Erase que era, y el mal que se vaya y el bien que se nos venga, que allá por los años primeros de mis abuelos, existía en el tranquilo pueblo de Pocito doña Pancha, quien tenía tantos años, que ya no se acordaba cuántos eran.
Pero lo curioso de lo que les voy a contar es la compañía que ella tenía:
Nada menos que una lechuza a la que llamaba Chinita.
Tal era la fama que le habían atribuido al pequeño animal que, cuando pasaban por la casa de doña Pancha, los vecinos se hacían la señal de la cruz.
Como para no hacerlo, si cuando se murió don Jacinto, el día anterior la lechuza Chinita se había asentado en el palo de la ramada de su rancho, había batido las alas y efectuado su característico ¡Chis, Chis!
Pobrecito el hijo de la Ramona: jugando en el patio se le acercó la lechuza, enfermó gravemente y murió.
Cuando se cayó la casita de doña Camira, ahí estuvo ella muy temprano, chillando y aleteando.
El accidente de Anacleto y una serie de tristes acontecimientos que seguían a su presencia en el lugar que ocurrían.
No faltará quien diga: “Es casualidad”; pero ¡Vaya casualidad!: Y si eso se agrega que, con el andar del tiempo, su dueña murió de extraña y mala muerte ¿Qué lo que cuento de la lechuza Chinita es más extraño que cierto? ¿Qué no pueden creerse esas antiguas historias de superstición y miedo?
Testigos fueron los antiguos habitantes de Pocito de las andanzas de Chinita la lechuza de doña Pancha.
Extraído del libro “Pocito su vida, su historia y su canto”, de Yolanda Agûero de Quiroga – Azucena Ontiveros de Mercado, Argentina, 1992.