La siguiente entrevista realizada por Carmen Vega Mateo fue publicada en El Nuevo Diario, en la edición 598 del 19 de marzo de 1993
Tiene 84 años. Nació un 12 de enero de 1909 en Estepona, provincia de Málaga, Andalucía. Muy pequeñita la llevaron a vivir a Torre del Mar, un pueblan costero que hizo suyo y añora.
María Victoriana Centella Rodríguez de González Amaya es una anciana encantadora pero también una mujer fuera de serie. Es una señora en todo el sentido de lo que esta palabra significa. Dulce, pero no equivocarse, con sus 84 años y en silla de ruedas —que no quiere decir postrada—nunca he visto tanta energía y carácter, tanta lucidez en una mujer de sus años. Hoy, a la muerte de su esposo, maneja —literalmente— la empresa enorme que aquel formó. Resuelve, dirige y firma con parsimonia y autoridad, sin dejar de ser lo que en nuestro particular modo de hablar sería: “una viejita divina”.
El fotógrafo... Uriza, la bombardea de entrada y ella sonríe encantada. En un momento dado quiere llamar a su dama de compañía y nos pide disculpas: “no se asusten por favor, voy a gritar muy fuerte, es que esta casa es tan grande”. Tiene un rostro al que los años no han maltratado. Es anciana, se ve, pero bella en su vejez, con cabellos inmaculadamente blancos y una permanente sonrisa y buen humor. Vestida de blanco, que no de luto, porque está viva y lo disfruta. Hay que ver—u oír— que las pasó muy duras. Pero esto no melló su forma de ser, en todo caso la fortaleció. La Guerra Civil española es algo que aún en este momento de nuestra charla, le quiebra la voz y los recuerdos la lastiman. Están vívidos como ayer.
En 1950 vino a la Argentina a casa de un tío que vivía en Rosario: “Me quedé sola al morir mi madre y me vine. No me pesó porque la Argentina es muy hermosa”.
José González Amaya había venido mucho antes a nuestro país, siendo pequeño. Ya grande hizo un viaje a España, precisamente a Torre del Mar y conoció a María que tenía una expendeduría de tabaco (algo que, nos aclara, era muy difícil de tener, porque sólo daban tales permisos a viudas y huérfanos de tabacaleros y, posteriormente, a huérfanos de guerra).
El asunto es que José conoció a María, obvio que fue a comprar tabaco y le gustó, entonces empezó a ir “a cada rato”. Pero todavía hubo de pasar un tiempo, un tiempo bastante largo: la guerra, la liberación, el después...
—Mi esposo era lindo, con unos ojos muy lindos. Pasaron años porque él se vino en plena guerra. Málaga estuvo siete meses en poder de los comunistas y pasaron cosas muy horrorosas.
—¿Y cómo se mantuvo la relación?
—El escribía a mi madre, pero después se interrumpió la comunicación y al morir mamá, vino a España uno de sus empleados a vender unos terrenos y le había encargado me viera trayéndome unas cartas y unas poesías suyas. Ya para entonces mi madre había muerto y mi tío me llamaba, así que me vine. Reanudamos la relación con José. El me llevaba 19 años y a pesar de ser mayores, nos casamos en Mar del Plata y me vine a vivir a San Juan. A pesar de todo, hemos sido muy felices porque nos hemos comprendido muy bien. Era muy bueno y tenía un corazón de oro. Le ayudé mucho en la empresa y a su lado aprendí mucho también, por eso hoy sigo al frente. Tengo un gran cariño y respeto por nuestro contador, el doctor Orlando Navarro, y creo ser bastante amplia y comprensiva. No soy una vieja egoísta ni comodona.
—¿Cómo nació la Cochería San José?
—Pues, allá por 1939 y gracias a su fundador, y esto quiero que usted lo destaque muy bien, que fue tan trabajador y honesto y de buenos sentimientos, esta empresa se ha caracterizado porque en el momento que ocurrían estas desgracias, él fue siempre muy comprensivo con el dolor de los demás.
La casa familiar en que nos ha recibido esta singular dama, está en los fondos de la empresa Cochería San José, son enormes las instalaciones que atravesamos: las oficinas, las salas velatorias, el patio de autos, garages donde aún se conservan intactos viejos modelos y que antaño fueran las caballerizas. Nos sorprende ver un impresionante carruaje, excelentemente conservado y del que con orgullo nos dice, fue adquirido luego que llevara los restos de Carlos Gardel. Aquí en San Juan le tocó transportar a “Anacleto Gil, a Ruperto Godoy, a los Graffigna y a todos los bodegueros, estos ricachones de aquellos tiempos. Ahora, las caballerizas son depósitos de ataúdes. ¡Cómo cambian los tiempos!”.
Memoria prodigiosa tiene María para estos recuerdos en los que no titubea ni por un momento.
Al morir su esposo dejé un muy buen patrimonio que permitió un gran crecimiento que ella impulsó, Se incorporaron nuevas obras a la original: el Parque Privado San José de tres hectáreas en calles 7 y Lemos, en Pocito, y que inauguró el 18 de marzo.
“Yo quería el día de San José, pero como no era cómodo para los sacerdotes decidimos que fuera el 18 a las 18. Celebramos una misa. Ya se bendijo antes el terreno, porque yo soy católica, apostólica, romana”.
—¿No se impresionó al saber que su futuro esposo tenía una empresa fúnebre?
—Ese temor a la muerte... no sé por qué. Porque sabemos que todos tenemos que morir. Cuando estábamos casados, mi marido me hizo pasar al salón de coches, que entonces eran carrozas con caballos. Me dio un poco de recelo, algo tonto porque todos vamos a eso. Ya estoy familiarizada, como si fueran cajas de zapatos. Interrumpe su diálogo para acotar “no se olvide de resaltar al señor gerente, porque ha levantado mucho la empresa...”
La charla es fluida, rica en expresiones y quizás un poco desordenada, tiene mucho para decir y por otra parte creo, que ambas nos encontramos muy a gusto desgranando recuerdos.
—¿Cuál es le otra obra que ha encarado?
—Se ha comprado una linda casa que era de una hermana de mi marido: Carmen González de Ramos; para hacer en ella el “Hogar de San José” (Santa Fe y Santiago del Estero). Hay que fijarse que esto lo voy a ver desde el cielo, porque estoy pendiente que pronto me llevará la Parca. Me preocupa terminarla porque será un hogar para niñas huérfanas y desvalidas. Pero no en un estilo orfelinato, sino un verdadero hogar para que vivan tranquilas, felices y además se preparen para que en su mayoría de edad puedan valerse por sí mismas. La que quiera estudiar, estudiará. La que no, pues aprenderá un oficio. Quiero que la dirección sea de religiosas y como hay escasez de ellas, ando detrás de monseñor, que me ha prometido unas tres... Y la otra obra es AME, que es un servicio de ambulancias.
—¿Cómo va a sustentarse el Hogar de San José?
—Pues con los fondos de la empresa. Ya he preparado yo mi testamento y he dejado todo muy arreglado.
—¿Cómo la ha tratado la vida?
—En la guerra tuve muchos peligros y me salvé de ellos. Tuve padres muy buenos. Mi padre murió siendo yo muy joven y mamá era muy cariñosa. Es milagroso cómo estoy. He estado mucho tiempo mirando el techo y rogándole a Dios que si no me había de llevar, me sacara del lecho. Y aquí me ve: hecha una real moza. Tengo dos prótesis de cadera, artritis deformante, que por ello me quedaron los dedos rígidos y aún así tejo mi ropa: el invierno último me tejí sacones y un vestido entero. Ahora con las niñas huérfanas, si es pronto, espero tejerles también algunas cositas. He tenido una buena vida, pero he sufrido mucho cuando la guerra. Los argentinos aunque tengan los defectos que tengan, no la han padecido y eso es una gran cosa. Primero fue la mortandad de la guerra y después, los fusilamientos... No quiero ni recordarlos...
—¿No tiene hermanos?
—Mi padre era viudo cuando se casó con mamá y tenía una hija que me llevaba veinte años. Luego yo tuve un hermanito que siendo pequeñito recibió un golpe —tenía dos años—y aunque creció hasta los veinte, siguió teniendo dos años. Fue una cruz muy grande para mi madre.
—¿Cómo se siente ahora?
—Tuve un buen marido y mucha fortuna. No tuvimos hijos, por eso esto ahora, lo del “Hogar de San José”. Cuando me presente al Tribunal de Dios, no quiero hacerlo con las manos vacías. José murió a los 94 años. Lo extraño y me he quedado “más sola que la una”. Echo mucho de menos a mi esposo, pero me encuentro bien y a gusto en este San Juan. Y por añadidura con este sol que me recuerda mucho a mi tierra. Y el trajín del negocio que me da vida. Yo no me detengo en los recuerdos, escucho mi música y los fines de semana salgo al campo o al parque. No soy una vieja apocada.
—¿Nunca pensó en adoptar un hijo?
—Sí, pero mi marido no quiso porque ya éramos mayores. Yo quería adoptar niñas, pero parece que Dios tampoco lo quiso.
Me cuenta la experiencia que vivió en este sentido. Decidida a adoptar una niña, grandecita ya, ésta se escapó una noche como travesura, de un colegio de monjas que estaba. Esto la desalentó y suspendió su decisión de adoptar...
Nos vamos, atravesamos de nuevo los patios en el que deambulan unos cuantos pavos reales. Hace mucho tiempo le regalaron un pavo y ella compró la hembra, el resultado: un detalle muy colorido e insólito en esta casa familiar, empresa, todo junto. La última foto tiene como fondo la corroza de Carlos Gardel.
Curioso. Es una empresa que tiene que ver con la muerte. Su dueña tiene que ver mucho más con la vida. Aún anciana trasunta ese algo que distingue a seres muy especiales. Su expresión es la de aquellos que están en paz con todos y consigo misma. Con un brillo saltarín en la mirada me despide con un beso. No sé por qué me hizo recordar a mi padre...