En la época de San Juan Colonial, el matrimonio fue una institución respetada y junto al bautismo, dos compromisos muy arraigados en la comunidad. Hubo numerosas vocaciones religiosas, soltería y también hijos naturales, a veces abandonados, pero generalmente eran reconocidos por sus padres.
Horacio Videla ya ha abordado ampliamente el tema, comenzando con lo que él considera el nacimiento de la familia sanjuanina a través de la boda de Juan Eugenio de Mallea, segundo del fundador de San Juan, Juan Jufré, con Teresa Asencio, la hija del cacique Angaco.
Cuando se detienen en estos tiempos coloniales, afirma que la familia fue organizada y fuertemente disciplinada bajo la dirección del jefe del hogar, mientras la madre cumplía su papel más importante en el manejo de la casa y la crianza y educación de los hijos. Dice así Horacio Videla, serían corrientes los hogares con 12, 15 o hasta 20 vástagos.
Pero también estaba la diversión en el San Juan de la Colonia. Entre las costumbres locales a fines del siglo XVIII, una de las más comunes era la de la tertulia familiar, sobre todo cuando se espantaba el temor a las incursiones indígenas. Así es que César Guerrero, en su libro “La mujer sanjuanina en la época colonial”, en un artículo aparecido en el IV Centenario de San Juan, puntualiza también que no existía una mayor atracción para la juventud que aspiraba a superarse intelectualmente, a no ser la Mesa de las Once en la Iglesia de San José, actual catedral.
Los cenáculos culturales no eran conocidos todavía, aunque ya comenzaban a enseñarse música en el clavicordio y el arpa en las niñas de la alta sociedad. También en los tiempos previos a la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, las casas de los más pudientes eran escenario de banquetes, que se servían en honor de las visitas reales de los emisarios que llegaban de la Capitanía General de Chile, en visita de inspección o en el aniversario del rey o de la reina, celebrando con grandes corridas de toro y de caña.
En estos actos se hacía partícipe el pueblo, cuando se trataba de fiestas oficiales, según escribió Guerrero. Por otro lado, las fiestas sanjuaninas también estuvieron ocupando páginas de los historiadores locales.
Así, Damián Hudson y Carmen Peñalosa Varese y Héctor Arias, las describen especialmente. Hudson escribe y así sucesivamente toda la vida, “atesorar dinero con la paciencia y avaricia de un judío, privándose de los goces que brinda la industria del hombre para su incremento y prosperidad en sus múltiples variantes”.
Por su lado, Varese y Arias ponen el acento en los hogares del buen pasar, católicos, criollos, poseedores de una educación básica y pintan las fiestas así: “Comíanse fiestas interminables y aún sueños corridos en los bochornosos veranos sanjuaninos. Los hombres representativos entretenían el tiempo en las sencillas tareas oficiales o en sus negocios. En aquella vida amorosa, el campo esperaba. Las señoras desde muy temprano se disponían a dirigir sus tareas diarias. No hay que olvidar que toda la economía doméstica, la preparación de las aceitunas, dulces, conservas, el arrope, la fabricación de las velas de cebo, el jabón de tocador, hecho con semillas de zapallo y a veces de hiel de buey, el polvo de arroz para la cara, el almidón, el trigo. Una cocina sabrosa, abundante, contenía locro, carbonada, charqui, chanfaina, guisos, pastel de choclo, humitas en chalas. El pan casero se amasaba todas las semanas y estos quehaceres se alternaban con bordados, costuras y tejidos. Al atardecer todas las campanas llamaban a la oración. Es la hora en que se reunía la familia y sus criados, el padre o en determinadas circunstancias la madre guiaba el rosario, piadoso momento de exaltación espiritual”.
Fuentes: Eduardo L. Meglioli: “Así era San Juan cuando nació la Patria”. Horacio Videla: “Historia de San Juan”. César Guerrero: “La mujer sanjuanina en la época colonial”.