El peregrino

 Desde un tiempo de trabajos vengo, vengo de un país de ternuras. El trabajo templó mi carácter, la ternura mantuvo limpio el corazón y lo aficionó al asombro. Si a esas dos dichas, el trabajo y la ternura, le agregamos la pobreza, creo que puedo considerarme un hombre afortunado. La pobreza es lo único que nos permite enriquecernos: a unos de dinero a otros de satisfacciones. Nunca me conturbó la falta de dinero y cuando lo tuve, me faltó tiempo para gastarlo. La forma de gastar el dinero sin sentirlo es saber compartirlo. Poseemos todo lo que hemos dado. Debemos todo lo que poseemos. Dios nos quiere desnudos y El se encargará de quitarnos el último ropaje, todo nació de una madre y todo volverá a una sola madre!

 

Estos días empiezan mis vacaciones y debo hacer un viaje. Me voy a mi pueblo a recuperar antiguos olores y a conversar con un  niño que quedó detenido en el tiempo y que se empeñó, como un querido intruso, a viajar de polizón en las cansadas corrientes de los ríos de la sangre de un viejo. ¡Oh, ese niño que vio, en el año treinta, partir a un joven que iniciaba la odisea de vivir! ¿Qué misterio es la vida que siempre empieza que nunca acaba? ¿Qué misterio es ese de acumular en el carrousel de la sangre, a tanto abuelo, a tantos hijos, a tantos nietos? ¿Y de dónde esas voces que nos hablan de un remoto pasado y esas otras ya queridas, que nos llaman desde un tiempo presentido? ¿Un hombre, es todos los hombres, una cosa es todas las cosas? ¿y cómo la fragilidad del niño, el tesón del joven y la placidez del anciano pueden generar tanta maravilla?

 

Sí, tengo que ir a mi pueblo y hablar con los huesos de mis padres. Esos huesos que hace tanto tiempo dan su cal y su fósforo a los trigales, el sorgo y el maíz de Huinca Renancó. Esos huesos que vinieron de Galicia, sembraron de vástagos argentinos las llanuras del sur y hoy son barro en el agua, verde en el pasto y andan en las vacas y las ovejas que pacen tranquilas y galopan con el caballo por las verdes colinas que se extienden en el infinito seno de la pampa. ¡Sí, tengo que ir a mi pueblo y besar la tierra que cobija a mis padres y decirle a esos dulces recuerdos: ¡Gracias mamá, gracias papá por ese milagro de la vida! Sí, tengo que ir a Huinca Renancó a cumplir con mi sangre!

 

Será un dulce peregrinaje de amor. Hablaré con antiguos amigos y recordaré, sacándolos del baúl de los cartiños, a queridos seres que ya me han precedido en el largo camino del encuentro final. Pero, sobre todo me reencontraré con las cosas: Los viejos eucaliptus y las fragantes acacias del solar de mi niñez. Sorberé con avidez los antiguos olores de los pastos y los yuyos de mi pueblo.

 

El bravo pampero y el candente norte serán los vientos que, nuevamente, azotarán el paisaje de mi sangre y en el ilimitado horizonte de los campos que amo, las mismas vacas, los mismos caballos, las mismas ovejas de mi memoria serán las que ahora dejarán de pacer, levantarán las cabezas y con la misma ingenuidad de las antiguas bestias, mirarán a este anciano y reconocerán al antiguo niño que las observaba a ellas con el mismo asombro. ¡Milagros del vivir, que tal vez sean secretos designios de Dios para que un pueblo, unos olores, unos yuyos, unas bestias y un anciano produzcan una maravilla:

LA POESÍA

En el río de mi sangre navegabas desde el instante del primer latido, invisible argonauta en mi escondido y silencioso mar en que te ahogabas.

En cada puerto en que tu voz llamabas: la misma voz del eco repetido, la misma luna, el mismo sol sabido y ese mismo reclamo en que clamabas.

No fue vano esperar lo que esperabas, no fue vano sufrir lo que has sufrido ni fue vano ese darte en que te dabas, que en duro viento, sobre el mar, erguido has llegado, por fin, como anhelabas, a ese puerto de amor que has presentido.

GALERIA MULTIMEDIA
Ilustración: El peregrino