¡Era ambicioso el gobernador José Martín Yanzón! Vaya si lo era. Ambicioso al extremo de ser protagonista de uno de los casos más curiosos que registra la historia provinciana. Como que a Yanzón, coronel del Ejército y soldado de la primera campaña del desierto contra los indios del sur, se le ocurrió un día invadir La Rioja. Y los sanjuaninos tuvieron que pagar durante muchos años la costosa farra.
El 4 de mayo de 1834, José Martín Yanzón fue designado gobernador de San Juan.
En realidad había dos candidatos para el cargo. Los dos habían participado en la campaña contra los indios: Yanzón y el teniente coronel Nazario Benavides.
Facundo Quiroga, hombre fuerte en la región, se equivocó y apoyó a Yanzón, quizás porque tenía mayor grado militar que Benavides y era un poco mayor.
Pero el 16 de febrero de 1835 ocurre un hecho que influiría enormemente en la historia que vamos a relatar.
Ese día, en la localidad de Barranca Yaco, al norte de la provincia de Córdoba, una partida encabezada por Santos Pérez, rodeó una galera en la que viajaba el “Tigre de los Llanos”.
—¿Qué significa esto?—, atinó a preguntar Facundo Quiroga, asomándose por la ventanilla.
Un disparo en el ojo izquierdo lo mató en el acto.
Acto seguido, todos los acompañantes fueron pasados a degüello.
Quiroga, como hemos dicho, era el principal sostén de Yanzón pero, además, poseía el Ejército más poderoso del interior del país.
Nazario Benavides en San Juan y José Félix Aldao en Mendoza, se aprestaron a recoger la herencia política del riojano Quiroga, asesinado.
Se planteaba una nueva situación política.
—Federales sin dobleces deben ser los agentes de Rosas en cada provincia—, sostuvieron.
Yanzón advirtió también la nueva situación y para congraciarse con Rosas decretó que desde el 20 de julio de 1835 todos los empleados públicos sanjuaninos debían usar en el ojal de la chaqueta la cinta punzó, bajo pena de perder el empleo. El 24 del mismo mes, ordena que “todo documento público debe encabezarse con la leyenda ¡Viva la Federación!”.
Para Benavides eso no era suficiente.
Y pronto organizó una revolución.
Con la llegada de la primavera creyó que la breva estaba madura.
Y en la noche del 21 de setiembre de 1835, Benavides al frente de un grupo de antiguos soldados adictos y amigos asaltó el cuartel de San Clemente.
El futuro caudillo pensó que su ascendencia entre la tropa era grande y que bastaba su presencia para que la soldadesca se le plegara.
Yanzón estaba alertado
Pero Yanzón estaba alertado. Y esa noche, en lugar de dirigirse a su casa, se fue a dormir al cuartel y preparó el recibimiento.
Gran sorpresa se llevó Benavides cuando fue recibido a balazos.
No le quedó otra que escapar.
Yanzón no era hombre de dejar las cosas a medias por lo que se puso al frente de un piquete de caballería y sable en mano lo corrió hasta la Plaza Mayor (hoy 25 de Mayo).
Benavides advirtió que el horno no estaba para bollos y no paró hasta llegar a Mendoza, donde se exilió.
Al día siguiente Yanzón —decreto mediante— lo declaró fuera de la ley.
La muerte de Facundo Quiroga seguía influyendo en la vida de Cuyo.
En La Rioja gobernaba Fernando Villafañe, al decir del general Paz, “hombre raro, extravagante e imbécil”
En realidad, Villafañe estaba sostenido por el general Tomás Brizuela, como comandante de los Llanos, apodado “El Zarco”.
La Rioja se había transformado en un problema para San Juan pues los comerciantes y ganaderos que por allí pasaban eran obligados a pagar fuertes derechos de tránsito, cuando no eran directamente asaltados y obligados a regresar con las manos vacías a San Juan.
La herencia de Facundo
Pero había un problema que a Yanzón, que tras haber corrido a Benavides se sentía un caudillo con gran futuro, lo obsesionaba: ¿quién se quedaría con la herencia de Facundo?
Quien controlara el armamento del mejor ejército de Cuyo, sin dudas, gobernaría la región.
—¿Cómo vamos a permitir que ese imbécil de Villafañe o el “Zarco” Brizuela nos domine?—, pensó en su ambición.
Y a partir de ese momento comenzó a rondar en su cabeza uno de los disparates mayores que registre la historia provincial: la invasión a La Rioja.
En el mayor de los sigilos, Yanzón comenzó a preparar un Ejército.
Quinientos hombres fueron adiestrados.
Paralelamente, comenzó a mantener comunicación con adversarios de Brizuela y Villafañe.
El más importante, Angel Vicente Peñaloza, el “Chacho”.
Otros riojanos descontentos, Hipólito Tello y Lucas Llanos, le dieron a entender que se plegarían al movimiento.
Pero los secretos duran poco en San Juan, está visto.
Pronto, Juan Manuel de Rosas en Buenos Aires y el gobernador de Mendoza Pedro Molina, estaban al tanto de las intenciones de Yanzón.
—¿Qué va a hacer este loco?—, se preguntaron.
Mediante una nota, Rosas le expresó al gobernador sanjuanino sus preocupaciones “ante las noticias de una inminente invasión de ese gobierno a La Rioja”, recordándole el tratado de alianza y asistencia recíproca que unía a las provincias argentinas.
El gobernador de Mendoza, Pedro Molina le escribió al de San Luis, el coronel José Gregorio Calderón: “Si Yanzón triunfa sobre La Rioja esté usted seguro que invade nuestras provincias y para no exponernos a algún contraste, con tiempo debemos combinar el plan. Yo escribo al general Rosas pidiendo armas y municiones y que me mande a Nazario Benavides”.
Un “juego de niños”
A todo esto, los gobernantes sanjuaninos seguían disimulando.
—No se intentará acción alguna en violación a las garantías que recíprocamente han acordado las provincias confederadas—, aseguró el ministro Ortega.
En realidad, ya Yanzón marchaba a La Rioja.
Había seleccionado a 200 de sus soldados, los pertrechó bien, se puso al frente de la columna y partió.
—Va ser un juego de niños tomar la provincia cuando caigamos de sorpresa—, habrá pensado.
Pero la sorpresa se la llevó él.
La Rioja no estaba desprevenida sino bien alertada y muy bien defendida. Sus tropas de caballería, artillería e infantería estaban esperando con el cañón bala en boca.
Como siempre sucede en San Juan, al lado de cada sanjuanino ambicioso hay que ponerle otro sanjuanino celoso para que lo traicione. Y desde San Juan los enemigos de Yanzón habían informado hasta sobre los más pequeños detalles del proyecto.
El choque se produjo en la localidad de Pango, en la madrugada del 5 de enero de 1836.
Fue un desastre completo para los intrusos invasores.
En pocas horas, todo había terminado.
Varios soldados sanjuaninos fueron muertos.
Y los que quedaron se desbandaron en distintas direcciones.
El primero en hacerlo fue el propio Yanzón que a galope tendido huyó hacia Jáchal. Desde allí se internó en la cordillera y pasó a Chile.
Tanto fue su escarmiento que nunca volvió a San Juan.
La única noticia que se tuvo de él fue en 1842 cuando se dijo que había muerto asesinado en acción de guerra en Santa María, Catamarca.
La Rioja invade San Juan
Pero la historia no terminó allí.
Rosas estaba indignado. Otro tanto ocurría con el gobernador mendocino Pedro Molina.
Pero los que realmente estaban ofendidos eran los riojanos.
El gobernador Villafañe, al que Yanzón consideraba un “imbécil de pocas luces”, llamó al comandante Brizuela. Y pronto se pusieron de acuerdo.
—Hay que darles un escarmiento a los sanjuaninos. Vamos a invadir la provincia.
El general Tomas Brizuela se puso al frente de 700 hombres y, acompañado por el ministro Rincón, se vino.
En San Juan, a todo esto, las noticias habían llegado antes que los riojanos y la preocupación era generalizada.
Como ocurre normalmente, los más poderosos o ricos se pusieron a salvo: huyeron a Mendoza. Los primeros en hacerlo fueron los ex adictos a Yanzón.
El ministro Ortega, que estaba a cargo del gobierno, cuando se enteró del desastre el 8 de enero a primera hora de la mañana y sin tener noticias del paradero de Yanzón, llamó al juez de Alzadas, don Timoteo Maradona.
—Hágase cargo del gobierno porque yo me voy..
Y desapareció de la ciudad.
Maradona hizo lo único que podía hacer: convocó a la ciudadanía a una reunión urgente en la Sala de Representantes.
—Los he convocado para que deliberemos sobre este grave problema en el que estamos metidos.
Gran revuelo.
En la reunión estaban todos. Los pocos que habían quedado del bando yanzonista, los federales, los religiosos y hasta algunos ciudadanos susceptibles de ser considerados independientes.
—¿Qué hacemos si nos invaden los riojanos?- , fue la pregunta generalizada.
—Lo primero —dijo Maradona— es solucionar el problema institucional. Tenemos que elegir un gobernador.
Comenzaron a debatir.
De pronto apareció un nombre: don José Luciano Fernández.
El mayor mérito del hombre era que tenía buenas relaciones con gente de La Rioja.
En forma unánime lo eligieron gobernador interino.
A las 11 de la mañana, estaba jurando el cargo.
En una sola mañana, San Juan había tenido tres gobernadores y uno de ellos, Maradona, no cumplió ningún acto de gobierno, salvo convocar a la reunión.
Llegan los riojanos
Sólo restaba esperar.
Y pronto los riojanos estuvieron a la puerta de la ciudad.
Nadie opuso resistencia.
Entraron con sus caballos al galope, levantando polvareda y disparando sus armas.
Los sanjuaninos comenzaron a temblar.
Don José Luciano Fernández salió a recibir al general Brizuela. Este fue muy parco:
—Queremos 35 mil pesos bolivianos, 900 uniformes de tropa, 300 fusiles, 300 sables, 300 bueyes, 500 mulas y mil caballos en concepto de indemnización por haber invadido La Rioja.
—General, lo que usted nos pide es algo imposible para nosotros. Somos un pueblo pobre.
—En ese caso, prepárense porque no va a quedar nada de este pueblo.
Pero eso no era todo. Setecientos riojanos enojados pueden hacer mucho daño en una ciudad tomada.
En plena calle algunas mujeres fueron violadas. Otras fueron sometidas en sus domicilios, tras asesinar a sus familias.
Los invasores estaban a sus anchas, incendiaban viñedos, arrasaban con todo.
Enterado de la situación, el gobierno de Mendoza dispuso enviar una comisión conciliadora, integrada por el coronel Eugenio Corvalán y el licenciado Pedro José Pelliza.
Pidieron hablar con el jefe de la columna.
Se rieron de ellos. Fueron vapuleados e insultados.
Un grupo de vecinos intentó pedirle protección a los enviados mendocinos y penetró al domicilio donde se habían instalado. Los riojanos entraron a balazos a esas casas.
No les quedó otra alternativa que emprender un rápido regreso a Mendoza.
Las papas quemaban, no había dudas.
Como se estila en estos casos, se convocó a una urgente reunión a lo más destacado de la sociedad.
—¿Qué hacemos?
—Hay que pagar.
—Es mucho.
—Regateemos.
Y el bueno de Fernández encaró el regateo mientras —como sólo sucede en San Juan en los casos de gran peligro— todos optaban por rodear y apoyar al gobernador interino en lugar de aislarlo y atacarlo, como usualmente hacían con los gobernantes.
Una comisión de notables quedaría al frente de todas las negociaciones.
En la primera reunión, los riojanos estuvieron de acuerdo en bajar un poco sus pretensiones.
Se largó una cifra: 31.500 pesos.
Fernández dijo que iba a contestar.
Nueva reunión de la comisión de notables.
A todo esto, los sanjuaninos advertían que era necesario demostrar buena voluntad hacia el invasor, a pesar de las tropelías que este cometía.
—Es necesario que la provincia repudie enérgicamente la invasión perpetrada por Yanzón.
—Exacto, que se reúna en forma urgente la Legislatura y emita una declaración.
Aparecía un nuevo problema. La Legislatura había quedado sin quorum para sesionar.
—Elijamos nuevos diputados.
Se fijó el 17 de enero como día de la elección.
Ese día se eligieron los doce representantes.
Previamente, el día 13 de enero, Fernández comisionó al coronel de milicias Juan Agustín Cano para que averiguara “cuáles han sido las disposiciones preparatoria a la marcha del gobernador Yanzón a la provincia de La Rioja y quienes han tenido parte por sus consejos o de otro modo, en influir a Yanzón para que emprenda esa marcha”.
Los que pierden nunca tienen defensa y el 27 de enero, la Sala de Representantes declaró a Yanzón depuesto “por haber quebrantado las leyes constitucionales y el tratado del litoral”.
La Comisión, no contenta con esto, lo conminó a comparecer en juicio antes de un mes. Por supuesto, no vino.
Por lo que sólo quedó el recurso simbólico de embargarle los bienes.
En la redada cayeron el ministro José Victorino Ortega y dos forasteros declarados cómplices del gobernador, Marcos Rodríguez y Cruz Torres.
A todo esto la Comisión se desvanaba los sesos pensando cómo reunir el dinero para que los riojanos volvieran a su provincia.
Algunos pesos se habían juntado. Lo llamaron al obispo Oro.
—La Iglesia está totalmente pobre-, dijo el prelado.
—Lo mismo va a tener que ayudarnos.
El 22 de febrero el obispo pondría su parte.
Faltaba un líder
Pero mientras se negociaba, se vivía pendiente de un hilo.
El gobernador Fernández respondía a Brizuela, ¿qué otra cosa podía hacer?.
La Sala mandó confeccionar una lista de personas que podían ser consideradas peligrosas para la causa de la Federación. Los removió a todos los que ocupaban cargos en el gobierno, sin derecho a defensa alguna.
De pronto alguien tuvo una idea.
—Nos está haciendo falta un líder militar.
Varios pensaron en el teniente coronel Benavides, aquel que había hecho una revolución fracasada contra Yanzón y este lo declarara fuera de la ley el 22 de septiembre de 1835.
No era momento para reparar en pequeñas cosas.
El 28 de enero los legisladores derogaron el anterior decreto fundamentándolo en “la falta de sumario en la causa incoada contra Benavides, lo que demostraría su inocencia y en la criminalidad del ex gobernador”, por lo que se le repuso la ciudadanía y su grado militar.
El 15 de febrero estaba de regreso Benavides en San Juan.
Todo cambió entonces.
Hubo efervescencia en los cuarteles.
Los riojanos todavía no se iban.
Fernández convocó a elecciones de doblantes para elegir gobernador.
En principio la había convocado para el 12 de febrero, pensando en hacerse reelegir. Pero ante una insinuación de Rosas la pasaron para el 25.
Como era previsible, triunfaron los adictos a Benavides.
Lo que nadie sabía en aquel momento es que Benavides gobernaría en los siguientes veinte años.
El primer problema urgente que debía resolver el nuevo gobernador era terminar con la ocupación riojana.
“La permanencia de las tropas acá es ya insoportable así por la exorbitancia que comen de carne y demás artículos, sin la menor consideración, como por los desórdenes y saqueos que se experimentan a cada paso”, explicaba Benavides en una carta a la viuda de Facundo Quiroga.
Con el nuevo gobernador las cosas cambiaron.
Se llegó a un acuerdo con los riojanos que se conformaron con 25 mil pesos en plata, 760 vestuarios en cortes para oficiales y tropa, 200 caballos, 2.000 cabezas de ganado vacuno, 200 fusiles, 100 sables y 100 tercerolas.
A fines de marzo Brizuela dejó San Juan, con su inmenso botín.
La aventura de Yanzón había sido un golpe muy duro del que la provincia tardaría mucho en recuperarse.
Una calavereada, en fin, como pocas veces se vio en la historia.
Fuentes
#Este capítulo se publicó en el libro “Revoluciones y crímenes políticos en San Juan”, de Juan Carlos Bataller, con el título “Cuando se invadieron riojanos y sanjuaninos”.
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