El prófugo

 Venía de un extraño país en que las noches son frías y los días tórridos. Venía de un país de interminables arenas y despoblado horizonte. Conducía la nave del desierto y atesoraba los bienes de los desprotegidos seres de la caravana. ¡alá es poderoso y sus caminos inescrutables!


Alí Mohamed fue guía de caravanas en el desierto y un respetuoso súbito de Mahoma. Temeroso del Corán, cumplía con los preceptos que en el Islam son premio y castigo. Sabía que la inmisericordia y el robo afectaban contra Alá y que toda transgresión a esa ley se paga antes de que las huríes del profeta acaricien nuestra piel y enciendan nuestra mirada. Pero, alí Mohamed era de carne y era pecador. Y la carne y el pecado no deben cruzar las arenas del desierto en el lomo de un camello.

Una noche de airado simún, la arena, que cabalga en el viento, sepultó a la caravana que guiaba Alí Mohamed. Este que era un zorro en el desierto, abandonó la caravana y se fugó con los bienes. En una sola noche cometió dos pecados que Alá no perdona. Abandonó en el desierto a los que debía guiar y proteger y les robó sus pertenencias. Después de esa infamia, Alí Mohamed no cabía en los dulces oasis del desierto y huyó a otras tierras. Creyó, ingenuamente, que la distancia y el tiempo lavaban el pecado.

Lo conocí una tarde del verano de 1951. Yo bajaba de las minas de tungsteno de Arrequintín y entre unos totorales del río epónimo, llamó mi atención la figura de un hombre que sentado en una piedra, fumaba y me miraba. Detuve la mula y saludé. El hombre me invitó a descabalgar y acompañarlo a merendar. Así lo hice. De una mochila sacó un pedazo de queso y unas aceitunas y nos pusimos a comer; luego me pasó una bota de vino tinto, bota que sacó del helado arroyo.
El vino, por la garganta, pasaba como una bendición. Estuvimos largo rato masticando y mirando al río. Me preguntó qué hacía. Le dije que bajaba de la mina y que había ido a ver un amigo: don Augusto Guardia. Siguió otro silencio largo que era interrumpido por los gorgoritos del vino en nuestras gargantas. Le dije que me contara de él. El hombre accedió.

Se llamaba Julio Irmas, hacía cinco años que había venido de Persia y andaba buscando a un pariente que hacía años que se había venido a la Argentina y del que había perdido todo rastro. Me contó le dijeron que el buscado había trabajado en las minas de Arrequintín, pero que ya se había ido y que en eso andaba: buscando al pariente.

La justicia


Después, al tranquito, bajamos para Las Flores. En el Baño del Cura pasamos la noche. Al otro día, bajo unos olmos, asamos un corderito que había sacrificado don Augusto; comimos en silencio y parsimoniosamente. Un vino casero, espeso y fuerte, iba aumentando nuestros bríos y avivando nuestras lenguas. Como a las dos de la tarde nos bañamos en las piletas del nacedero; luego, descabezamos un sueñito a la sombra de unos olmos.
Al atardecer, mientras mateábamos, Julio Irmas me contó la historia del pariente Alí Mohamed. Esa es la historia de los primeros párrafos de este relato. Julio Irmas lloró recordando los pecados de Alí Mohamed, luego cayó en una profunda tristeza. Respetuosamente me alejé y le dejé sólo en su dolor.
Al otro día, después del mate, Julio Irmas, al tranco de su mulita, enderezó para el norte, camino de Tudcum y luego Malimán. Por referencias supe más tarde que Irmas transitaba siguiendo el camino a Chile. ¡El hombre andaría en sus negocios!. De vez en cuando, me llegaba algún dato de la vida del hombre. Después las referencias se fueron espaciando, hasta llegar al total olvido del personaje.
Hace unos años, hice una visita a una familia amiga en Malimán. Alguien, como el azar, mencionó a Julio Irmas. Me interesó y pregunté por él. ¡Murió –me dijeron-. ¡Sí, -terció otro- lo hallaron muerto en la sierra de San Guillermo. Y me contaron: unos arrieros que venían de Chile encontraron el cadáver en una hondonada. El hombre había muerto de frío. Se ve que se había helado en un temporal de nieve que había caído unos seis meses atrás.

El cuerpo del muerto estaba intacto… a no ser las manos, que los buitres y los zorros se habían comido. Entre las ropas le encontraron un libro: El Corán, que es la ley del Islam y a la vez es la palabra del profeta.
No sé por qué asocié la idea de Alí Mohamed a lo que me estaban contando. Después supe que le dieron sepultura y que algún piadoso le puso una cruz de algarrobo. El símbolo del cristianismo, que es piedad y es perdón mezclado con El Corán, que es Justicia y es Ley: ¡Alá es Alá y Mahoma es su profeta! ¡La espada de la justicia es tan larga que alcanza a cualquier súbdito en cualquier lugar de la tierra o del cielo. ¡Bendito sea Alá!
Después supe que Julio Irmas y Alí Mohamed fueron una sola persona.

 

 

 

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Ilustración: El prófugo