Otro femicidio ejecutado por un hombre que anteriormente ya había agredido a su pareja, con la que vivía pese a que la relación estaba rota y con quien disputaba la tenencia de sus dos hijos. Una tarde de noviembre de 1994, él se levantó de la cama y atacó a cuchillazos a la que era su esposa. Artículo de Walter Vilca.

Diez años de casados, de los cuales cuatro fueron un infierno. Elda llevaba
siempre la peor parte, como cuando Pablo la tomó a golpes y terminó denunciado.
Aun así, continuaron viviendo bajo el mismo techo en esa casa de Rawson, en
donde ninguno de los dos cedía por la tenencia de los niños. En medio de todo
no faltaron las sospechas de infidelidades, discusiones propias de un
matrimonio que no era tal y continuas tensiones que hicieron eclosión una tarde
de noviembre de 1994. Aquel día él se levantó de la cama desquiciado y le clavó
dos mortales cuchillazos a la mujer en presencia de su amiga, a la que también
persiguió hasta la calle con intenciones de matarla.
Pasaron 25 años y todavía resuena el nombre de Elda Mabel Manrique como víctima
de otro de los tantos femicidios en San Juan. Ella tenía 30 años. Pablo
Baquedano, su esposo, contaba en ese entonces con 35 y era verdulero. La pareja
residía en una casa sobre calle República del Líbano en Barrio Victoria, cerca
del hipódromo.
Los dos habían sido
vecinos en esa zona de Rawson. Se casaron jóvenes y del matrimonio nacieron dos
hijos. En algún momento la relación comenzó a desgastarse y en los 90 hablaron
de separarse, entonces Pablo metió a los niños die por medio diciendo que no
iba a dejar que éstos se quedaran a vivir con Elda, según la causa judicial. En
el fondo sentía despecho y no estaba dispuesto a abandonar la casa. Ella
tampoco y siguieron manteniendo una convivencia en la que compartían casi todo
y a la vez nada.
Elda buscó apoyo y
consuelo en su ex cuñada y amiga, Esther Santana, quien más tarde se instaló en
la casa de la pareja. Esto minó más la relación con Baquedano, que tomó a esa
nueva integrante de la familia como una mala influencia para su mujer. Es que
ellas se volvieron inseparables, eso dio motivo para todo tipo de
especulaciones por parte del hombre y habladurías entre los vecinos: como que
las dos salían para que Elda se viera con un amante o que ambas tenían una
relación lésbica. Poco se decía del verdulero, pero tenía lo suyo: la mujer lo
denunció penalmente en diciembre de 1992 por haberle propinado una golpiza.
No existía posibilidad
para la reconciliación y la tirantez entre Pablo y Elda crecía, pero ninguno
quería dejar la casa y menos separarse de los niños. El hombre, anticipándose
al divorcio, hizo una presentación judicial en el Segundo Juzgado Letrado de
Menores para pedir la tenencia de los dos chicos. Sin embargo, sabía que la
causa en su contra en el Segundo Juzgado de Instrucción por la golpiza a la
mujer podía entorpecer sus propósitos y eso lo tenía inquieto.
A mediados de noviembre
de 1994 justamente fue al juzgado de instrucción creyendo que iban a
notificarlo de su desvinculación de la causa por lesiones, pero no tuvo la
respuesta esperada. Esto lo puso irascible en esos días hasta que llegó la
fatídica tarde del 24 de noviembre de ese año, oportunidad en que sacó lo peor
de él.
Ese mediodía,
almorzaron todos juntos. Los niños ya no estaban. Al rato, Baquedano se acostó
a hacer la siesta, pero ahí nomás fue interrumpido por Esther Santana que entró
al dormitorio matrimonial a pedirle dinero. El hombre parece que se molestó por
esto, al punto que se levantó de la cama. Quizás estaba buscando la más mínima
excusa para descargar su bronca.
Santana relató que en
ese momento vio irritado a Baquedano, que caminaba intranquilo de un lado a
otro por la cocina comedor de la casa. A todo eso, ella limpiaba el patio y
Elda lavaba en una pileta del fondo mientras charlaban y escuchaban música.
La misma testigo contó
que Elda Manrique entró a la cocina comedor. Es posible que ahí se dijo algo o
discutió con Baqued ano. Eso nunca se
sabrá. Lo que explicó Santana fue que segundos más tarde escuchó el grito
desgarrador de su amiga y dueña de casa: “¡ay, Esther! ¡Ayúdame!”. Cuando se
asomó a la puerta, observó a través de la tela mosquitera que el hombre tenía
tomada de los cabellos a Elda y le propinaba cuchillazos en el cuerpo.
Lo único que hizo ella
fue gritar que llamaría a la Policía y corrió hacia la calle por el pasillo
lateral de la cocina y por medio del puesto de verdura. Baquedano salió por
detrás a perseguirla, diciéndole: “te voy a matar igual que a la otra”, de acuerdo
a la declaración de Santana. Esta tuvo suerte. Porque si bien el hombre la
alcanzó y la agarró de los cabellos en medio de la calle, el gomero que vivía
enfrente vio la escena e increpó a Baquedano, que desistió de ese segundo
ataque.
Baquedano se retiró
como si nada llevando el cuchillo en una de sus manos. Elda Manrique todavía
seguía con vida, de echo se puso de pie y escapó por el portón del fondo hacia
la calle Franklin Rawson procurando pedir auxilio. Caminó dificultosamente hasta
la vereda y se desplomó. Luego llegó Santana y los vecinos para atenderla.
Posteriormente ingresó al Servicio de Urgencias del Hospital Rawson, pero no
pudieron salvarla. Ese cuchillazo a la altura de la axila izquierda y el otro
en la zona del abdomen –el más grave-, le provocaron la muerte.
En otro lugar, Pablo
Baquedano se preparaba para lo que venía. Era consciente de lo que había hecho.
Y a la primera que recurrió fue a su madre, a quien le suplicó: “mamá, mamá.
Buscame un abogado porque me mandé una cagada…”, según testimonió uno de sus
parientes. Después se entregó voluntariamente en la Seccional 24ta de Rawson.
El juicio contra Pablo
Baquedano en noviembre de 1996 fue un triste espectáculo. Algunos medios
incluso expusieron a los chicos para que tomaran postura en el caso y pidieran
la libertad de su padre. La defensa intentó a toda costa victimizar a Baquedano,
a quien se lo mostró como un hombre humillado y menospreciado; contrariamente
se quiso poner en cuestionamiento la vida de Elda Manrique.
Baquedano no quiso
hablar en el juicio. La única versión que se tuvo de él fue la que dio tras su
detención, que fue incorporada por lectura en el juicio. En esa declaración
inicial intentó despegarse del asesinato y aseguró que Elda y Esther fueron
quienes lo atacaron a cuchillazos. En esa versión, dijo que enfrentó a ambas y
que, en ese forcejeo, Esther Santana acuchilló por accidente a su mujer.
Esa declaración nunca
tuvo asidero. No sólo por el testimonio de Esther Santana, sino también por la
declaración del gomero que vio cómo Baquedano persiguió con un cuchillo a la
testigo presencial del crimen. Su coartada también se vino abajo por el testimonio
de ese pariente suyo que le escuchó decir: “mamá, mamá. Buscame un abogado que
me mandé una cagada…”
El martes 26 de
noviembre de 1996, el tribunal de la Sala II de la Cámara en lo Penal y
Correccional leyó la sentencia. Condenó a 18 años de prisión al verdulero Pablo
Baquedano por el delito de homicidio agravado por el vínculo. No le dieron
perpetua, como pedía la fiscalía, porque entendieron que hubo circunstancias
extraordinarias que permitían atenuar la pena. Se referían a las serias
desavenencias de pareja y la supuesta crisis emocional del hombre momentos
antes del crimen.
Baquedano pagó con la
cárcel, pero no por mucho tiempo. En esos años todavía estaba en vigencia la
llamada Ley 2x1, fue así que los dos años que permaneció detenido antes del
juicio se le computaron por cuatro. Al cumplir la mitad de la condena pudo
salir del penal.
Sus vecinos contaron
que los niños quedaron a cargo de un tío paterno. Lo último que supieron fue
que Baquedano estuvo trabajando en la municipalidad de Rawson y murió hace
pocos años. Los familiares de Elda Manrique, que vivían cerca de donde ocurrió
el crimen, vendieron su propiedad y se mudaron.
Fuente: publicado en Tiempo de San Juan el 15 de diciembre de 2019