¿Gerennador?

Venía lo más campante; el incipiente verde de las moras anunciaba la primavera y, en mis venas y mis huesos el renovado empuje de la vida se empeñaba en despertar dormidas ansias y placeres. ¡Lo que es la vida —pensé— todos los años, para la llegada de los tordos y los bente-veos, los duendes que habitan la sangre tiran la chancleta y se largan al bullicio y la joda. Las venas, se tornan ríos que, al milagro del sol derriten el hielo de los años y bajan, de la canosa cumbre, hacia el verde de los valles, donde los gnomos del color y la música se empeñan en embretar a un viejo en bs añorados corrales de la mocedad. ¡Menos mal que la experiencia (y el colesterol) mantienen al anciano en los mezquinos límites de la prudencia y el decoro! Pero, qué manera de extrañar los deslices y las tonterías del joven, y qué manera de pavonearse (el viejo) en su añeja posición de quieto y manso lago, donde los ríos de la vida entran a la muerte y el olvido. En eso andaba, en la filosofía, tratando de enmendar mis errores y darte dignidad a las canas. La decencia es el gozo de los viejos y la norma de una sociedad burguesa que se empeña en tirar roña sobre los esplendores de la juventud y la vida. Luego caemos en la cuenta de que cada cosa a su tiempo es la esencia del vivir... para luego darnos cuenta que ¡toda vida, vivida dentro de una norma, no vale la pena ser vi vida! En fin, por ahí va la filosofía; yo prefiero los errores del corazón, aunque se equivoque, y no los aciertos de la experiencia, aunque acierte. Y si me apuran un poco, debo confesar que la única forma moral de vivir es; “Hacer bien porque hace bien, no hacer mal porque hace mal". ¡Y chau!

P ¡¡¡Piii!!! Sentí el pitido e hice como que saludaba a un amigo que pasara por la vereda. ¡Plillilllllirrrrr! Esta vez fuerte y largo y no tuve más remedio que mirar al policía. Puse cara de sorprendido y, con una sonrisa prestada miré al uniformado, éste, con cara severa y como diciendo ¡te agarré! me hizo señas con el brazo blanco, para que arrimara a la vereda y parara. Así lo hize y bajé el vidrio. El hombre se arrimó, hizo algo como una venia (no era saludo) y me espetó: El carnet, se lo pasé, la verde, se la pasé, las últimas tres boletas de renta, se las pasé (ni Maradona hubiera hechos pases tan prolijos) y me puse a esperar. Creo que era la primera vez que lamentaba no saber rezar. Miró la foto del carnet y me miró a mí, medio dudaba. Me devolvió la verde, me devolvió las boletas de renta, me volvió a mirar y dijo: ¡Este carnet está vencido! Creo que en ese momento sentí algo así como debe ser el oir la trompeta del Arcángel Gabriel. ¡Pero más fuerte!

Y se quédó mirándome como Couchón a Juana de Arco. Sentí un calorcito como debe haber sentido la francesita y alcancé a decir un tímido ¡Este... yo! Tragué aire, conté hasta diez... y entré a explicarle: “Mire —le dije— hace tiempo que quiero renovarlo pero me fue Inposible "¡Sí, pero esto no es para descuidarlo —me dijo— el agente! y siguió esperando mi explicación y en la cara reflejaba un montón de vidas perdonadas. ¡Créame, hasta me pareció bueno! Yo iba a seguir hablando y él sacó la libretita y empezó a escribir algo ¡Pare la mano! —le dije— y el tonito tenía un poquito de orgullo y coraje (algo de un tango recordé) él siguió escribiendo, me pasó la boleta y dijo:"Agradezca que no le secuestro el coche". Metió la libreta en un estuche-y me dijo ¡Buen día, señor! Y se fue a tranquito lerdo, relojeando la patente de los autos estacionados. La autoridad manaba de su persona y su uniforme; era un ángel perdonando vidas ¿sabe usted quién es el santo patrón de los policías de tránsito?: Santo Tomás de aquí no.
Me quedé pensando por qué no le dije todo. Reflexionó: mejor así! Hay derlas cosas que hay que hablarías con el gerente y no con el cadete... y con el gerente quiero hablar: Señor Gobernador, olvidó decirle a su cadete que, cuando él me pidió el carnet, yo ya había tratado, infructuosamente, renovarlo por seis veces: tres veces de mi intento de renovación, no me atendieron porque estaban de “paro" (preguntar a Sáriphez de ATE) la cuarta, quinta y sexta vez llegué tarde. Es decir: la cuarta vez eran cerca de las ocho y ya no habían números. La quinta vez me dijeron que tenía que sacar el número antes de las siete. Pregunté: '¿Para que voy a venir a las siete si el oculista viene a las nueve. El muchacho que me atendió, medio socarrón me dijo: ¡Cuando no a las diez! Y siguió comiendo una semita. Un montón de ciudadanos, apretujados. rendían culto a la incapacidad de un funcionario. La sexta vez también llegué tarde, a las siete y media ya no había números. La gente, amontonada, esperaba al oculista, me fui y resolví no volver más. que se metan el carnet...!

Señor Gobernador, Pregunto: ¡Hay derecho a hacer ir a la gente a las siete de la mañana para atenderlas al medio día? ¿Y las horas de trabajo perdidas? ¿ Es muy difícil ordenar las cosas de modo tal que al que va le den un turno para un día o varios después? ¿Goza el funcionario viendo a la gente hacer cola y haciendo madrugar al cuete?

Decía mi amigo Tomsig que, cuando en una empresa el cadete anda mal, hay que echar al gerente. ¡Yo no digo que hay que echarlo a usted, señor gobernador. Dios me libre de tal desacato, pero, al menos, eche a un ministro o un director, un 'gerencito"¡Como para calmarla bestia, vio?

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