Ana María Oro nació el 30 de abril de 1950 en la ciudad de San Juan. Cursó sus estudios primarios en la Escuela Paula Albarracín de Sarmiento y los secundarios en la Escuela Normal Sarmiento.
Su padre fue Fausto Oro Cobas (Odontólogo) y su madre Manuela Lobato Zaballa. Los hermanos son Carlos Enrique Oro, Eduardo Alberto Oro y Daniel Alfredo Oro.
A continuación reproducimos una nota a Ana María publicada el 20 de noviembre de 2015 en la edición 1699 de El Nuevo Diario, con motivo de cumplir 43 años al frente del Coro de Niños dependiente de la Universidad Nacional de San Juan.
“Siempre tuve claro que estaba formando seres humanos”
En 1972 Ana dirigió, por primera vez, al Coro de Niños y Jóvenes de la Universidad Nacional de San Juan. Desde entonces, los chicos fueron su pasión. Cientos de sanjuaninos, que hoy se destacan en diferentes ámbitos, pasaron por este coro. La despedida será con un concierto de agradecimiento en el Auditorio.
“Los niños queremos la paz” suena de fondo en las voces del Coro de Niños y Jóvenes de la Universidad Nacional de San Juan. Nada más pertinente para una semana que se ha desarrollado con tanta violencia en el mundo, con la interpretación de un coro que fue embajador por la paz, cuando casi estalla la guerra entre Chile y Argentina, en 1977. Y quien habla para la entrevista es Ana María Oro, la directora de esa formación que, después de más de cuarenta años, se despide de lo que ella misma define como “un regalo de Dios”.
Si bien Ana no vio nacer al coro, ha sido como una madre para los cientos de chicos que formaron parte de él. Entró con poco más de veinte años y, estando frente al grupo, tuvo a sus tres hijos: Mariana, que sigue sus pasos en la dirección coral; Francisco y Matías. Formó no solo en canto, sino también en valores, a muchos de los profesionales que hoy se desenvuelven en la provincia.
Dejar el coro no es sencillo para Ana, pero lo hace esperando encarar nuevos proyectos y con el deseo de agradecer a quienes la ayudaron en este camino. Es por eso que el 28 de noviembre hará en un concierto de despedida en el Auditorio Juan Victoria.
—¿Aprendiste música desde chica?
—A los 5 mi papá me empezó a mandar a aprender piano. Fui a varias profesoras y a los quince empecé con Elsa Doña de Ariza. Su hermana, Nilda Doña de Albornoz, me dijo que fuera a cantar a la Agrupación (Coral Sanjuanina). Le dije que no pero me hartó y fui a hacer la prueba, a los 18 años. Después me pidieron ayudar con el coro de niños, con ellos hicimos una gira por el norte y, en 1969, el profesor González Fernández me dijo “¿no has pensado en ingresar a la Escuela de Música?”. Hablé con la directora, “Catuca” Gimbernat, le pregunté qué podía estudiar y me habló del Profesorado de Dirección Coral y Cultura Musical. El matrimonio Kovalsky, el maestro Petracchini, la señora “Catuca” Riveros de Gimbernat, González Fernández, Esther Sánchez de González, todos ellos me ayudaron para que ingresara.
—¿Y cómo llegaste a dirigir el coro de niños?
—En el 72 lo dirigí por primera vez como alumna practicante. Hicimos una gira por América, hasta Estados Unidos y, cuando volví, el maestro Juan A. Petracchini me lo ofreció. Al maestro siempre le agradecí, aunque tuvimos cruces de opiniones. Yo hice todos los trámites para que el Centro Coral se llamara Juan Argentino Petracchini.
—¿A vos te gustaban los niños?
—Sí. Un niño es tan inocente, transparente, sincero y demostrativo. Hay personas que no soportan mucho tiempo que un coro de niños cante, porque son voces blancas, sin la riqueza armónica de las voces mixtas, pero para mí ha sido un regalo a mis oídos. El niño tiene un trabajo muy lento, progresivo y cada niño es diferente, eso fue lo que toda la vida me apasionó.
—Qué curioso, no fue lo que tenías previsto.
—Si mis compañeros de quinto año me hubieran dicho “Ana María vos vas a ser directora de coro” yo les hubiera dicho “¿¡qué?!, ¿de dónde sacas eso?”. Es un regalo de Dios, él me fue poniendo personas en el camino que jamás imaginé.
—¿Alguna vez pensaste en dejar los niños y trabajar con otros coros?
—Dejarlo no pero en los ochenta hice un coro femenino en el centro coral, que duró unos años. Después hice uno de la Facultad de Filosofía, mixto, y en 2000 hice dos coros en Ausonia: el mixto, con gente grande y el femenino.
—Tenés toda una vida junto al coro, ¿qué es lo mejor que te llevás?
—La experiencia que me llevo como un regalo de Dios fue el premio de Grecia. Y mi misión fundamental, más que enseñarles a cantar a los chicos, fue enseñarles valores. Hay un valor irremplazable: El amor, también la responsabilidad, solidaridad, generosidad, compañerismo, el respeto a los demás, la caridad. Siempre tuve claro que estaba formando seres humanos y quería que esos niños y adolescentes fueran personas de bien.
“Su familia somos todos”
En tantos años años junto al Coro, Ana ha podido formar a diferentes generaciones, incluso a padres e hijos. Le enseñó a Paula Savastano (2006-2013), hija de Eduardo y Ada Hidalgo;?a Cibeles Guarnido (1990-1995), hija de Victoria Dávila;?también a Carla Pérez Torres (2001-2009), hija de Claudia Torres y a Valeria Hermann (2007-2012), hija de Jorge Teo Hermann. En la actualidad, forman parte del coro Andrés Hoesé, hijo de los ex coreutas Adriana Fernández, que es la directora de la Escuela de Música y Alejandro Hoesé; y José Ignacio Calderón, hijo de Laura Vicentela.
“Nunca nos podrán callar”
Las voces de varios de los chicos que pasaron por el coro hoy siguen sonando: Romina Pedrozo, Natalia Quiroga, Laura Costanza, Claudia Pirán, Ale Segovia y María José Guillemain, entre varios. Otros ex coreutas se han desenvuelto en diferentes ámbitos, llegando a convertirse en destacados profesionales. Sandra Manzano es hoy madre superiora en Canadá, Ivan Grgic es secretario ejecutivo de la Unión Industrial, Rodrigo Belert es el encargado de prensa del Hospital Rawson y Jimena Daneri es gerente de Legales de Barrick, entre muchos otros.