Sucedió en el distrito Dos Acequias, en el año 1970. Todavía es un misterio qué llevó a uno de ellos a matar al otro en un furioso ataque callejero a traición. La siguiente nota de Walter Vilca fue publicada el 12 de julio en Tiempo de San Juan
Un accidente, alguien lo atropelló, dijeron. Fue lo primero que pensaron esa noche. Fermín Herrera estaba tirado al costado de la calle, con el cuerpo ensangrentado y su bicicleta al lado. Aún respiraba, de modo que sus familiares y vecinos lo trasladaron al Hospital Guillermo Rawson, pero el jornalero no resistió mucho. Al día siguiente falleció. El informe del médico de la Policía que examinó el cadáver, fue contundente. Herrera no había sido víctima de un accidente, lo habían masacrado a golpes.
Con ese misterio comenzó el caso de Fermín Nicolás Herrera, un jornalero de 29 años que la noche del jueves 2 de abril de 1970 fue encontrado moribundo a la vera de calle Rawson y frente al barrio SADOP, en el distrito Dos Acequias, San Martín. Nadie vio lo que pasó. Unos vecinos lo hallaron tirado y avisaron de inmediato a su familia, que corrieron asustados a auxiliarlo. Herrera agonizaba, ni siquiera pudo pronunciar palabras para contar lo sucedido. Y fue por eso que en principio supusieron que lo había atropellado un vehículo, que se había dado a la fuga.
El jornalero terminó en terapia intensiva del Hospital Guillermo Rawson y agonizó durante horas hasta que dejó de existir a las 15 del viernes 3 de abril. La Policía tomó intervención del caso y por orden del juez realizaron la autopsia. El médico legista de la Policía reveló que el hombre presentaba heridas en la cabeza y el rostro, pero se evidenciaba que no se trataba de lesiones de un siniestro vial. Por el contrario, eran golpes producidos con un palo y trompadas.
La conclusión: un asesinato. Los policías de la Seccional 19na dieron intervención a los efectivos de la Brigada de Investigaciones. Como suele ser el procedimiento, los investigadores comenzaron por entrevistar a los familiares y amigos de la víctima y poco a poco recolectando datos sobre los posibles enemigos que tenía la víctima. Entre esos testimonios salió el nombre de José Valerio Gómez, un vecino de la zona y alguna vez amigo de Fermín Herrera.
Era verdad, alguna vez habían sido amigos. Los dos estuvieron presos en el penal de Chimbas y se conocían desde chicos, pero algo hubo en el medio que los distanció y pasaron a tenerse un rencor tan grande que se transformaron en verdaderos enemigos. Las versiones recogidas en ese momento permitieron saber que se habían tomado a golpes un par de veces.
“Nunca supimos qué pasó. No sé si fue por un problema de mujeres o qué. Mi hermano había tenido problemas en la Policía, pero era muy bueno. Si alguien necesitaba una ayuda, él estaba ahí y colaboraba, así era con todos los vecinos”, recordó Marcos Herrera, uno de los hermanos menores de Fermín.
Este hombre que hoy tiene 70 años recordó que Fermín era uno de los mayores de sus ocho hermanos, todos trabajadores rurales. También contó que su hermano estaba en pareja en ese tiempo, que era un experimentado domador de caballos y sobrevivía haciendo changas en una finca.
Fermín Herrera andaba siempre en bicicleta y solía regresar a su casa antes de las 21. Tal parece, José Valerio Gómez sabía de esto. Así fue que preparó una emboscada para sorprenderlo de noche, en la oscura calle Rawson. En aquel entonces, esa arteria era de ripio y había muchos matorrales en los alrededores.
Gómez se ocultó entre los montes, mientras sostenía fuerte en una de sus manos una traba de parral. Quería tomarlo por sorpresa. Fermín no era un tipo fácil de enfrentar. “Mi hermano era grandote y corpulento. En cambio, Valerio era más delgado y chiquito. No iba a poder vencerlo fácilmente”, describió Marcos Herrera.
Fermín nunca sospechó que lo esperaban. Llegó pedaleando al caserío, cuando en una esquina, sin que lo escuchara, Gómez apareció por detrás. Le largó un solo garrotazo por la cabeza, que lo tiró de la bicicleta. No le dejó espacio ni tiempo para reaccionar, de inmediato se le fue encima. Lo que establecieron los investigadores fue que le propinó unos golpes de puño, pero, además, le pegó varias veces en la cabeza con el palo hasta que su rival quedó inconsciente. Como nadie lo vio, Gómez escapó corriendo.
Al rato, alguien encontró tendido en el suelo a Herrera, al lado de su bicicleta. Al otro día falleció y la Policía confirmó que había sido asesinado a golpes por otra persona. Los datos de la investigación llevaron a Gómez, a quien consideraban enemigo del fallecido. A los dos días lo detuvieron y éste no negó el crimen. Es más, confesó que fue una venganza por un problema que tuvieron entre ambos y relató la secuencia del furioso ataque que culminó en asesinato.
“Éramos chicos, poco me acuerdo. Sé que se conocían. No sé de dónde apareció ese hijo de mil put…, pero lo agarró por la espalda a mi hermano. Era la única forma de agarrarlo. Pero mi hermano no se merecía morir así. Lo mató por matarlo nomás”, expresó Marcos, que removió la tragedia familiar.
El juez Carlos Zavalla envió a la cárcel a José Valerio Gómez. Al año siguiente, en marzo de 1971, otro magistrado lo juzgó y lo condenó a prisión perpetua por el delito de homicidio calificado por alevosía. Esto último en razón de que sostuvo que Gómez actuó a traición y sin correr riesgo frente a Herrera, que al ser sorprendido por la espalda estaba indefenso y no pudo oponer resistencia. El homicida cumplió su castigo en el penal de Chimbas. Ahora bien, es una intriga qué fue de su vida después. Los Herrera dicen que no lo volvieron a ver por San Martín.
Fuente: tiempodesanjuan.com