El poeta sanjuanino Rufino Martínez escribió para el semanario El Nuevo Diario una serie de textos que integraron la sección "La Gran Aldea". En ella pintaba San Juan como pocos lo recuerdan. El texto que aquí se reproduce está dedicado Ofelia Zúccoli Fidanza, conocida escritora sanjuanina nacida en Calingasta. Fue publicado el 21 de julio de 1987.
Para Ofelia Zúccoli Fidanza un enclave de acequias y manzanos en el corazón del tango.
Querida Ofelia:
Hace poco anduve por tus pagos; llevaba un vacío de ciudad y asfalto y quise rellenarlo de manzanos y calandrias. Me acompañaban dos laderos de fierro “El viaje de la primavera”, de Marechal y “Lagar de mi sangre” de Ofelia Zúccoli ¡Con esas compañías, no digo a Calingasta, al paraíso podés ir, podés!.
Vos sabés que Pachaco es un descanso obligado. Es como un aclimatarte para luego entrar al valle de Calingasta y codearte con el milagro y la maravilla ¡Una cervecita fresca y unas lascas de jamón y pan casero no le caen mal a nadie! Luego no más, el descolgarse al valle y al asombro.
De entrada me fui derechito a La Capilla, donde ¡Don Livio trabaja la tierra y fertiliza el pan de la abeja y la cigarra!.Despacito, como quien conversa, le dije tu soneto:
Mi padre
Se miraba en la tierra y su figura
con espigas de luz sobre la frente
crecía en el manzano y solamente
dibujaba un contorno de hermosura.
Signado el corazón sin atadura
cumplía su destino de simiente,
habitaba en su mundo dulcemente
y era dueño y señor de la locura.
Ya vive con su vida en esta muerte
de lo que siempre él había mirado,
este inmenso silencio lo hace fuerte.
Calingasta lo sueña y lo venera
y con su voz de cielo en el sembrado
la calandria lo arrulla en primavera.
Debo haber estado medio emocionado, porque me pareció que tu padre, con perfumes de hierbas y cantos de loicas, me ofrecía un vaso de vino de la vieja cepa de La Capilla. Tu viejo estaba como había sido: rudo para el trabajo y tierno para la caricia.
Recuerdo una mañana especial: las fincas reventaban de manzanos y abejas; del lado de Tamberías llagaba un vital aroma de anís y menta; la acre presencia del pájaro bobo te transportaba al río y en los estancos de sus meandros, jugueteaban la truchas, dueñas del tiempo y la esgrima de sus metales. La vieja parra centenaria de la Capilla ofrecía copiosos esquimos, promesa de nuevos vinos, y al oeste, para el lado de la cordillera, las altas cumbres brindaban sus maravillas de cerezos florecidos.
La creación lucía tierna y limpia y el rostro del valle tenía el encanto de la hierba segada y la tierra húmeda.
Me senté bajo un manzano a releer y gozar tu poesía. Recuerdo fragmentos de
Mi cuna es Calingasta
Nací de tus entrañas
soy raíz de tu surco, San Juan mió,
Mi cuna es Calingasta, la montaña,
donde Dios se detuvo
siendo niño,
y dibujó con trinos ese valle,
y lo cubrió de azul en el rocío,
y de verde en las viñas
y de rojo en la jadeante pulpa
del durazno,
que se abre en estío.
Yo tenía mi casa, mis leyendas
y todo Calingasta iba conmigo,
la calandria me hablaba en Primavera,
y en mis huesos brotaba
la canción de los grillos.
Mí cuna es Calingasta, la montaña,
donde Dios se detuvo
siendo niño.
Dejé el libro sobre la gramilla. Una dulce somnolencia me invadía. ¡Morir en ese instante hubiera sido lo más natural del mundo!.
Debo haberme dormido, porque de golpe el sol estaba alto, la sombra del manzano se había desplazado y un bullicioso coro de abejorros y jejenes se empeñaba en empujarme a las casas, donde en la vieja mesa de álamo y blanco mantel, ya esperaba la jarra de vino, el oloroso pan recién horneado, el queso y las olivas.
¡Cumplía el rito de nutrirme, con sagrada unción y cristiano sosiego! A través de la ventana, contemplaba el valle, que, para el lado de Las Carachas, se teñía de un profundo rosado de los durazneros de una finca vecina, ¡Las abejas, sin cegeté, trabajaban a destajo! ¡Esas sí que saben que la miel no espera!. Desde ahí, desde la ventana imaginé tu infancia, nuestras conversaciones sobre tus pagos... y entendí toda tu poesía y todo el dolor del desarraigo. ¿Viste, Ofelia, cuánto hay que sufrir y luchar para perder la libertad?.
Hace unos instantes, con mi mujer (saludos) te recordábamos y comentábamos los improvisados ágapes y las cremosas charlas. Si la ves a Elvia Marechal dale saludos y decile que recuerdo unos versos de Leopoldo, que, como todo lo de ese gran poeta, son un ejemplo de cadencia y de fina sensibilidad:
El cortejo
(Mi hermano iba en un potro del color de la noche, yo en una yegua blanca
sin errar todavía).
Leopoldo Marechal
Qué lujo de poeta es Marechal, no te parece?. Bueno Ofelia, quiero que sepas que siempre te recuerdo y, si te parece, podés nombrarme guardián honorario de tu valle de Calingasta y de tu Jardín de los Poetas. Entérame de cómo van tus cosas y cuántas nuevas heridas tiene el viejo manzano. ¿Viste lo que es el periodismo? ¡Me salvé de la estampilla!
Tuyo Rufino
Nota de la redacción: Ofelia Zúccoli Fidanza, es una de las grandes poetas argentinas. Sus libros, varios, han trascendido las fronteras de la patria y ya pertenecen al acerbo castellano. Nació en Calingasta, San Juan y es la inspiradora y autora del Jardín de los Poetas en Zonda. Don Livio es el padre de Ofelia. La Capilla es la casa y la finca donde nació y pasó su infancia la poeta.