Alberto J. Castilla. El hombre que cambió los caballos por los autos y los aviones

Alberto J. Castilla fue un hombre audaz que amó la velocidad y la adrenalina. Su apellido fue referente de los autos Ford en San Juan en la década del ‘50.


Cuando niño, su pasión eran los caballos ya de grande, los autos y los aviones.
Alberto José Castilla fue definido siempre como un hombre audaz y aventurero que le gustaba la adrenalina y la velocidad. Su madre era la alemana Elmira Söhn y su padre era el rosarino José Castilla, un ingeniero vial que pasaba gran parte del día diseñando caminos en Rosario. Allí nació Alberto y se crió con la mirada puesta siempre en las huellas sobre las que le gustaba recorrer al ritmo de los caballos. El polvo que levantaban éstos y la velocidad inalcanzable por el hombre se convertían en la inyección que lo llenaba de energía en su adolescencia.

Sin embargo, con 19 años el destino dio un giro y su vida cambió repentinamente. Una mañana de verano, de las típicas que lo tenían a él y a su caballo como protagonistas, la montura se desató y su cuerpo se desplomó en el suelo. Su vida se salvó, sin embargo un problema en la columna y una dolencia muscular hicieron ese invierno posterior insostenible. Las ganas de volver a cabalgar siempre estaban sin embargo, el cuerpo le ponía un límite. El médico le recomendó buscar un clima seco para vivir y alejarse de ese pasar aventurero. Alberto le hizo caso, excepto en la última recomendación.

En 1918, con 20 años, decidió seguir los pasos de su tío Adolfo Söhn, un ex cónsul alemán, que había sido trasladado a San Juan como gerente del banco Español. Acá entró a trabajar en aquel banco pero el espíritu aventurero nunca lo perdió. Los primeros sueldos fueron destinados al ahorro para la adquisición de una moto que le permitiera dedicarse a las ventas domiciliarias y a los mandados bancarios pero también que significara el regreso a los viejos tiempos: la velocidad. Aquella primera movilidad no solo implicó el encuentro con las huellas sino también el crecimiento personal. Según relata la familia, fueron años difíciles para el joven pero esa labor le valió la posibilidad de adquirir contactos comerciales que luego le llevarían en 1922 a abrir la primera concesionaria de autos Ford en San Juan. En ese contexto, los primeros automóviles ya daban vuelta por la provincia pero no había casas que los comercializaran ni brindaran servicio mecánico y venta de repuestos.
Con el respaldo económico de su madre y sus hermanas, consiguió levantar un negocio de este tipo en el cruce de las calles Laprida y General Acha. Luego se extendieron a varios puntos de la provincia con distintas sucursales. La más conocida llegó a ser la de Laprida antes de Sarmiento. Para ese entonces, el Ford T era el auto más codiciado de la época y Castilla conseguía tener uno para despuntar su vicio. Su concesionaria, en muy poco tiempo, alcanzó prestigio en San Juan vendiendo autos a sola firma. 

Pero Alberto no tenía la mirada puesta solo en el comercio. También estaba en las carreras de autos, por las que siempre se manifestó como un apasionado. Con el negocio cuesta arriba, empezó a despuntar ese vicio en 1927, cuando tenía 29 años. Su primera carrera fue en un circuito interno sanjuanino que unía los departamentos alejados y lo tuvo como compañero a Constantino Constantini, un leal empleado suyo que luego se convirtió en un gran corredor. Ese campeonato de ruta lo tuvo a Castilla como el más veloz, alcanzando el podio en un poco más de siete horas de carrera.
A esa competición le siguieron una decena más en San Juan y la región de Cuyo. En 1935 vino la carrera que para él fue la más importante, la San Juan - Mendoza pasando por Uspallata, Barreal y Media Agua. Largó en el octavo lugar y llegó primero, consiguiendo unir las dos provincias acompañado por Carlos Guimaraes. La prueba automovilística, que organizó la ACA, lo consagró a Castilla como el mejor corredor de la región, según data en el diario Tribuna del martes 29 de octubre de 1935. 


Los aviones
En 1939 Alberto J. Castilla incursionó en una nueva pasión: las avionetas.
Tenía 42 años y ya el negocio de los autos estaba muy bien encaminado. Tenía varias representaciones y era director y accionista del Banco San Juan.
Junto con otros socios compró un terreno en Pocito y el 21 de enero de ese año fundó el Centro de Aviación Civil de San Juan.  A cargo de la primera comisión directiva estaba como presidente el Dr. Alfonso Barassi y vicepresidentes Indalecio Carmona Ríos y Domingo A. Elizondo. Alberto J. Castilla tenía el cargo de pro tesorero 2ª.
El primer avión fue un Focker Wulf matrícula LV-QEC donado por la Dirección Nacional de Aviación Civil. En ese avión, Castilla aprendió a pilotear y se convirtió en el primer piloto civil recibido en San Juan. Fue en el año 1942 y su instructor fue Celso Bucella. Castilla no solo formó parte del grupo fundacional del Centro de Pocito sino también del de Aviación en Barreal. En la década del ‘50 Alberto adquirió un avión bimotor que captó la atención de todos los sanjuaninos y con el que consiguió viajar, junto a Ventura Quiroga, a Buenos Aires haciendo escala en San Luis, Rio Cuarto y Rosario.


La familia
La vida con los autos estuvo muy atada a la familia. En 1921, con 23 años Alberto J. Castilla conoció a Bertha María Echegaray, una bella dama que ese año había ganado el Concurso de Elegancia Femenina, organizado por su concesionaria Ford. La mujer se casó con Alberto el 15 de noviembre de 1924, meses antes, con tan solo 18 años la joven había sido operada de cáncer de mama por su padre, un prestigioso médico sanjuanino. La historia familiar señala que el padre de Bertha, el doctor Augusto Echegaray, le alertó a Alberto que la enfermedad estaba controlada pero que la mujer no recuperaría sus senos con lo cual en un futuro si había que amamantar tendrían que buscar a alguien que lo hiciera.

Y así fue. Poco tiempo después de casados, llegó su primera hija María Elena y luego Bertha Elmira y Alberto Ramón. Los tres debieron ser alimentados por distintas nodrizas que los acompañaron en sus primeros años de vida. Esos tiempos fueron para ellos muy felices porque no solo disfrutaron de una vida familiar muy populosa (la casa solía estar siempre llena de invitados) sino que también participaron activamente de cada una de las carreras automovilísticas. Es que cada vez que se iba a desarrollar una competencia, Bertha María se apostaba en alguno de los puntos clave del trayecto deportivo para alentar a su marido. En la casa, los niños seguían esa propuesta a través de la radio con la misma fuerza y adrenalina como si estuvieran presentes.

Alberto Ramón fue uno de los hijos que siguió la pasión automovilística de su padre en la adolescencia, sin embargo María Elena y Bertha Elmira no estuvieron al margen y siendo muy jóvenes aprendieron a manejar sin despuntar ese amor por los fierros. 

En 1952, con 56 años, Alberto perdió a su esposa víctima del cáncer. Éste fue un golpe duro que lo llevó a radicarse en Buenos Aires alejándose de los autos y aviones. Sus hijos fueron los que siguieron con la empresa hasta que las concesionarias cerraron. 


El apellido en alto
Bertha Castilla, más conocida como Bertie, nació en 1928, fue la segunda de los tres hijos de Alberto y Bertha María. La mujer fue una de las que más luchó para que no quebrara la firma de su padre. 
Pero no peleó sola. Lo hizo junto a su marido Rodolfo Passeron Genoud a quien conoció tras el terremoto de 1944 en Mendoza. La chica tenía 17 años cuando su familia la mandó a aquella provincia por tres años para protegerla de los sismos de San Juan. Por su parte, Rodolfo tenía 28 años, era ingeniero agrario, veterinario y trabajaba como inspector de YPF. Cuando ella cumplió 18, Passeron le pidió la mano y, un año más tarde, se casaron. En esa época, por diferencias políticas, Rodolfo perdió su puesto como inspector. Su suegro le ofreció trabajar en la concesionaria Ford de San Juan y se instaló en la provincia. 

A los 20 años Bertie tuvo su primera hija y con solo 27 ya tenía cinco chicos. Bertha y Rodolfo tuvieron diez hijos, la última nació cuando cumplieron sus bodas de plata. Los hijos fueron: María Verónica, Alberto Juan José, María del Carmen (Mayca), María Bertha,  María Adriana, Marcelo Rodolfo, María Estela, María Fernanda, Juan Pablo y María Eugenia. Todos ellos le dieron a Bertie 35 nietos.

A fines de la década del ‘70, por “malos negocios”, la empresa que había fundado Castilla se decretó en convocatoria de acreedores. Para quedar libres de deuda, y mantener limpio el nombre de Alberto, Bertha y su marido tuvieron que vender numerosas pertenencias. El estrés fue grande y casi le cuesta la vida a Passeron quien debió ser intervenido del corazón en Buenos Aires. Después de esto ambos quedaron “en la lona”.


La cocina de Bertie

Ante los problemas económicos que había que afrontar, Bertie decidió sacar la familia adelante como cocinera.
Los vecinos del barrio Del Bono (donde vivían) y del Residencial serían los que le harían los encargos.
Con el tiempo se fue perfeccionando. Hizo cursos en Buenos Aires y hasta tuvo la oportunidad de organizar grandes banquetes, entre otros a gobernantes como Videla y Menem. Sirvió en varios casamientos y cumpleaños en San Juan y otras provincias. Mientras incursionaba en el arte culinario, en 1984, su esposo falleció. Rodolfo Passerón dejó importantes huellas en la provincia. Fue gerente de la agencia Ford, presidente del Club Banco Hispano durante 20 años, vicepresidente fundador de la Bolsa de Comercio y fue uno de los socios propietarios de Ceramil, junto a Gómez Centurión, Zunino, Atán y Seguí.  
Bertie se dedicó a la alta cocina por más de dos décadas. En el 2008, al cumplir los ochenta años, se retiró.
Desde entonces, cocina solo para sus amigos y su gran familia

           

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Alberto Castilla luciendo uno de los autos que más quería, el Ford T