El siguiente artículo fue publicado en La Pericana, edición número 15 del 10 de junio de 2016 e integró la edición 1724 de El Nuevo Diario
En
1767 la compañía de Jesús fue expulsada por la corona española de todos sus
dominios. En el mes de agosto de ese año llegó la orden de expulsión a
Santiago, Capital de la Capitanía General de Chile de la cuál dependía la
provincia de Cuyo. Por un decreto del rey Carlos III se aisló inmediatamente a
los padres y se comenzaron a hacer los inventarios de sus bienes a fin de
reasignarlos a otras órdenes religiosas, rematarlos, arrendarlos o venderlos
según el caso.
San Juan no fue la excepción. En pocos meses se procedió a realizar el
inventario, tasación y remate de las principales haciendas de los jesuitas que
eran la estancia de Guanacache y las viñas de Puyuta, San Javier y la vecina a
la Residencia en la misma ciudad de San Juan. Según la documentación de esa época
los encargados de realizar estos procedimientos eran el Lugarteniente
Corregidor de la ciudad de San Juan, Maestre de Campo don Clemente Salinas y Cabrera,
y el Lugarteniente de Oficiales Reales, Mestre de Campo don Pedro Pablo de
Quiroga.
Estos,
viendo que algunos de los bienes secuestrados a los jesuitas que se encontraban
almacenados en la Residencia eran artículos de uso inmediato, decidieron su
venta a fin de que no se deterioraran.
Entre ellos se encontraba un conjunto de elementos de uso diario como jabón,
utensilios de cocina en distinto estado de conservación, herramientas diversas
y piezas de telas y de mercadería en general.
También había cierta cantidad de madera variada que quedó para ser
tasada y vendida posteriormente porque se había comprobado que desde su
inventario parte de la misma había sido utilizada por los negros esclavos de
la Residencia jesuítica para encender el fuego. Del mismo modo se exceptuó
de estas actuaciones la poca “ropa de la tierra” (es decir piezas tejidas
realizadas en forma artesanal y doméstica) que se halló porque ésta fue
destinada para la vestimenta de los esclavos que en ese momento eran utilizados
para la cosecha de trigo de las tierras secuestradas a los jesuitas y posteriormente
se los emplearía en la vendimia.
Esta ropa supliría la falta de las telas usualmente destinadas a este fin, como el tocuyo (tela burda de algodón) y la bayeta (tela de lana floja y poco tupida), aunque había en existencia algo de pañete (tejido de lana apretado menos denso que el paño) y paño de Quito (particular tipo de paño realizado con algodón que exportaba esa ciudad a toda la América hispana).
Para realizar la tasación de los mismos fueron nombradas dos “personas
prácticas para el avalúo de ellas” e “inteligentes en comercio” que eran don
Gabriel García de Hoyos y don Joseph de Moldes quienes juraron “por Dios
Nuestro Señor, y una señal de cruz, de usar bien y fielmente, a su leal saber y
entender” y realizaron la tasación el día 23 de diciembre de 1767.
Singularmente entre los bienes de estos sacerdotes se encontró un importante conjunto de elementos para
la confección de vestimenta de jerarquía, que indudablemente estaban destinados a fabricar los vestidos sagrados, tanto de los sacerdotes como de los altares. Este conjunto incluía valiosas telas, cintas, galones, agujas, etc. que durante la colonia eran todos elementos de alto valor que no podían ser fabricados en América, por lo que eran importados de Europa y, generalmente, objeto de contrabando. Durante el siglo XVIII la escasez de los mismos por las luchas entre España e Inglaterra había hecho subir aún más el valor, lo que hacía más importante su existencia.
La lista contenía algo de materia prima para el hilado como tres arrobas (unos 34
kg) de algodón y una libra y cuatro onzas (alrededor de medio kilogramo) de seda;
hilos de diverso tipo como tres arrobas (aproximadamente 34 kg) de hilo de
acarreto (un cordel delgado de cáñamo); 29 varas (unos 24 m) de ruán bramante
(hilo grueso de algodón, posiblemente coloreado); 4 libras (casi dos kilogramos)
de hilo blanco guardado en un estuche y 5 libras (2,3 kg) de hilo de zapatero;
telas de diversa calidad como una pieza de puntiví (especie particular de
lienzo o tela de algodón, lino o cáñamo), 6 varas (aproximadamente 5m) de
anascote negro (tela de lana asargada en ambas caras que se usaba generalmente para
el hábito de los religiosos); 8 varas (más de 6,50 m) de tripe colorado (tejido
de lana o esparto parecido al terciopelo que se usaba para fabricar alfombras);
3,5 varas (casi 3 m) de bayeta de Castilla rosada y 5 varas (más de 4 m) verde
(tela de lana floja y poco tupida, en este caso importada de España); 7,5 varas
(6,27 m) de
crudo (lienzo de color natural de la fibra); 3 varas (2,5 m) de holandilla (lienzo teñido usado generalmente para forros de vestidos); 7 varas (casi 6 m) de damasco colorado y 23,5 varas (casi 20 m) de damasco negro (tela fuerte de seda o lana con dibujos formados por el mismo tejido) y 48 varas (unos 40 m) de telefán amarillo (tela delgada de seda muy tupida); cintas y galones para el adorno de las vestiduras como dos libras (casi un kilogramo) de listonería, es
decir
cintas lisas de seda de menos de 3,5 de ancho, 9 piezas de cinta hilera de hilo
y 10 piezas de cinta hilera blanca (cinta tejida angosta de lino o algodón); una
libra (460 gr) de flecadura de hilo de plata; 2,5 varas (2m) de cinta de tisú
de plata ancha (cinta de seda entretejida con hijos de plata que salen por
ambos lados); 22,5 varas (casi 19 m) de galón de seda amarillo (cinta angosta y
fuerte) y 16 varas (más de 13 m) de encaje. Se Incluían también 38 cordobanes
(cueros curtidos de cabra) y un pellón overo (cuero de oveja curtido) de
inferior, 7.000 agujas, 10 pares de medias de lana de hombre de segunda y 3
pañuelitos de seda.
Lo
tasado por todos estos artículos sumaba 353 pesos con 8 reales. Esta cifra era
superior al valor otorgado en la misma documentación a la bodega de San Javier
que constaba de una habitación de 120 m2 con lagar y pilón y dos puertas, que
fue tasada en 283 peso con 1 real, y mucho más alta que lo dado a la huerta de
la misma hacienda que contenía 47 higueras, 12 perales, 50 durazneros, 15
granados y 2 membrillos y que fue valuada en 148 pesos con 6 reales.
Sólo los 3 metros de bayeta rosada, una tela común, valía según los tasadores 8
pesos con 6 reales, mientras que una pala nueva costaba 3 pesos, siendo que los
implementos de hierro y acero (también importados) tenían un alto valor. El kilogramo
de listones y el medio kilo de flecadura de plata sumaban 62 pesos y los casi
20 m de damasco negro 47 pesos, mientras 8 bueyes aradores se cotizaron a 48
pesos y 8 mulas se tasaron en 52 pesos. La comparación entre estas cifras permite
tener idea de lo importante que era esta mercadería atesorada por los jesuitas.
Fuentes:
Hanisc
A. Historia de la Compañía de Jesús en Chile. Santiago, Fco de Aguirre, 1974.
Konetzke.
R. América Latina II. La época colonial. Madrid m, siglo XXI, 1971.
Diccionario
Enciclopédico Espasa, Madrid, Espasa-Caipe, 1989.
Archivo Provincial de
Catastro San Juan.