Es un oasis ubicado cerca de San José. Viven poco más de 100 habitantes, hay una escuela, un kiosco y dos calles con nombre de santos. El siguiente es un artículo de Natalia Caballero fue publicado el 29 de marzo de 2021 en Tiempo de San Juan
Los alfalfares con sus florcitas de color violáceo se mueven al compás de la agradable brisa que corre en Bella Vista. Pocos conocen esta localidad jachallera, que tiene su hermana homónima y famosa en Iglesia. Se trata de un pueblo, cercano a San José, en el que viven poco más de 100 habitantes. Hay una sola escuela, un almacén de ramos generales y dos calles en las que se asientan las casitas de adobe en las que abundan los árboles frutales y las flores de todo tipo, forma y color.
La ruta no anticipa los paisajes de Bella Vista, donde hay una especie de microclima debido a la abundante vegetación. Por la calle San Blas, la principal, circula un hombre en bicicleta. Cuando el auto de Tiempo de San Juan pasa a su lado, se para, se saca el sombrero y saluda. Esa es la clase de gente que vive en Bella Vista, vecinos que tienen un lazo profundo, que son más que vecinos porque se definen como familia.
La mayor parte de los pobladores de Bella Vista vive de sus chacras. En esas tierras fértiles se cosechan membrillos, tomates, aceitunas y hay alfalfares en casi todos los fondos. En esos pastos verdes corren los perros y se recortan las siluetas de hombres y mujeres que preparan la tierra con esmero para vender su producción a mejor precio.
Aunque su explicación pueda resultar un poco obvia, este oasis jachallero fue bautizado con ese nombre porque un forastero que recorría la zona se paró en lo alto de un cerro y distinguió semejante belleza entre tanto gris pedregoso que había alrededor. Fue por esta razón que decidió ponerle Bella Vista al pueblo. Esta es la historia que cuentan los vecinos, que son los que más saben sobre el terruño que los ha amparado a lo largo de sus vidas.
En Bella Vista funciona una escuela primaria, la Patricio López. Todos los que quieren continuar estudiando, se trasladan a San José. No hay puestos de salud, tampoco un destacamento policial. La historia de la llegada del alumbrado público a Bella Vista es una anécdota que todos recuerdan con picardía. Es que según contaron, un día de la nada llegó una empresa a instalar pilares y focos por las dos calles del pueblo. De un día para otro estaba Bella Vista iluminado en las noches. Pero resulta que el alumbrado lo “ganaron de arriba” porque eran las luces que se habían comprado para la localidad de igual nombre que está en Iglesia. “Ya no lo podían sacar”, agregó un viejo poblador.
La vida del pueblo gira alrededor de la parroquia en honor a San Blas. Es un edificio muy pintoresco con puertas rojas y pasto alrededor. Ese terreno fue donado por la familia Caballero hace muchos años a la Iglesia y en ese lugar los vecinos encuentran la conexión con la fe que necesitan. Eso dicen.
Testimonios
Margarita De los Santos tiene 60 años, conoce los detalles más insólitos del pueblo. Su campo de alfalfa es muy cotizado y los turistas que llegan a Bella Vista le piden usar de fondo de sus selfies esa enorme alfombra. Es muy amorosa, invita con una hospitalidad a la que cada vez los citadinos estamos más desacostumbrados, a recorrer su terreno, en el que hay membrillos, escobas hechas a mano, plantas de todo tipo y margaritas dobles.
Margarita está casada, tuvo cuatro hijos, pero todos se fueron de Bella Vista. Ella asegura que, para irse de su pueblo, en el que es nacida y criada, van a tener que sacarla con los pies para adelante.
Describe al terruño con gran cariño. “Todos nos conocemos en Bella Vista, acá hay respeto, somos como una gran familia. No hay robos, de eso no sabemos nada”, contó. Esta mujer es tan activa, que mientras atiende al equipo de prensa, termina de condimentar los tallarines caseros que hizo y saca un pan de membrillo rubio en su punto exacto.
“Acá no hay ni divorcios, hasta los maridos son fieles”, lanzó mientras se reía con picardía. En ese pueblo donde la gente no tiene redes sociales, la familia adquiere un sentido más potente y los lazos con la comunidad son indestructibles. Entre historias de todo tipo, Margarita recordó las visitas que hacen regularmente a los pobladores más viejos que se quedaron solos.
En el cruce de las calles San Blas y San Vicente vive Teresa Cortez junto a su esposo Alberto Balmaceda. Un horno humeante en el fondo, una casita hecha a pulmón y una chacra se destacan en el terreno.
Teresa es de San Isidro, si bien es un pueblo parecido a Bella Vista, le costó abandonar su tierra para mudarse cuando se casó. Ahora no la sacan por nada del mundo, aunque cree que es un lugar medio olvidado por las autoridades.
Alberto es quien puso ladrillo por ladrillo para construir la casa en la que la familia desarrolló su vida. Mira con orgullo su creación y sin vueltas, hizo una comparación entre la construcción de su vivienda y su propia existencia. “Esta casa la arrancamos con mi padre, conozco la historia de sacrificio de cada pieza, de cada uno de los ladrillos. Está mi historia en estos muros y nadie abandona su historia, al menos nadie al que le funcione bien la cabeza”, apuntó.
El único negocio del pueblo lo atienden Cristina Aráoz y Darío Aráoz. De 9 a cierta hora de la tarde, no definida. Venden de todo un poco, pero sobre todo golosinas y bebidas. Son vecinos jóvenes que no cambian la paz de Bella Vista por nada.
La poesía jachallera se materializa en cada uno de los rinconcitos y los rostros de los pobladores de Bella Vista. Hay cierta nostalgia en los acostumbrados a las luces y estímulos urbanos. Cierta nostalgia a la presencia, a la hospitalidad y a esa sensación que se construye en donde hay lazos fuertes.
Gabriel, el fotógrafo de Tiempo, dio la vuelta por la San Blas. Nos vamos. Otra vez en bicicleta don Antonio. “Los que vienen una vez a Bella Vista siempre vuelven”, dijo. Le creo.