Mario Castro es uno de los periodistas más respetados y queridos en el mundo del deporte. A lo largo de décadas se ha transformado en un referente del relato y los comentarios de cuanto acontecimiento deportivo se realice en San Juan, en el país e incluso en países donde participe algún equipo sanjuanino. De sus cientos de anécdotas publicamos esta que pinta la trastienda de un mundo muy particular donde la pasión se mezcla con lo competitivo, la picardía y el humor.
Hubo una época brillante en el ciclismo de Mendoza, tanto que algunos ciclistas de San Juan viajaron y comenzaron a integrar equipos de esa provincia.
Era la década del 80 y recién empezaban a aparecer los equipos, antes había sido el ciclismo muy individual.
Hubo un ciclista de San Juan de unas condiciones enormes que tuvo como sponsor una avícola de Mendoza. Gano varias carreras hasta que llegó la prueba más emblemática que tenía y tiene el ciclismo mendocino, La Vuelta de Mendoza.
Ese ciclista nunca quiso tener compañeros, le gustaba correr solo. Ya aparecía el equipo de la cervecería de Mendoza, el equipo de Inza de Mendoza, que lo tenía a Antonio Matesevach como uno de sus líderes y varios equipos más.
Reitero, este ciclista sanjuanino corría solo. Pero ganó una de las primeras etapas y se puso primero en la general. Y solito fue aguantando los embates de los equipos importantes que le querían arrebatar el primer puesto.
Cuando llegó la etapa reina, que es la subida a los Caracoles de Villavicencio con tramos de 15 kilómetros de ripio, piedra suelta y tierra, le ofrecieron la posibilidad que algunos equipos que ya habían quedado muy atrás en el clasificador corrieran para él a cambio de dinero o de los premios, pero él les dijo que no, que ganaba o perdía la carrera, pero solo.
A muchos llamó la atención que nunca se sentó en el sillín, que iba permanente pedaleando, pero parado. En los tramos donde había piedra y ripio su cara era una máscara porque la tierra suelta, el polvillo y las lágrimas le iban mojando el rostro haciendo como una especie de máscara.
Nadie entendía por qué no se sentaba en el sillín. Siempre iba pedaleando parado sobre los pedales. Uno de sus ayudantes era un famoso sanjuanino al que siempre le gustó el ciclismo y que iba como mecánico, cambiando bicicletas o arreglando ruedas. Era muy alto, media casi dos metros y se había radicado en Mendoza. Todo el mundo del ciclismo lo conocía como el “tres pisos”.
En los últimos 6-7 kilómetros donde el ciclista pedaleaba parado sobre los pedales, “Tres pisos” corria a la par de él y le iba gritando y motivándolo. Nadie entendía por qué.
Cuando terminó la etapa me fui hasta la carpa para hablar con el ciclista que había perdido el clasificador de la primera posición en la general.
Lo estaban atendiendo. Estaba en posición ginecológica y sus testículos chorreaban de sangre.
Ahí comprobé por qué no se había sentado en más de 40 kilómetros pedaleando: se le había roto la piel, se le habían producido heridas en la bolsa de los testículos.
Comprobé la grandeza y la capacidad de ese ciclista.
Al otro día en la última etapa terminó, no recuerdo, si quinto o sexto, pero se ganó mi admiración y la de quienes vimos en ese momento cómo lo curaban. Un ciclista tremendo, de unas condiciones extraordinarias. En esas corridas con “Tres pisos” que lo acompañaba, le iba pidiendo que se bajara, pero él no quería saber nada y así terminó una Vuelta de Mendoza