Familias numerosas y noviazgos clandestinos, la San Juan colonial que recibió el 25 de mayo

El siguiente artículo es de autoría de Luis Eduardo Meglioli


Una vista de la ciudad de San Juan donde se pueden apreciar algunas viviendas.

 

Las viviendas
Las casas de los primeros tiempos y hasta el siglo XIX de la llegada de la Patria inclusive, eran sobre todo ranchos de adobe o quincha, o sea paredes de caña y barro, con techos de palos atados con tientos y torta de barro.
Para la profesora María Julia Gnecco, el mobiliario era escaso, “una mesa de algarrobo con algunas sillas con asiento de cuero, las petacas de cuero para guardar la ropa o los enseres domésticos, y una cama rústica, también de madera y cuero.

”Pero luego fueron apareciendo los grandes caserones de las familias más notables: “estaban “inspirados en la planta de la casa romana con dos patios y un huerto”, y la amplia y claveteada puerta de algarrobo daba acceso a un zaguán donde aparecían dos habitaciones que eran una novedad: el escritorio de un lado, del jefe de familia, donde atendía los negocios y del otro la sala, con mobiliario traído de Europa o a veces de un país americano introducidos por el Río de la Plata y tradicionalmente por Chile, como las sillas y sillones tapizados, mesas de arrimo. Los patios estaban adornados con macetones con flores, el comedor de visitas, los aparadores para guardar la vajilla de plata labrada: vasos, platos, fuentes, cucharas, cucharones y cuchillos con mango de plata y en algunos casos con aplicaciones de oro. Una amplia mesa, con bancos laterales y sillas en la cabecera, donde ordenadamente se sentaban los dueños de casa y en el otro extremo el huésped. Las amplias cocinas-comedor eran muy comunes y allí se desarrollaban quizá los momentos más importantes de la vida cotidiana.”

Cuando en la bibliografía consultada se aborda el rol de la sociedad sanjuanina en 1810, César H. Guerrero en su “Efemérides sanjuaninas” define aquel estilo de vida sanjuanino como “patriarcal”, es decir, según el modo de la organización social primitiva “en la que la autoridad se ejercía por un varón jefe de cada familia sin aspirar otra posición para sí ni para sus hijos y nietos, que aquella estrecha y menguada que le legaron sus antepasados” (...)”.

Al terminar el XVIII y avanzado el XIX, por lo tanto tras la Revolución de Mayo inclusive, la familia, como la sociedad, permaneció en Cuyo “en sustancia colonial”, indica Horacio Videla también en el Tomo II de su monumental obra citada aquí: “La familia fue organizada y fuertemente disciplinada bajo la dirección del jefe del hogar, mientras la madre cumplía su papel más importante en el manejo de la casa y la crianza y educación de los hijos, que en muchas familias llegaban ser hasta veinte.

Se acostumbraba a que la esposa se dirigiera al marido por el apellido, o le daba el tratamiento de don. No conoció la competencia del concubinato; las infidelidades frecuentes en el varón adulto, fueron acoplamientos de ocasión, con la mestiza o mujer agraciada del pueblo, sin conmover la estabilidad hogareña. Los hijos daban tratamiento de ‘señor’, o bién, ’su merced’; no fumaban ni terciaban en la conversación de los mayores en la mesa, hasta despuntado el bigote.
El joven no emancipado se recogía en el hogar media hora antes del toque de queda, y el dueño de casa se retiraba a sus aposentos, asegurada con propias manos la tranca de la puerta de calle, y echada la llave. Las hijas mujeres se emancipaban al casarse, con venia de sus progenitores (…) El onomástico del padre de familia era fiesta general celebrada con asado y refrescos”.

Noviazgos: A ningún joven se le permitía visitar una casa de familia sin haber explicado con antelación el motivo que lo llevaba. Existía el firme hábito de evitar que un caballero entablara una conversación con una joven a solas. Para ello, en los salones se ubicaba siempre al varón “en extremo opuesto al asiento de ella, y era la única manera de que el joven se valía para significar a su amada el secreto de su corazón para preguntar si era aceptada o no, y para obtener la respuesta.”

Por otra parte, la prohibición de que las hijas de las familias aprendieran a leer y escribir, como hemos visto antes, era por el temor al uso que pudieran hacer de esos aprendizajes. A ello se sumaba “(…) el orgullo de razas, las distinciones a que daban lugar las tradiciones de nobleza, la pretensión de los ricos de atesorar dinero guardándolo de manera que ni la esposa ni los hijos daban con él, si por desgracia el padre moría sin poder dar cuenta de su escondite, y en fin mil episodios que nacen de esos usos, con hechos que se han visto en San Juan (…)”. Todo eso se fue acabando de a poco tras 1810, especialmente por su carácter de “prácticas ridículas”, según Videla, más aún cuando con la Independencia el país entraría pocos años después en relación con otros pueblos del mundo que no fueron la España de aquellos momentos.


Escuela Central de Varones 


 Algunos sanjuaninos pertenecientes a familias destacadas en lo económico y social enviaban sus hijos a estudiar fuera de la provincia, entre ellos nombres que deslumbrarán en la próxima historia patria como Justo Santa María de Oro, José Ignacio de la Roza y Francisco Narciso de Laprida. Claros ejemplos de sanjuaninos que para mostrar la actitud de la juventud de los últimos años de la colonia, profundamente interesada en instruirse para los tiempos que vendrían, seguramente augurando los sucesos de 1810.

Y es Juan Rómulo Fernández quien trabajó sobre “Siete próceres sanjuaninos”, para publicar en aquella inolvidable obra “Cuarto Centenario de San Juan.1562-1962”, y allí aborda entre otros a De Oro, De la Roza y Laprida. Del obispo de Oro recuerda que se recibió de doctor en Teología en la Universidad de San Felipe (Chile) y se graduó también en maestro en Artes. De la Roza estudió leyes en la misma Universidad de San Felipe, mientras Laprida, se doctoró en jurisprudencia también en el vecino país trasandino, tras cursar el bachillerato en el Real Colegio San Carlos de Buenos Aires. Por este colegio, donde se impartían cátedras de latín, teología, moral y filosofía, también pasaron Belgrano, Moreno, Castelli y Rivadavia.


GALERIA MULTIMEDIA
1870 - Esquina del Pilar de Piedra / Esta fotografía fue tomada entre 1870 y 1880 por Cristiano Junior, un fotógrafo brasileño radicado en Buenos Aires que pasó por esos años por San Juan. Muestra la calle Tucumán, también llamada De la Merced al norte (por la Iglesia de La Merced), en su intersección con la calle Buenos Aires. En primer plano se observa una casa de dos plantas, inusual para esa época. Esa casa dio el nombre a la esquina, conocida como “Esquina del pilar de piedra” pues cuando don Apolinar Rodríguez construyó la segunda planta colocó pilares de piedra, en lugar de la tradicional de madera de algarrobo. En la esquina se observa la tienda La Sanjuanina, propiedad de don Eladio Gigena, un próspero comerciante. Obsérvese en esta construcción los copones en la terraza y las figuras circulares con imágenes. El constructor de este edificio fue José Pagano. Como detalles interesantes de observar vale la pena detenerse en las rejas ubicadas en primerísimo plano, el farol de la iluminación callejera y la vestimenta de la gente. Completa el cuadro una tropita de mulas, cargadas al parecer con fardos de lana y chiguas. (Imagen publicada en el libro "El San Juan que Ud. no conoció", de Juan Carlos Bataller. Foto perteneciente al Museo Gnecco. Testimonio de Agustín V. Gnecco)