Leyenda de los baños La Laja
Hace mucho tiempo, habitaba en esa zona una tribu huarpe cuya
vida se desarrollaba con tranquilidad, rodeados de la belleza del espinillo de
flores amarillas, la jarilla, el retamo, que proporcionaba buena leña para las fogatas.
El pájaro bobo, que daba fragancia al paisaje, el quillo, la pichana, y un poco más alejado, el algarrobo, con cuyo fruto preparaban el patay y la refrescante aloja.
El cacique de la tribu tenía una hermosa hija de nombre Tahué, que era prometida de un fuerte indio de la misma tribu de nombre Yehué.
Pero un día, un apuesto indio, hijo del cacique de una tribu vecina, conquistó a Tahué, quien se enamoró perdidamente y dejó de lado a su antiguo prometido.
Pero Yehué no estaba dispuesto a renunciar a ella fácilmente, la seguía y la vigilaba de cerca, muerto de celos.
Día tras día los enamorados se juntaban en secreto sin
saber que Yehué los observaba de cerca, hasta que una tarde, mientras Tahué y
su amante se despedían, el indio Yehué salió de su escondite y
enloquecido los atacó y los mató con su hacha.
Sin reparar en lo atroz de su acto, Yehué arrastró los cuerpos por el campo en una carrera desenfrenada, hasta llegar a unas lomas pedregosas y lampiñas.
Al cadáver del indio amante lo abandonó primero, pero al cadáver de Tahué lo llevó un poco más arriba y también lo dejó tirado sobre las piedras del cerro.
Yehué siguió caminando sin rumbo hasta que cayó muerto.
Los dioses huarpes hicieron brotar tres manantiales en los lugares donde quedaron los cuerpos.
Son estos manantiales, los tres picos de amor, locura y muerte, de donde
nacen las tres corrientes que alimentan las termas de los baños de La
Laja.
Otra versión de la leyenda fue publicada en el libro “Devociones y relatos míticos de San Juan”, de Edmundo Jorge Delgado.
“Los dioses huarpes, ante tan trágico final, hicieron brotar tres manantiales en el sitio en que se encontraban los cuerpos.
Son estas las tres
vertientes que alimentan las termas de La Laja, siendo la que está ubicada
más alta la de Yehué que eternamente vigila a las otras dos”.
Fuente: Biblioteca Popular
San Martin Albardón