Laura Giménez y Raúl Martinazzo. Un romance de novela

La siguiente entrevista realizada por Carmen Vega Mateo fue publicada en El Nuevo Diario, en la edición 633 del 19 de noviembre de 1993 en la sección La Nueva Revista. El texto completo.

 La vieja historia del romance entre el profesor y la alumna, tantas veces utilizada como argumento de novelas y películas, tiene en San Juan protagonistas reales que llevan una vida mucho menos complicada que las que suele relatar la ficción.

Residen en una atípica casa precedida por un amplio jardín colmado de “mil distintos tonos de verde”, atendido por su propio dueño, quien también diseñó y construyó la vivienda.

Allí está instalada una pareja, formaliza el 12  enero de 1974, sus cuatro hijos –Rogelio, Andrés, Liza, Luciana y Lobo -un enorme perro negro con aspecto de malo y docilidad de "perro”.

La pareja: Laura y Raúl. Un joven matrimonio que después de un corto noviazgo de nueve meses, concretaron la unión en la que fuera la antigua y bonita iglesia de La Merced, ubicada entonces en Santa Fe y Tucumán.

¿Cómo se inició este romance entre profesor y alumna? Muy simple: cuando ella era muy jovencita y practicaba hockey sobre césped. “Raúl era mi profesor y como vivíamos cerca, solía llevarme a casa después de los entrenamientos; para agradecer la atención, lo invitaba con algún refresco y entre charla y charla comenzaron las primeras insinuaciones" -recuerda Laura-.

 Como todos, cuando recién casados, se fueron de luna de miel. Eligieron Mar del Plata, donde estaba previsto permanecerían durante un mes, pero a los quince días el flamante marido comenzó a extrañar el terruño y, a pesar de las quejas de la esposa, logró convencerla para que regresaran, “total la luna de miel la podíamos continuar aquí'''' -se justifica Raúl.

Y la siguieron en San Juan, aunque a los cuarenta días el reconocido hockista debió partir hacia el Mundial de Angola, integrando la selección nacional. La separación fue tan dramática para Laura que “lloraba todas las noches y marcaba en un calendario los días que faltaban para el reencuentro” -y acompaña el relato con gestos de “pucheros”-.
De manera que cuando en 1975 y 1976 el deportista fue convocado para hacer temporadas en Italia, se marcharon juntos. Las dos estadas se prolongaron por alrededor de ocho meses y en ambas ocasiones escribieron a París, porque “los aires allí, entre el mar y la montaña eran muy buenos -acola divertida Laura.

Después del nacimiento del segundo hijo, la pareja se quedó definitivamente en San Juan (el primero también nació aquí) y la última separación prolongada se produjo en 1976, cuando el hombre permaneció durante un mes y medio en el Mundial  Hockey de España. Dos años después, finalizado el campeonato internacional de San Juan, Raúl Martinazzo se retira de la selección nacional, aunque continúa jugando para el club de sus amores -el Estudiantil- hasta 1984 y entrenando hasta hoy.

Entretanto la familia se fue agrandando con la llegada de las dos niñas y el matrimonio que entonces residía en un barrio adquirió una vieja casona de adobe más cercana al centro. Allí es cuando el hockista comienza a alternar su actividad deportiva con la de arquitecto-albañil, porque empiezan a edificar la nueva vivienda en el fondo: todo, desde los cimientos, fue realizado por mí, utilizando puertas y ventanas de la vieja construcción; solamente compré los materiales imprescindibles, porque había que economizar -asevera con seriedad Raúl-.

La casa se fue terminando por etapas -las últimas con la colaboración de los hijos varones- y aún queda por renovar el amplio jardín. Los resultados a la vista son óptimos hasta el punto que a la hora de comparar entre el deportista y el constructor, las evaluaciones corren parejas. Por supuesto, en los amplios y luminosos ambientes se advierte un armónico y alegre toque femenino, en los detalles decorativos.

También se percibe alegría y armonía en los rostros del matrimonio, que han llegado a una etapa donde ya no existen los sobresaltos de los campeonatos y las giras. “Ahora llevamos una vida tranquila y como no somos ambiciosos a nivel material, queremos seguir haciendo cosas pero sin exigirnos demasiado” –asevera Raúl- y Laura acompaña con la idea cuando reconocer que “hay muchas cosas lindas que hacer y el tiempo pasa muy rápido, por eso valoramos los ratos compartidos, conversando con los chicos y sus amigos”.


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Laura Giménez y Raúl Martinazzo salen de la Iglesia de La Merced en el día de la unión matrimonial realizada el 12 de enero de 1974
Laura Giménez y Raúl Martinazzo fueron entrevistados por El Nuevo Diario en 1993