Uno enciende la televisión y observa “en vivo y en directo” un partido que se está jugando en ese preciso momento en Barcelona. Cambia simplemente de canal y observa el enfrentamiento entre policìas y manifestantes en La Plata. Toma nuevamente el control remoto y en otro canal aparece la imagen del presidente mientras habla en un almuerzo con empresarios.
Las comunicaciones han “acercado” al mundo, han “globalizado” todo.
Muy distinta era la realidad en 1810, cuando los argentinos dieron el “primer grito de libertad”, como gustan llamar los historiadores a los hechos ocurridos en el mes de mayo.
¿Sabe cuándo supiero los sanjuaninos de los acontecimientos que ocurrían en Buenos Aires?
Se trataba de unos pliegos enviados por la Primera Junta en la que informaba sobre lo actualizado, reclamaba reconocimiento y solicitaba el envío de un diputado para reunir un congreso general.
Pero las cosas no era tan sencillas.
Por otro edificio, el gobernador intendente de Córdoba, del que dependía, San Juan, hacía conocer el mismo día 17 de junio, que el virrey Cisneros había sido separado del mando y se había constituido una “junta provicional de gobierno abusiva” por lo que ordenaba a los anjuaninos desconocer a esas autoridades de Buenos Aires y obedecer a la intendencia de Córdoba.
En aquellos tiempos no estaban los diarios ni la radio ni la televisión para informar sobre lo que realmente estaba ocurriendo. Y, lógicamente, un error de apreciación significaba ni más ni menos que el pellejo. La pena por “traición a la corona” era la horca.
¿Qué hizo el cabildo sanjuanino aquel 17 de junio de 1810? Lo más inteligente: ganar tiempo para informarse mejor.
Fue así como despachó un agente a Mendoza, mientras todos los integrantes del Cabildo se juramentaban guardar silencio absoluto sobre las noticias recibidas.
Justo es decir que en San Juan ni el resto de Cuyo existía un “antiespañolismo militante”. Nada de eso. Cuyo vivía su existencia en forma por demás pacífica y tranquila, ajena totalmente a las inquietudes de los patriotas. Y, quién más quién menos, todos se referían a “nuestro amado y católico rey”, “nuestro soberano”, “nuestra altesa don Fernando VII”.
Pues que nadie sabe para quién trabaja…
Ante un cuadro tan caótico, los miembros del Cabildo sanjuanino tenían muchas má preguntas que respuéstas. ¿Qué hacemos? ¿Apoyamos a Córdoba y desconocemos las autoridades de Buenos Aires? ¿Respaldamos a Buenos Aires y nos enfrentamos a Córdoba? ¿Tenemos rey?
Menudos problema tenían que resolver aquellos pacíficos habitantes de este pueblito pegado a la cordillera…
Pero bien dicen que secreto entre varios no es secreto… Y si bien durante una semana l anoticia no trascendió, el 24 de junio se destejó el día del Santo Patrono, San Juan Bautista. Y mientras las autoridades se morían de angustia y el pueblo seguía vivando a “nuestro rey don Fernando”, el secreto se reveló.
¿Cómo ocurrió?
Uno de los regidores consultó con su abogado, el doctor Estanislao Tello, sobre los alcances del problema. Y la noticia trascendió. Ante ello no hubo más remedio que convocar un cabildo abierto y seprar al comandante de amas (máxima autoritdad provincial), don José Javier Jofré.
Así fue com el domingo 7 de julio, según cuenta Horacio Videla, se realizó la asamblea “en la sala Capitular del Cabildo, frente a la plaza mayor de la ciudad (la actual plaza 25 de Mayo). El frente y la sala vestían las galas de rigor: escudos reales, banderas rojo y guarda y cortinados en los estrados. A una orden del alcalde de primer voto, Plácido Fernández Maradona, rompió a repicar la campaña, capitular a las nueve de la mañana e invitados los regidores ocuparon el recinto”.
A todo esto… ¿qué pasaba con el pueblo? Pues… tomaba frío en la plaza. Hasta que abrieron las puertas y todos entraron al Cabildo. Todo fue muy civilizado, muy tranquilo. Fernández Maradona, “en palabras veladas por la emoción –cuenta Videla- comunicó el contenido de los plegos recibidos, aclarando que la Junta de Buenos Aires se proponía sostener los derechos de nuestro augusto monarca, el señor don Fernando VII”. Lógicamente, apoyaron el reconocimiento el prior domínico, fray Pedro Fernández, el prior agustino, fray José Sánchez, el guardián mercedario, Fray José León Alvarado y el presidente de los hospitalarios de San Juan de Dios, fray Clemente Ortega. En la otra vereda se ubicaron el subdelegado de la Real Hacienda, Juan Manuel de Castro Carreño, el licenciado Francisco Oscariz “ y dos o tres godos acaudalados” pero aclarando que “no negaban el acatamiento a Buenos Aires sino que las órdenes no hubieran llegado por conducto de la intendecia de Córdoba, máxima autoridad regional de la comandancia de armas sanjuanina”.
Cómo si algo estaba en claro es que la situación era bastante confusa por el momento, los vecinos aprobaron con entusiasmo… una resolución anodina: “sin desconocer la legítima autoridad del excelentísimo señor gobernador (de Córdoba), debía este pueblo sujetarse y obedecer a la excelentísima junta (de Buenos Aires)”, declarándose “fieles vasallos del señor don Fernando VII, a quien siempre reconocerán por su rey y señor natural”.
Digamos que el diputado que reclamaba la junta de Buenos Aires también fue electo pero dos días después. Aunque no obtuvo la mayoría absoluta de votos, en el acta consta que los vecinos declararon por unananimidad diputado al alferez real José Ignacio Fernández Maradona, que seguramente sería hermano del alcalde Plácido Fernández Maradona…
Poco después se repuso como comandante de armas (máxima autoridad local, reiteramos)-a José Javier Jofré pero dependiendo ahora de la Junta Patria. Y este –dice Videla- “criollo honorable y de buena ley, se mantuvo en el cargo por dos meses y ordenó reclutamiento y coloctas en auxilio de la junta, venciendo la oposición de la Real Haciendo”.
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San Juan en la declaración de la independencia
Próceres sanjuaninos: Dr. Francisco Narciso Laprida