Ana María Trujillano ha pasado a ser una mujer conocida en el país. Un fallo judicial, de pronto ha cambiado su vida. Los canales porteños, los diarios y las revistas han enviado periodistas para entrevistarla. La gente la reconoce en la calle y la saluda con afecto. En las reuniones de café se discute sobre la justicia o no del fallo del juez Ferreira Bustos, inédito en el país. Y no pocos abogados han opinado a través de los medios de difusión.
La siguiente nota fue publicada por El Nuevo Diario el 10 de abril de 1992 en su edición 552
Todo comenzó hace un par de semanas, cuando El Nuevo Diario publicó con exclusividad una nota sobre el fallo del juez Carlos Eduardo Ferreyra Bustos que condenaba a Nicolás Solis Castillo a pagar la suma de 15 mil pesos a Ana María Trujillano, como indemnización a raiz del daño moral causado por el incumplimiento de la promesa matrimonial formulada, al tiempo que ordenó la disolución de la sociedad de hecho existente entre ambos y que se formó con todos los artículos del hogar adquiridos entre ambos con aportes compartidos, así como la casa que construyeron con el fin de localizar allí el nuevo hogar.
A partir de la nota publicada en El Nueva Diario, la noticia creció como una bola de nieve. Las agencias noticiosas se hicieron eco de ella y el siempre formal diario La Nación llegó a incluirla en tapa.
Los primeros que llegaron a San Juan fueron los enviados de Crónica. Poco después los seguirían periodistas de Clarín, Noticias, los canales 11 y 13, el equipo de producción de Mónica Cahen Davers y otros medios. Las llamadas telefónicas se sucedieron sin interrupción en la redacción de El Nuevo Diario para establecer contactos o ampliar informaciones y nuestros colaboradores tuvieron que enviar urgentemente varios ejemplares en los que aparecía la nota, solicitados desde distintos puntos del país.
Hoy, decíamos, la vida de Ana María Trujillano cambió en algunos aspectos. Para la calle es “la mujer que tuvo el valor de dar la cara”. Algo no fácil en una sociedad como la nuestra, más aun tratándose de un tema tan personal. Con ella dialogamos en su humilde vivienda de la calle Maipú.
—¿Está contenta con lo que ha sucedido?
—No se trata de estar o no contenta sino de que no estamos tan desamparados como a veces se piensa. A mi nadie me devolverá los quince años de mi vida —en realidad ya son casi 20— esperando concretar un día el sueño de compartir una vida con alguien al que una quiso. Pero al menos, hoy puedo pensar en recuperar lo que me pertenece y que se repare en parte el daño causado por este asunto.
—Dígame, Ana María... ¿él nunca le dijo que no pensaba casarse con usted?
—En absoluto. Fue un cuñado mío quien me dijo que él se había casado. ¿Usted se imagina lo que es enterarse de esta forma tras 15 años juntos, en los que él venía a comer a casa, nos veíamos siempre, comprábamos las cosas para nuestro futuro hogar? No le deseo a nadie que pase por una experiencia similar.
—¿Usted trató de llegar a un acuerdo con él?
—Yo quise que me devolviera lo que había aportado. Pero mis reclamos nunca tuvieron respuesta favorable. El decía que todo le pertenecía, lo que no es correcto.
—¿Esperaba que el caso tuviera tanta repercusión?
—Nunca lo imaginó. Cuando vi la nota en El Nuevo Diario pensó que todo terminaría allí. Lo importante es que este caso puede servir de ejemplo para que otra gente que es engañada como yo lo fui sepa que puede defenderse y que quien actúa mal tendrá un castigo.
Para el abogado Dino Petrini, que además de ejercer su profesión en forma privada se desempeña como asesor legal del departamento de Tránsito, las cosas también han cambiado. En su estudio de la Avenida Rioja, donde el teléfono suena insistentemente, dialogamos con él:
—Vemos que tiene muchos llamados...
—Sí, me han hablado muchos colegas de diferentes puntos del país que quieren conocer más detalles del caso...
—¿Cuál es su especialidad, doctor?
—Daños y perjuicios
—¿Qué lo decidió a patrocinar a Ana María?
—Le confieso que en un primer momento iba a negarme a hacerlo. Pero al final decidí hablar con ella. Me explicó lo que le había ocurrido, vi la honestidad con que planteaba el caso, conocí detalles de su vida. Por ejemplo, vi su humilde casa en la calle Maipú, supe que cosía para afuera, conocí detalles de su modesta vida y me contó que sin embargo ahorraba dinero para conjuntamente con su novio construir la casa en la que vivirían cuando se casaran, para comprar los muebles, en fin. Decidí asumir el caso para que sirva de ejemplo a otros que pretendan no jugar limpio.
—¿Fue difícil el caso?
—Mire se trataba de un caso de características inéditas. Yo quiero destacar acá la sensibilidad y el valor del juez Ferreyra Bustos. El mérito es de él.
—¿Es consciente que el fallo puede ser apelado?
—Reconozco los derechos de la otra parte de hacerlo. Pero yo confío que la sentencia no será modificada.
Ana María Trujillano recibió una indemnización por incumplimiento de promesa matrimonial. Foto coloreado por AI por Miguel Camporro