Nota de Eduardo Varela Dojorti publicada en El Nuevo Diario del 20 de septiembre de 1991, edición 526
En Jáchal, la mayor parte de las casas en el centro de la ciudad estaban construidas de adobe, y habían algunas que mantenían paredes de tapias perdurando por lo general el estilo colonial. Las puertas, ventanas, estaban hechas de madera de algarrobo. Todas estas mansiones se conservaban con una brillante presentación, y amuebladas encantadoramente. En la época actual muchas de estas casas se mantienen en perfecto estado de ser habitadas, como la casa que fue de la familia de don Reynaldo Nicolía.
Toda familia fue propietaria de lotes amplios que propasaban los 100 metros cuadrados de superficie con derecho de agua del río. Aparte de los sectores edificados, gran parte del terreno sobrante fueron aprovechados para colocar frutales, hortalizas, las señoras, y señoritas de aquel tiempo, eran entusiastas jardineras, cultivando con privilegio los rosedales.
No existía instalación de agua corriente, por la misma causa fueron comunes las letrinas, causantes en muchas oportunidades de la contaminación de enfermedades leoninas como la viruela y otras.
Las familias para obtener agua potable tenían en sus casas filtros que adquirían en los comercios de la zona. Estos filtros se componían de una vasija de piedra pome de una capacidad de treinta litros de agua. La vasija estaba empotrada en una armazón de madera de dos metros de altura, y en la parte baja se colocaba una tinaja para recibir el agua perfectamente destilada. En todos los hogares en los fondos de sus inmuebles construían pozos profundos de más de diez metros de circunferencia. Todos los fines de semana corría por las acequias el turno de agua de riego, aprovechando la gente para almacenar este líquido en estos pozos, que fueron sumamente útiles para las dueñas de casa, para poder proyectar las comidas diarias, y poder mantener el aseo propio, como igualmente de las viviendas.
La mayoría de las calles de la ciudad estaban empedradas con piedra bola, y existían cunetas con espléndidas arboledas, que contribuían a aplacar el calor cuando corría el viento zonda, como igualmente en los días bravos del pleno verano.
Todo el redondel de la plaza estaba rodeada de una verja de hierro de un metro y medio de altura, pintada de color verde claro. En todas las esquinas, y en las partes medias de la verja habían postes enterrados ahuecados al medio, donde metían una cruz de hierro macizo que los peatones hacían girar para entrar y salir libremente de aquel paseo público. Dentro de la plaza, y en los alrededores de la verja se veían rosedales maravillosos traídos de los jardines mágicos de la finca de los Varas en la Pampa Vieja. Desde larga distancia jachalleros, y turistas, contemplaban una gigantesca pirámide con mástil en la punta, donde siempre flameaba la bandera azul y blanca. Esta pirámide fue de la época de la fundación de Jáchal. Esta joya histórica colonial, fue eliminada en aquellos tiempos para modernizar la plaza, su eliminación fue severamente criticada por la sociedad jachallera, y por el periodismo sanjuanino. Frente a aquella pirámide se celebraban las fiestas patrias, actos escolares y culturales.
En la iglesia San José, los llamados a misa se hacían con matracas, y muchachos adultos salían con estos instrumentos, haciéndolos chillar por las calles principales de la villa.
En todos los hogares existían hornos adobados, y fue costumbre calentar estos hornos con jarilla. Los ramales de esta planta tan común en los campos cuyanos, contiene una sustancia gelatinosa de fácil combustión, que arde fácilmente ojalá estén recién cortados. Además contribuye para que el pan adquiera un sabor preferencial muy agradable. Los jachalleros recorrían las calles con numerosos burros cargados con abultados ramales, y ofreciendo su mercancía gritando: Jarillero, señora.
Los terratenientes jachalleros que vivieron en aquella época cereañosta. ganadera, vestían con elegancia exquisita y las camisas de cuello duro con corbata de moño, regían como moda generalizada y en los meses de invierno tenían como abrigo ponchos, mantas, de lana de guanaco, vicuña, llama, o de overuno. Las damas encumbradas usaban vestidos de tela fina, largos armonizados con tejidos realizados a mano. Las mujeres viudas lucían en forma permanente vestidos negros, y se cubrían la cabeza con un sombrerito recubierto con una manto también negro de seda, que cubrían también casi toda la espalda. Las joyas de metal fino, contribuían con brillantes, belleza, aumentar la delicadeza y sensibilidad de las jachalleritas.
Todas las clases sociales mantenían constante con resplandecientes aspiraciones para tratar de mantener y vivir en plena abundancia.
En la campaña en todos los hogares de gente criolla, existían los telares rústicos y las prendas que se tejían se vendían a precios sumamente satisfactorios. En los lugares alejados de la villa y en los distritos jachalleros, la gente campesina habitaba en ranchos trabajados con horcones de algarrobos y sus alrededores quinchados con ramas de chilcas o cañas y enlucidos con barro. Los techos llevaban barillas de álamo, también recubiertos con quinchos embarrados. Sus moradores los mantenían bien pintados, como igualmente higiénicos.
Esta gente humilde tenía criaderos de todas las clases de animales, como caballares, vacunos, cabrunos, ovejunos, gallinas, pavos, patos, gansos, gallinetas, y no faltaban los sembrados de trigo, cebada, maizales, etc.
Puede confirmarse con seguridad, que en ese Jáchal antiguo, no habían hogares donde cundiera la miseria y los mendigos eran poquísimos, entre ellos Pablo, mudo, deformado.
• Las diversiones
Los bailes de gala fueron generalizados y de alta jerarquía social. Los corsos de flores fueron fiestas originales, maravillosas, para organizarlos, las calles alrededor de la plaza de la villa, se cubrían con ramas verdes de pájaro bobo. En los desfiles intervenían carruajes tirados por magníficos caballares, estos carruajes eran vistosamente presentados. Los coches con las damitas, hacían el recorrido en forma contraria a los caballeros. La juventud de ambos sexos arrojaban flores, pimpollos de rosas, serpentinas. Los jóvenes solían remitir mensajes escritos, adheridos a los manojos de flores, y los piropos amorosos regían respetuosamente, transformándose en muchos casos en verdaderas joyas literarias.
En aquella época favorita estaban en plena vigencia las carreras cuadreras, las riñas de gallos, las tabeadas. Estos acontecimientos daban lugar a populosas reuniones de notoriedad realmente fabulosa.
Las celebraciones carnavalescas tanto en el centro de la villa, como en los lugares alejados también fueron novelescas, humorísticas, brillantes.
En la época que estamos comentando, ya existían en Jáchal varios molinos harineros, entre ellos el histórico molino huaqueño, construido por la señora Josefa Suárez de Dojorti, abuela de Don Buena.