o de izquierda”.
Fiel a sus convicciones siguió con su trabajo evangelizador dentro de la cárcel, pero sumando una actividad que pudo haberle costado la vida: llevaba cartas de los detenidos a los familiares. Esto originó que el comandante del III Cuerpo de Ejército con sede en Córdoba Luciano Benjamín Menéndez, pidiera su captura.
El Nuevo Diario, entrevistó al fraile Pablo Ares, quién reconoció que “se salvó por la intervención Divina, si no hoy no lo estaría contando”.
—¿Cómo tomó contacto con los detenidos por el proceso militar?
— Era capellán de gendarmería, por este motivo yo iba a visitar a los presos. La cárcel en ese momento estaba bajo la autoridad de Gendarmería Nacional. Entre los detenidos se encontraban César y José Luis Gioja. No los conocía con anterioridad. Primero conocí a César y luego a José Luis, a los dos visité. Estaban en celdas separadas.
—¿Cómo los recuerda?
—Eran personas muy buenas. Cristianos, con sus ideas políticas que no tenían nada fuera de lo normal. Iba todas las semanas un ratito. Cuando salí de allí en mi segunda o tercera visita, se me ocurrió ir a hablar con el comandante de gendarmería que no recuerdo el nombre ...y le dije que me parecía injusto que estuvieran detenidos. Consideraba que eran muy correctos, sencillos, trabajadores, humanos. Si eran peronistas... yo no veía cuál era el problema.
—¿Qué le respondió?
—No me dijo nada, sólo me miró. Yo seguí manifestando que sólo aquellas personas que transgreden las normas, quienes delinquen esos debían estar detenidas para corregirse. Y le pregunté ¿qué delito cometieron estos jóvenes?
— Era una época difícil ...
— Sí era muy complejo no lo vamos a negar. Era el único que podría entrar allí, por mi hábito. Había numerosos detenidos que estaban incomunicados... su angustia principalmente era porque sus familias no sabían cómo estaban y ellos no sabían cuál sería su destino. Esa incertidumbre creo que era lo que más los angustiaba.
—¿Podía ver a todos los detenidos?
—Entraba en todas las celdas aún en la de aquellos que no eran católicos, los saludaba y ellos con todo respeto respondían.
—¿Realizaba confesiones?
—Sí, charlaba mucho con todos los detenidos, me decían que era muy abierto, distinto creo que era ... ¡va éramos todos jóvenes!. En esa época el gobernador tendría unos treinta años... un muchacho con muchos ideales. Mi acercamiento fue siempre con un objetivo cristiano, necesitaban ser escuchados.
“Menéndez ordenó mi captura por subversivo”
— Ellos lo recuerdan de una manera especial
—Es por algo muy simple pero que en aquellas circunstancias para ellos fue significativo. Fue un acto humanitario con personas a las que yo consideraba que no debían estar detenidas… estaban encerrados ¡tan sólo por pensar! o por pensar diferente.
—¿Qué hizo para ganarse esa confianza?
—Los detenidos me daban a escondidas cartas para sus familiares. Yo las ocultaba en el hábito y luego las entregaba. Me respetaban mucho los gendarmes, nunca me requisaban lo que permitió sacar cuidadosamente las cartas. ¡Hasta que se armó la gorda…!
—¿Por qué?
—Esto lo supo Luciano Benjamín Menéndez, comandante del III Cuerpo de Ejército con sede en Córdoba quien pidió mi captura. A pesar de lo grave de la situación tuve buena suerte por la intervención Divina porque sino no lo estaría contando.
—¿Qué sucedió?
—Esa orden la recibió el coronel que estaba asignado en San Juan quien antes de mandarme a detener fue a preguntar sobre mí a monseñor Ildefonso María Sansierra. Este me llamó desde la Curia, alarmado y algo asustado me dijo ¡Pablo ven inmediatamente! Yo pregunté ¿monseñor qué pasa? Y repitió con firmeza ¡Ven!. Al llegar me dijo ¿qué has hecho? Te quieren meter preso. ¡Ve hablar con el coronel… pregúntale que ha sucedido! ¿Pablo, qué haremos? ¡esto es grave! Fui, al ingresar a su despacho me acerqué a saludarlo y le dije “Buen día, mucho gusto aquí está el subversivo Pablo”.
—¿Qué le respondió?
—Me recorrió con la mirada expresando “yo no dije que usted fuese subversivo, pero sí que habló con uno de los mayores subversivos de la República Argentina”. Nos quedamos mirándonos unos segundos que parecieron una eternidad …hasta que le contesté “mire coronel yo habló con muchas personas, sin preguntarles si son subversivos o no. Yo no habló de política y ahí me interrumpió diciendo ¡sé quién usted y qué hace!
—¿Las cartas pueden haber contenido información o alguna manifestación comprometedora?
—Me las entregaban para sus familiares, me contaban lo que decían o a veces las leía, no creo que hubiesen escrito algo comprometido.
—¿Los detenidos le contaban cuando eran torturados?
—No. Podía circular por el interior de los pabellones dialogando con los internos, pero nos vigilaban.
—Había una intolerancia muy marcada en ese momento.
—Sí, es incomprensible cómo podían detener a buenas personas ¡¿nada más que por su pensamiento?!
—¿Cuándo tuvo contacto con los detenidos alguno le manifestó que temía morir o desaparecer?
— No, estaban más preocupados por la familia que de sí. Su única comunicación con el exterior era yo.
—¿El ejército o la policía allanaron la parroquia?
—No. Pero por mis visitas a la cárcel empecé a ser más prevenido y cauteloso en mi trato con la gente.
—¿Buscaban protección en usted?
—Indirectamente puedo decir que sí, directamente que no. Eran muy cautos.
—Además de los hermanos Gioja ¿se reencontró con otros detenidos?
—Vino una persona hace medio año, se me presentó diciendo “usted me salvó la vida”. Recuerdo que este joven estaba tirado en calle Mendoza, los demás pasaban y no lo ayudaban. Estaba herido, lo tomé y llevé al hospital Rawson. Me dijo que no le dijera nada a su esposa porque estaba delicada de salud. Acotó “si no hubiese sido por usted habría muerto”. Eso fue durante la dictadura…cuánta insensatez se vivió.
—Los detenidos suelen destacar su ayuda.
—Por las cartas a sus seres queridos, además les llevaba cosas que les enviaban las familias. Yo los visitaba nada más. Mi pecado era que yo pasaba las cartas, a mi nadie me requisaba. No les podían llevar comida, ni plata. Siempre mi intención fue humana y cristiana, para estas personas que para mí estaban detenidas sin ningún motivo. Considero que no habían procedido de manera incorrecta frente a Dios.
“Me denunció un sacerdote”
—¿Tuvo problemas para ingresar a la cárcel?
—No. Pese a que el capellán oficial de la cárcel era el padre Antonio Mazzo, que fue quien me denunció.
—¿Por qué lo denunció?
—Esa es una buena pregunta. Yo me la hice frecuentemente. ¡No sé por qué me denunció! Creería que le estaba usurpando lo que a él le correspondía. Parece que Antonio consideró que yo era un subversivo peligroso porque pasaba las cartas.
—¿Cómo supo que lo delató?
—Me enteré después. Un gendarme que se había jubilado me dijo quién fue el que me denunció ante el comandante y eso llegó hasta Benjamín Menéndez.
—¿Era de su congregación?
—No, era un cura de San Juan. Solía estar también en el Cementerio.
—¿Recuerda a algún otro sacerdote que hubiese adoptado este tipo de actitud ayudando a los detenidos o que hubiese sido considerado peligroso?
—Hubo un cursillista que desapareció, era una muy buena persona. Lo capturaron y lo mataron. Es uno de los desaparecidos de esa época.
—¿Mazzo se disculpó por esa acción?
— No, nunca me dijo nada. El ya murió, se llevó su razón a la tumba.
—¿Recuerda a otras personas de las que estaban detenidas?
—Me acuerdo de (Enrique) Faraldo, (Eloy) Camus, eran varios.
—¿Qué le quedó de esa experiencia?
—Que siempre se debe actuar con justicia y verdad, no se puede castigar a quienes no cometieron delito alguno. Esas personas cumplían con la ley, eran honestas. Yo no podía ser parte de una injusticia.
—¿Se fue por su voluntad de San Juan o lo sacaron?
—No, fue mi voluntad. Estuve más de veinte años, fundé el colegio. En el año 58 se fundó la parroquia, estuve también dos años en Angaco. Era tiempo, pero no debo haber sido tan tremendo porque volví y me recibieron muy bien. Y aquí estoy hasta que el Señor disponga
Nota publicada el viernes 7 de mayo de 2010, en la edición 1434 de El Nuevo Diario