La siguiente nota fue publicada en El Nuevo Diario, en la edición 1432 del 7 de marzo de 2008
Sus padres, sus hermanos, él, su mujer y después sus hijos, vivieron por y para
el circo. Con los años, este sanjuanino que alguna vez estuvo en el Tihany y en
otras grandes compañías sigue vinculado a la vida circense a través de sus
hijos, recientes ganadores del premio Estrella de Mar. Se llama Enrique López y
vive en Rivadavia, donde sigue transmitiendo sus habilidades a jóvenes
estudiantes de artes que quieren ser payasos, malabaristas o trapecistas como él. “Ser payaso es un arte y un oficio a la vez. Y sus secretos se aprenden
actuando”, afirma.
-¿Cómo comenzó todo?
-La
familia de mi padre vino de España y se radicó detrás de la Iglesia de
Concepción. Aquí fueron dueños del teatro Chantecler y hacían funciones de
“politeama”, ese teatro que se hacía en una carpa cuadrada y que presentaba obras
por los departamentos de la provincia. Como mi abuelo de 93 años se juntó con una
chica de 30, se armó un gran problema familiar por lo que decidieron terminar
con el teatro. A mi padre Salvador y a sus hermanos Antonio y José, los
mandaron a estudiar.
-¿Dejaron
la actividad artística?
-Ellos
se recibieron y mis primos Andrés e Isidro López, siguieron sus estudios
profesionales e incluso incursionaron en política. Pero mi padre
tomó contacto con un circo alemán y ahí se enamoró de esta profesión. Luego
hizo veladas, hasta que conformó un trío con sus hermanos
que se llamó “Taco, Taquito y Tacony”.
-¿Su
mamá también era del ambiente?
-Mi
mamá Tomasa Vera, vivía en el barrio Pistarini y no tenía nada que ver con el
circo, pero cuando conoció a mi padre y la vida que llevaba parece que no lo
pudo dejar y se fueron con un circo. Hay un dicho en esta profesión “el que
gasta una suela de zapatos en el circo no lo deja más”. Mamá sólo regresaba a
la provincia cuando estaba por nacer algunos de nosotros y luego volvía a la
carpa para continuar con las obras de teatro. Cuando era chico me ponían a
dormir en un cajón de manzana y recuerdo que una vez me agarraron las hormigas.
Nuestra casa siempre fue el circo, ningún cirquero
tenía casa.
-¿Qué
rutina tenía su padre?
-Mi
padre Salvador López, era un gran actor, pero era payaso de alma. En esta
profesión los apellidos tienen una especialidad, cuando usted dice “Taconi”
sabe que son payasos de alma y profesión.
-¿Se sintió diferente al resto de los chicos?
-Nunca
me di cuenta que era diferente. Nosotros estábamos pendiente de la función y
cuando terminaba subíamos al escenario a jugar.
Y practicábamos saltos. Esa era nuestra vida. Esta profesión tiene una
adrenalina especial, cuando uno sube al escenario se le olvida
todo, hemos subido enfermos, con fracturas. Le cuento una anécdota: mi padre recibió
la noticia del fallecimiento de su madre antes de comenzar el espectáculo y esa
noche hizo su número en forma brillante en homenaje a ella. Nadie supo nada
hasta que terminó la función y hubo que llevarlo para que lo atendieran porque
se descompensó. Esas son las cosas que te enseñan a respetar esta profesión. Yo
sé que quiero morir en el circo, aunque soy conciente de que ya no puedo caminar por un caño.
-¿A qué edad comenzó?
-A
los catorce años comencé a entrenar, me rompía el alma. Era más grande que el
resto de los chicos porque mi papá, como era el menor de mis hermanos, nunca me
exigió mucho. Todo fue hasta que un día “me dio cosa” cuando la gente me
preguntó ¿y vos qué hacés? Me di cuenta que algo tenía que hacer. Mi número era
el blondin, que es caminar por una cuerda, mientras hacía equilibrio con caños.
Otra de las rutinas que hice después fue llevar a mi esposa en la cabeza y
hacer un salto mortal. La cuerda tenía siete metros de largo por dos de alto.
Fuimos con ese número a Brasil y Chile.
-¿A su esposa la conoció en el circo?
-Ella,
proviene de la familia del circo Eguino. Estudiaba odontología y en una de sus
visitas a la familia nos conocimos y dejó todo. A los cuatro meses estaba a la
par de las mejores del circo. Ya lo llevaba en la sangre, como será que cuando
estaba embarazada de mi segundo hijo, estábamos en Colón de Buenos Aires y el
circo se iba a la Capital Federal. Comenzó a tener contracciones pero no quiso
que la llevaran al hospital. Con nosotros iba la abuela de ella, que había sido
enfermera y la acompañó. Recién a los dos días tuvo el bebé, cuando ya
estábamos instalados nuevamente. En el primer control el médico nos dijo que
tenía un crecimiento de tres centímetros de más en la cabeza y que estaba
“ovalada”, comenzamos a hacerle estudios y lo llevamos a especialistas de diferentes
lugares. La explicación resultó ser que ella retuvo el bebe “encajado” en las caderas,
aguantando hasta que el circo se estableciera.
-¿Por
qué está preparando chicos?
-Este
es un arte que no puede morir. Comencé a entrenar algunos chicos del barrio, a
mi sobrino y luego empezaron a venir unas chicas que estudiaban teatro. Les enseño
malabares y trapecio. También me invitaron a dar charlas en las escuelas junto al
actor Juan Mercado y el Dúo Mixtura. Fui por un ratito y me quedé dos horas.
-¿Por
qué decayó el circo?
-Hoy en el circo se introdujo mucha gente que nada tiene que ver, para ellos
es un negocio al que no le han puesto alma. No les importa cómo salen las cosas
o si son buenas, les importa la plata. El cirquero tiene respeto a la gente, al
escenario, a su profesión. Hay que trabajar sin olvidar la ética.
-¿No
cree que algunos circos daban una imagen muy pobre?
-Tuvo
una época bastante mala, donde la gente a la mitad de la función se quería ir porque
el espectáculo se había quedado, la televisión también influyó. La recaudación
no era buena, la calidad era mala, el payaso que no servía, el trapecista que
se caía, el león que
se comía al domador, toda una representación de sufrimiento… y la gente quiere
reír … divertirse. Hubo una reacción cuando se cambió el contenido de la
función, se incorporó la música, la luz, un guión, coreografías y no hay
locutores. Hoy para ingresar al circo se
hacen casting y quedan los mejores. Nosotros llegamos al Hotel Conrad y al
programa de “San Tinelli”, que nos ayudó mucho su publicidad.
-¿Ahora
se entrenan más?
-Son diferentes las técnicas que se emplean. Antes cuando te enseñaban le
tenías miedo a la varilla o al cinto, estabas más preocupado por el castigo de
los profesores que por lo que hacías. Hoy la metodología es diferente pero
todos aprendimos a hacer las cosas bien, con disciplina.
-¿Es
caro mantener un espectáculo?
-Es toda una inversión, no hay un cirquero que haya muerto rico. Hoy además
hemos incursionado en la televisión con nuestro arte. Hay gente de circo en
programas televisivos como el payaso “Mala Onda” que es pariente de mi señora y
siempre que puede habla de la importancia del circo. Conozco el oficio desde hacer la carpa de circo,
montar el espectáculo, actuar y poner luces. No es fácil. Mi esposa manejó el circo
del Ñoño, de la Chilindrina, somos muy amigos del profesor Jirafales.
Una tradición que sigue en sus hijos
Hace poco, Enrique López viajó a Mar del Plata para acompañar a sus
hijos en un momento muy importante para la familia. Ganaron un Estrella de Mar,
el máximo galardón que se entrega a los espectáculos que se presentan en la
ciudad de la costa. Integran el Cirque XXI y fueron premiados como el mejor
espectáculo circense de Mar del Plata. -Es un orgullo que mis hijos hayan
seguido y que llegaran con el reconocimiento de la gente y con un espectáculo
de primer
nivel como es el Cirque XXI.
-¿Ellos
llevan un payaso en el alma también?
-Con
decirle que uno de ellos se casó con traje de payaso y mis nueras
también provienen de familias de circo de modo que esta
tradición va a seguir en la familia.
Una familia poco común
Enrique López reivindica la profesión y analiza las diferencias entre
los payasos de verdad y los que él llama “mamarrachos”. Por supuesto
reconoce que la suya no era una familia común.
-Es
cierto que llamábamos la atención. No cualquiera tenía un padre payaso,
una madre partenaire, un hermano que caminaba con las manos,
una hermana que llamaban la niña de goma…no era común.
-Hoy es común que a la palabra payaso se le de un tono despectivo.
-Ser
payaso es un arte y un oficio a la vez. Y sus secretos se aprenden actuando; yo
me formé en las tablas que es la mejor escuela. Ahora a todos los que entran
con la cara pintada se
les dice payasos y no es así. Está el “clown”, que era el de la cara blanca
con el gorrito puntudo con cuello, el intelectual. El “tony”, es el que
hacía el contraste, el guaso que hace todo al revés en la pista. El payaso
subía al trapecio se caía y se golpeaba pero hablaba muy poco. El “saltimbanqui”
tenía una malla de cuadros pequeñitos con voladitos en el cuello y los pies,
eran cinco o diez, que entraban haciendo saltos y piruetas. El mimo utiliza
sólo el lenguaje de su cuerpo. Pero la gente fue unificando y ahora a todos les
dicen payasos. Algunos usan el término despectivamente y dicen “payaso”
o “cirquero” casi como un insulto. Es cierto que también hay “mamarrachos” que
denigran esta profesión.
-¿Qué
opinión le merecen los malabaristas payasos que están en las esquinas?
-Hay
uno en Libertador y Paula Albarracín, que es para sacarse el sombrero, prolijo en
su aspecto y muy bueno en malabares. Los
otros me parecen unos chantas pintarrajeados, sucios, pero eso tiene una
connotación social más grave… los prefiero en la esquina pidiendo monedas y no
robando. Pero ellos no conocen la emoción de la risa de un niño o del adulto
que aunque tenga 20 o 40 sigue siendo niño al ver “el payaso”, ese mago de la
ingenuidad.
Algo que nunca se deja
-¿Nunca intentó dejar el circo?
-Sí, intenté pero uno siempre vuelve. Yo puse una heladería, un video,
administré un parque de diversiones pero a la noche me volvía loco cuando
llegaba la hora del espectáculo y uno no está ahí es como que se te va muriendo
el alma. Hemos pasado por diferentes circos desde el Ginastasio, Lobandi,
Tihany, Eguinos, Real Madrid, entre otros. Todos son de familias con una
trayectoria circense con una historia y es muy difícil dejarla. Yo abandoné la pista
pero no el circo. Para eso tuve que romper los suspensores y todo lo que tenía
para entrenar.
-¿Hubo
algún momento que lo marcó?
-El accidente de mi hijo mayor que se fracturó la columna, estaba ensayando un
número en la cama elástica y yo era quien vigilaba su seguridad. Justo vino una persona con la que teníamos que
coordinar un número, fuimos a tomar un café y cuando regresé se
había accidentado. Vendimos el circo, no
quería saber nada. Con un amigo comenzamos a administrar un parque de
diversiones y estuvimos seis meses. Hicimos unos pesitos y teníamos la
posibilidad de invertir en más máquinas o volver al circo. Éramos ocho, votamos
y otra vez levantamos la carpa del “Eguino Circo”.
Los López en pleno al recibir el premio “Estrella de Mar”. Camila,
Paola, Enrique, Fabián, Soledad y Sebastián
Enrique, integró diferentes circos desde el Ginastasio, Lobandi, Tihany,Real Madrid y fue propietario de otros como Eguinos, Taconi hasta llegar al Cirque XXI.
Salvador López, antes de iniciar una función con su traje de payaso. El terremoto de 1944 lo encontró en plena función en Chimbas.
Además de su rutina como payaso, realizaba el blondin, Caminando por una cuerda de siete metros de largo por dos de alto. Saltaba banderas. Culminaba Caminando mientras llevaba a su esposa en la cabeza.
Sebastián, en el día de su boda. Con su traje de payaso contrajo matrimonio
con Soledad Starcovich, hija de cirqueros
German Putelli es sobrino de Enrique, nieto de otro cirquero Antonio López. Su hermano Mathías actúa en el Circo Nacional de España.
Enrique López: “Mi padre Salvador López, era un gran actor, pero era payaso de alma. Cuando dicen “Taconi” saben que son payasos de alma y profesión.