Los pregoneros fueron una institución en la provincia. Las tiendas promocionaban sus ofertas por medio de estos personajes, que instalados en la puerta del establecimiento realizaban a viva voz la oferta de la casa, mechando con el chiste, el piropo o la frase oportuna para atraer al cliente hacia el establecimiento de su mandante. Cada uno a su estilo, con distintos acentos idiomáticos, pregonaba hora tras hora las promociones.
La costumbre fue considerada anticuada y molesta para los transeúntes de la ciudad moderna, una ordenanza municipal prohibió este tipo de propaganda sancionando, con multa pecuniaria de veinte pesos y cincuenta por reiteración, a todo comerciante que empleara pregoneros en su establecimiento.
Desde 1930 la radio, con la ventaja de penetrar hasta lo más íntimo del hogar familiar, había comenzado a desplazar el simpático trabajo de los locutores de la calle.