Teresa Ascensio de Mallea

Artículo publicado en “Cuarte centenario de San Juan 1562- 1962, autoría de Carmen Peñaloza de Varese.

 Años de aventuras. Un sendero por tierras resecas; abriéndose paso entre jarillales desganados, grises matas de jume y zampas aburridas, iban el capitán Juan Jufré y sus huestes tras un filón, aurífero que no podían asir… Travesía desolada, hecha para varones; las mujeres quedaron en España, serían un estorbo en estas legendarias exploraciones, en estas andanzas ambiciosas.

Era un día de junio, Jufré hizo un alto en el camino, observó el terreno… reunía las condiciones exigidas por la Ley de poblamientos y se dispuso a marcar el asiento. Haciendo ostentosas demostraciones de piedad, clavó el árbol de la justicia a la vez que explicaba a sus compañeros, una vez más, cómo sobre esas tierras desnudas se levantaría una ciudad, la que bautizó con su nombre: "San Juan", "San Juan de la Frontera".

Su Majestad Felipe II, por voluntad divina y por su intermedio tomaba posesión de esta tierras de los huarpes, que agazapados lo contemplaban a la distancia. Tomás Núñez el escribano, dio fe: "En este asiento y valle de Tucuma, provincia de los guarpes, que es de esta otra parte de la gran cordillera nevada a trece días del mes de junio de mil quinientos sesenta y dos, ante mí: Tomás Núñez, escribano de juzgado en estas dichas provincias, el muy magnífico señor Juan Jufré, teniente de Goberandor y capitán general…” reza el acta de fundación. Miles de hombre habían salido ya de España como éstos; mujeres poquísimas, la de algún gobernante... alguna Inés de Suárez, mujeres de las que batallan, de las inolvidables... Se dieron a la tarea de la fundación, no una población de tejas rojas y cocido material, sino un tablero de 25 manzanas para huertos y casas de pared de caña y barro, techos de paja... Los indios seguían formándoles círculo... había que recorrer las tierras, reconocer, explorar… había además un futuro incierto, tentador: oro... hambre.

Juan Eugenio de Mallea, 2° jefe de la ex­pedición, inició las exploraciones; hombre de bien, recorría las afueras cuando Amor le sa­lió al paso, lo guió y lo condujo hasta las tie­rras del cacique de Angaco, "amor empieza con desasosiego" y no se detuvo hasta unirlo a la espigada y simpática Teresa de Ascensio, hija del cacique.

Horacio Videla, en su Historia de San Juan, nos dice que ignorándose la fecha del matrimonio y sabiéndose que se la bautizó un día de la Ascensión del Señor, tal vez el 20 de mayo de 1563, pudo ser ésta la fecha o quizá la ceremonia se celebró sin sacerdote, con el vecindario por testigo "conforme a permisión de la ley canónica".

Fue el primer amor blanco consagrado con terracota, “una tentación con todos los atractivos del pecado". ¿Que se escandalizaron los españoles? ¿Que cerraron los ojos? Tenían que cerrarlos ante la fatalidad de las inclinaciones humanas.

Teresa de Ascensio, joven, acaso mocho más joven que Mallea, lucía con donaire su graciosa silueta. Ovalado rostro moreno, mos­traba unos dientes blancos y apretados, ojos negros enmarcados con largas pestañas; mi­rada profunda, llena de lejanías, sonrisa tris­te. Solícita y atenta, fue digna compañera de apuesto español, señora de un hogar donde nació la esperanza. A su alrededor giró indiscutiblemente el movimiento social de la villa; hizo de sus hijos mestizos dignos de la tierra y de la estirpe; agregó a los afanes ma­ternales los de orientar a las indias en las nuevas e imprevistas obligaciones que la vida les iba creando.

En prueba de la belleza de la mujer huarpe se cita la carta de un superior jesuita de la residencia cuyana, a su similar del Para­guay, instando la remisión de misioneros; pe­ro, recomendando que tales no fueran dema­siado jóvenes: "por ser las indias comarcanas muy fermozas e non ser que desvelados por la salvación de las almas, pierdan la propia...”

 El Rey Felipe II dio al padre de Teresa el Don como dignidad, a la vez que le reconoció derechos para él, los suyos v sus sucesores sobre el señorío de Angaco. Abundante oro trajo en arras Teresa, a la vez que sembró buenas migas entre huarpes y españoles.

Así nació una casa, una casa ya vieja, llena de tradición, el tiempo le ha creado compromisos de perfectibilidad, de perdurabilidad en el señorío, la fundaron esta mujer india, síntesis de un etno y un español de aristocrática ascendencia. Han pasado muchas jornadas, ahora que el portal se ilumina a casi cuatro cientos años, haciendo el recuento se verá cómo se ha extendido.

Murió Teresa antes que Mallea, lo certifica el testamento. Escribe César Guerrero, en Patricias Sanjuaninas, que: El 31 de octubre de 1606 don Juan Eugenio de Mallea instituyó una capellanía a perpetuidad, a favor del Convento de Santo Domingo, allí consigna: que es su voluntad que sean partícipes y gocen de dicha Capellanía, su padre y madre y su mujer Da. Teresa de Ascensio, que en gloria sea y su hijo que se murió mancebo llamado Juan de Mallea y dos hijos que al presente tiene, llamados Christóbal y Gabriel de Mallea", luego agrega que tiene "tres hijas casadas a las cuales les ha dado su legítima y mucho más y que no quiere que participen y gocen de la Capellanía.

En el cuarto centenario de la fundación de San Juan de la Frontera, en este nuevo San Juan, orgullo de la arquitectura moderna, válgame el recuerdo de Teresa de Ascensio de Mallea

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El cacique Angaco, don Juan Huarpe, quien fue reconocido indio noble por el rey Felipe II, recibiendo el Don como privilegio real y el señorío de Angaco como amta huarpe para sí, sus hijos y sucesores. Su hija la ñusta Angaco, bautizada con el nombre de Teresa de Ascensio, casó con el capitán Juan Eugenio de Mallea y ambos fueron fundadores de la familia criolla en la comarca. Ilustración perteneciente a Santiago Paredes.
Teresa Ascensio de Mallea