A 77 años del sismo, conocé, en palabras de sobrevivientes y sus familiares, cómo se vivió el hecho que sacudió la capital provincial en 1944. Este artículo fue publicado en 2019 por Ministerio de Turismo y Cultura de la Nación
El 15 de enero de 1944 San Juan sufrió el sismo más grande de la historia argentina. Cerca de 10 mil muertos y una ciudad prácticamente desaparecida fue el saldo de este desastre natural que tuvo una intensidad de 7,4 grados en la escala de Richter, a una profundidad de 11 kilómetros. Las sanjuaninas Nora Miranda, Guillerma Balmaceda de Antuña y María Amelia Mansilla nos comparten sus recuerdos sobre ese día.
Los testimonios
Nora Miranda (78 años)
“Estábamos en un casamiento en Santa Lucía, una ciudad en el centro de San Juan, con mis abuelos, mis tíos, cuando se produce el movimiento. Yo estaba con mi abuela y mi hermana más chica. Tenía tres años pero de lo que recuerdo tengo grabada una pared que se balanceaba de un lado a otro, una pared de adobe, alta, que felizmente no cayó para el lado nuestro porque si no, nos aplastaba. Cuando empieza el movimiento mi abuela toma una silla –de esas que entonces se llamaban sillas materas, que eran más bajas que las comunes–, se sentó ahí y nos abrazó. Nos tuvo ahí todo el tiempo, abrazados, hasta que pasó el movimiento. Cuando terminó, una señora que estaba en la fiesta lloraba porque no encontraba a su hija. Cuando mi abuela abre el abrazo en el que nos tenía contenidos nos dimos cuenta de que estábamos nosotros y también esta nena, la hija de la señora, adentro del abrazo. Mi abuela también la había agarrado a ella.
Mi abuela estaba construyendo la casa en ese momento en Concepción (otra localidad más al sur de la provincia). Cuando volvimos de la fiesta, ya íbamos saltando muertos. Llegamos y la casa estaba en el piso, se había caído todo.
Llegamos y había empezado a llover. Mi abuelo tenía un carro que tenía las ruedas altas y abajo daba para poner un colchón así que los niños dormíamos debajo del carro, lo usábamos de techo, mientras los adultos ayudaban. En eso llegó mi tío Héctor, de Mendoza, que era militar, aviador. En Mendoza habían dicho que San Juan se había perdido; y él, teniendo a toda su familia en San Juan, se ofreció para ayudar y llegó en auto. Mi tío Héctor fue el encargado de las operaciones para trasladar los heridos a Mendoza y el local que destinaron para esa emergencia fue la Escuela Normal Sarmiento.
Nosotros nos quedamos viviendo en la casa que se había venido abajo, mis tíos improvisaron un rancho con los restos de adobe, hicieron una pared de un metro. Felizmente, ninguno de mis parientes había fallecido. Ninguno. Todos estaban vivos ayudando. Me acuerdo que mis tíos ayudaban a sacar escombros.
Creo que el terremoto marcó un antes y un después, no solo en la historia de San Juan sino en la historia argentina, porque en Buenos Aires hubo muchas campañas para ayudar y ahí se conocieron Juan Perón y Evita”.
Guillerma Balmaceda de Antuña (83 años)
“Eran las siete de la tarde y San Juan había quedado oscuro. Después del terremoto mi papá se puso a reparar una parte de la calle, ¡había un tierral de tantas casas que habían caído! “¡Hay que resguardar a los niños! ¡Nosotros nos podemos morir pero los niños no!”, decía mi papá. En esos días habían descargado leña en mi casa, porque teníamos un almacén de ramos generales, lo único que no se vendía era carne, después teníamos todo. Repartió leña, descargó todo mi padre. Había agua por todos lados. Todo estaba en la calle, caído. Había oscuridad. Cayó la casa de mis primas, que eran como diez. De mi casa cayó casi todo menos el almacén. La casa de al lado había caído y un palo aplastó al vecino, que era un señor grande y se quedó enterrado en los escombros. Mi papá se hizo cargo de él.
Yo tenía una amiga, Teresa, que era como mi hermana, y no la encontrábamos por ninguna parte. Empezaron a remover adobes, y ella había estado jugando con otra amiga que tenía, Noemí. A la Noemí la había desnucado una adobe y ella, Teresa, sentada al lado no se había dado cuenta. Cinco años habrá tenido. Yo tenía unos siete.
“De estar tanto encerrado entre los escombros le da la loquera a uno”, decía mi papá. Si a la niña Teresa no la hubieran encontrado le hubiera dado la loquera y se hubiese ido para cualquier lado, no hubiera sabido cómo volver porque ya las calles, todo era distinto. Teresa quedó bien, la loquera se le fue yendo con el tiempo. Somos amigas hasta hoy.
El caballo que teníamos se desbocó y nunca lo encontramos. El papá del que después sería mi marido iba saliendo y le cayó un adobe del techo de la casa justo en el cuello, y ahí quedó mi marido huérfano. Es el único muerto de la familia.
Mi papá, Ramón Yubel, regaló toda la mercadería del almacén para abastecer a la gente y ayudar a reconstruir todo después del terremoto. “Los niños bajo la carpa, los niños bajo la carpa”, gritaba.
Fue una noche tan tremenda que usted no se la puede imaginar. Quedó todo oscuro. El agradecimiento más grande es al que bajó la corriente eléctrica y a un periodista que, encerrado en un sótano, seguía transmitiendo por radio para toda la nación, lo que hizo que el país se entere de lo que estaba pasando y vengan a ayudarnos. “Se nos va San Juan, desaparece San Juan”, decía. Mirtha Legrand también fue una de las primeras en encabezar una campaña para ayudarnos. Fue la cara de la campaña.
Cuando los sanjuaninos que estaban heridos fueron trasladados a Mendoza, como había algunos muy lastimados que morían al poco tiempo, los que quedaban vivos apuntaban a quedarse con algo y les cortaban las orejas y los dedos a los muertos para quedarse con los aros, anillos o alhajas de oro. Antes se usaba mucho el oro, hasta los niños usaban. Casi se arma una peste en el hospital por que les cortaban las orejas a los muertos sin que los vean, para salvarse, y la podredumbre traía peste. Los muertos ya estaban tiesos entonces había que cortarles las orejas, no podías sacarles los aros si no. Que quede claro que todo lo que se hacía era desde la supervivencia, eran personas que lo habían perdido todo: sin plata, sin casas, sin nadie, en el medio de la nada. Solo buscaban sobrevivir.
Mi papá se había ido con nosotros a Mendoza y se ve que los otros parientes pensaban que no íbamos a volver porque cuando volvimos nos habían tomado el pedacito de terreno que había quedado en pie. Y hubo que desalojarlos a punta de cuchillo. Lo peor es que después no se volvieron a hablar. De nuevo: no eran ladrones ni pirañas, era buscar sobrevivir. Un pedazo de tierra construida con un pedacito de algo, aunque sea una piecita, y tener agua, ya era un lujo.
Era saber que ibas a sobrevivir, “acá podemos salvarnos”.
Nosotros teníamos una batea con agua potable y toda la gente de alrededor iba a tomar agua y a buscar agua a mi casa.
Hoy, lo que quedó como monumento es la Plaza de la Jorobita. La joroba es parte del terremoto del 44 –que ahora ha quedado como anfiteatro–, una montaña donde están las cenizas de muchísimas gente, quemaron muchas personas muertas para que no hubiesen enfermedades, si no hubiese habido muchas pestes y epidemias porque había muchos muertos”.
María Amelia Mansilla
"A raíz del terremoto, varias familias emigraron de la provincia a otras provincias y otras de la ciudad a los otros departamentos. Ese fue el caso de dos jóvenes que por este motivo, por el terremoto que dejó a sus familias sin viviendas, sin muebles, sin nada, solo con lo puesto, se fueron a un lugar llamado Carpintería, una localidad cerca del departamento 25 de mayo, en San Juan. Ambos se mudaron cada uno con su familia después del terremoto. Ahí se conocieron esos dos jóvenes que venían de clases sociales muy diferentes, hubiera sido muy difícil que se conocieran en otras circunstancias. Ella era hija de una de las familias más acomodadas de la provincia, él venía de una familia muy humilde, hijo de inmigrantes. En este contexto ellos se conocieron, se enamoraron y a los dos años se casaron. Después se mudaron de nuevo a la ciudad de San Juan, a reconstruir los escombros.
Durante los primeros años del matrimonio vivieron en una casilla de emergencia que el Gobierno había distribuido hasta que, con un plan de viviendas, tiempo después, pudieron hacerse su casa propia. Y siempre contribuyeron activamente a la reconstrucción de la provincia de San Juan. Él actuó como dirigente en áreas deportivas, el ciclismo, del cual San Juan es la capital nacional, se desarrolló porque él fue uno de los pioneros de eso y de la Acción Católica. Y ella contribuyó en entidades del bien público. Fueron un ejemplo, una de las tantas familias que apostaron a la ciudad. Esos jóvenes eran mis padres, los que me cuentan este relato: Rosa Natividad Mazarico y Carlos Antonio Mansilla. Mi familia tiene mucho que ver con la reconstrucción de San Juan, fue un hacer de nuevo la provincia.
Muchos de nuestros escritores tienen libros y poemas dedicados a lo que se llamaba “La ciudad perdida”. Una ciudad que era muy colonial y luego del 44 se convierte en una de las ciudades más modernas del país, con sus anchas veredas, sus avenidas y sus acequias. Las familias sanjuaninas, con un enorme espíritu solidario y emprendedor, apostaron por estas tierras.
Yo fui la primera directora del Museo de la Historia Urbana de San Juan, donde se cuenta toda esa historia del terremoto y se pueden ver fotos y documentos de la reconstrucción, y también se puede ver cómo era San Juan antes del 44, una hermosa ciudad colonial. Una ciudad que hoy tiene mucho para darle a la Argentina”.
Fuente: Ministerio de Turismo y Cultura de la Nación - cultura.gob.ar
Click para ver fotos del Terremoto de 1944 de San Juan
Click para ver: “Las últimas voces del terremoto”. La Fundación Bataller presenta junto a la productora Solaura: una película –documental que rescata las últimas voces del terremoto.