Cuando San Juan se empachó de progreso

Había rechazado ser vicepresidente de la Nación o ministro. Prefirió gobernador San Juan pensando que podía ser la Capital de Cuyo, un centro de civilización en la falda de Los Andes. Quiso poner en marcha la gran minería, traer colonos europeos, iluminar y empedrar las calles, abrir escuelas. Pero sus días en San Juan fueron tormentosos. Abrumado por la pésima relación con su esposa Benita y la ausencia de su amada Aurelia, despechado por sus comprovincianos que se negaban a pagar más impuestos y criticaban sus obras y con varios de sus proyectos fracasados, se fue en silencio y derrotado. "El personaje ha desbordado al ambiente", dijo el presidente Mitre. Los datos y testimonios de aquellos días terribles para Sarmiento.

Estaba próximo a cumplir 51 años.
Pero a primera vista parecía una persona de edad.
Casi un anciano.
El bigote canoso, más gordo que de costumbre, la calvicie avanzada.
Pero era Sarmiento.
Bastaba que comenzara a hablar para que su figura rejuveneciera, se hiciera atrayente.

Había sido ministro de Mitre, gobernador de Buenos Aires cuando los sucesos de San Juan culminaron en 1861 con el fusilamiento de Aberastain.
San Juan había visto morir a sus tres últimos gobernadores asesinados en las luchas fraticidas. Primero fue Nazario Benavidez, el caudillo manso, que gobernó la provincia durante varios lustros. Luego Virasoro, el correntino, salvajemente asesinado cuando dormía con su familia. Finalmente Antonino Aberastain, tras los trágicos sucesos de La Rinconada.

Era esta, la muerte de Aberastain, una de las causas que lo indujeron a regresar a su provincia.
Pero había otras cosas.
En primer lugar, sus apuestas nunca fueron pequeñas.
Sarmiento advertía que Buenos Aires no era campo propicio para sus propuestas. Su hora no había llegado.
Tres años como gobernador de su provincia, a la que esperaba convertir en un estado industrial con el desarrollo de las minas de El Total, transformándola de ser una provincia pobre, desangrada por las luchas civiles, inculta y atrasada en la capital económica de Cuyo, constituía un gran desafío para un hombre de acción que debe hacer un alto eh el camino.

Pero eso no era todo.
Sarmiento llegaba con el corazón alborotado.
Las relaciones con su esposa, Benita Martínez Pastoriza, estaban quebradas.
Aun escuchaba su voz cuando afirmó rotunda:
-Yo ni loca me voy a vivir a San Juan.
Se vino sólo. Sin Benita. Pero, lo que más le dolía, también sin Aurelia.

Es cierto, fue recibido con todos' los honores y elegido gobernador interino por la legislatura a sólo dos días de regresar a la provincia. Era el 9 de enero de 1.862
Don Domingo se había instalado en la casa paterna, con sus hermanas, en el barrio del Carrascal, a cuatro cuadras de la Plaza Mayor, en la calle Ecuador, que algún día llevaría su nombre.

El 16 de febrero se reunieron los diputados provinciales y los doblantes, electos el día 7 y designaron a Sarmiento gobernador propietario. Resultó consagrado sin oposición.
Lo esperaban tres años en el poder de su provincia.
El día anterior le había escrito a Mitre:

"Hoy cumplo 51 años y mañana espero ser nombrado gobernador propietario por tres años. He sentido una triste y melancólica satisfacción al consumar este acto que venía preparado de antemano por la opinión de mis amigos, el clamor de mis compatriotas y mi propio sentimiento.Digo que con tristeza mezclada de felicidad, como suele ser el tomar estado que nos hace mirar el porvenir, sabiendo que hemos decidido de nuestra suerte, en bien o en mal".

Ya no era el Sarmiento optimista. Y lo confesaba en una carta a su amigo José Posse.

"No es el hombre político el que guarda silencio; es el hombre moral el que ha muerto al dejar terminada la revolución que dirijo y sostuve treinta años. Soy gobernador de San Juan como un asilo contra mí mismo. Después que termine este periodo verasme desaparecer en el horizonte político, como aquellos cometas que se disipan por perderse en la profundidad de la nada".

El 10 de abril volvía a escribirle a Mitre:

"Continúo organizando milicias sin armas... Siéntese aquí el malestar a causa de la pobreza.
Yo llevo adelante mis proyectos de mejoras en la esfera de lo posible. Si no fuéramos tan pobres, tan atrasados y tan poca cosa, seríamos algo".

LOS RECUERDOS DE BENITA

En aquellos días los sanjuaninos buscaban acercarse al admirado Sarmiento, el hombre que volvía tras años de exilio primero y de actuación en Buenos Aires después.
Ya había publicado en Chile sus más hermosos libros: Facundo, en 1845 y Recuerdos de provincia, en 1850.
El maestro, llenaba sus horas con una increíble actividad.
Pero al llegar la noche, al quedar sólo en la oscuridad, repasaba su vida.
Y recordaban cuando conoció a Benita.

Fue en Chile donde su pluma inigualable alumbraba artículos periodísticos en El Mercurio de Valparaíso.
Es allí donde traba relación con el matrimonio integrado por don Domingo Fidel Castro y Calvo y doña Benita Martínez Pastoriza.
Don Domingo Fidel era un ciudadano chileno de buena posición económica que mantenía relaciones comerciales con San Juan.
Fruto de sus actividades, viajaba seguido a la provincia.

En la Argentina, Castro y Calvo tenía familiares. Entre ellos una sobrina pequeña, llamada Benita.
El chileno Castro y Calvo había ya cumplido 55 años, era un hombre de fortuna y preocupado por los negocios poco tiempo había dedicado a las cuestiones del afecto.
En la casa de sus parientes Martínez Pastoriza encontró todo el afecto que un hombre necesita en el codo que la vida.
Y hasta sintió de nuevo que borbotones de sangre juvenil recorrían sus venas cuando Benita, que ya tenía quince años, se le acercaba insinuante.

Cuando Benita cumplió los 16, el chileno no aguantó más y habló con su pariente Martínez.
-Tu sabes que ya estoy viejo y comienzo a sentir achaques propios de la edad...
-Vamos hombre. Todavía eres joven.
- Los dos sabemos que no es así. Pero vamos al grano: quiero que me concedas la mano de tu hija.
-¿De Benita?
-Sí, de Benita.
-¡Pero si es una niña! Acaba de cumplir los 16

-Veamos las cosas con sentido práctico. Yo estoy solo y he hecho una gran fortuna. No tengo herederos y seguramente no viviré mucho..

Martínez lo escuchaba con atención.
-Benita es muy joven, es verdad, pero también es inteligente y buena. Es lo que yo necesito a mi lado. Y creo, además, que es la solución para la difícil situación económica por la que ustedes atraviesan. Al convertirse en mi esposa, Benita será mi única heredera.

Fueron las palabras mágicas que abrieron el corazón de los Martínez Pastoriza que autorizaron el casamiento de Benita. Transformada ya en la señora de Castro y Calvo, la niña esposa se radicó en Chile y durante varios años fue la esposa de un marido que además era tío, anciano y enfermo, con lo que una gran soledad se transformó en dos grandes soledades.

EL ENCUENTRO CON BENITA

Pasaron los años y en una reunión social realizada en su casa, Benita conoció a aquel sanjuanino del que hablaba todo Chile: Domingo Faustino Sarmiento.
Este Domingo tenía 32 años en lugar de los 61 de su esposo. Con su calva frente, sus mejillas carnosas y sueltas, su mirada siempre fija y osada a pesar del brillo apagado de sus ojos y su tronco que comenzaba a engrosarse y encorvarse, Sarmiento parecía más viejo. Pero cuando comenzaba a hablar todos se llamaban a silencio para escucharlo. Sus palabras tomaban vuelo y pintaban paisajes, mundos, situaciones, futuros, en forma apasionada y atractiva.

Benita tenía 21 años y era atractiva por su juventud, aunque no muy agraciada con el don de la belleza.
El caso es que Sarmiento frecuentó cada vez más seguido la casa de los Castro y Calvo.
Y poco importaba que el amigo chileno estuviera postrado en cama. El conversaba con su joven esposa.
Quizás haya sido la presencia de aquel fogoso sanjuanino que despertó los instintos más íntimos de Benita o tal vez la divina provincia . Pero el caso es que a mediados  de 1844 aquella sanjuanina, esposa de un anciano postrado y próximo a morir, que ya tenía 23 años, quedó embarazada.
Y el 17 de abril de 1845 nació un hermosísimo niño para alegría de don Domingo Castro y Calvo, que ya estaba muy enfermo y pasaba la mayor parte del tiempo en cama.
Domingo Fidel Castro fue bautizado el chico, chileno de nacimiento pero también argentino por derecho de madre. La providencia una vez más actualizada y hacía coincidir el nombre de don Castro y de Sarmiento.

EL CASAMIENTO DE BENITA

AL poco tiempo del nacimiento de Dominguito, murió Domingo Castro y la relación de Sarmiento con Benita se formalizó.
El 19 de mayo de 1848, regreso de un viaje a Europa en una misión oficial confiada por el ministro Manuel Montt, Sarmiento se casó en la Parroquia de San Lorenzo, en Santiago, con su comprovinciana. El tenía ya 37 años y ella 26.

El matrimonio se estableció en el fundo rural de Yungay, en las afueras de Santiago, propiedad ahora de Benita. Y allí Sarmiento, en aquella casa donde los troncos harían en la chimenea y a través de la ventana se podían ver los jardines y las galerías con sus parras, se aquerenció tanto con su hijastro de tres años que se transformó en su tutor y le dio  su apellido.
Desde ese día aquel niño que fue una explosión de ternura en la vida del maestro.

 

Provincia estorial

Se puede componer un cuadro de la producción sanjuanina en la época que gobernaba Sarmiento señalando que había 48.413 cuadras cultivadas con alfalfa y 13.827 con trigo mientras que sólo existían 1.660 de viñas, 1.829 de frutales y 1.324 de hortalizas.
En la ciudad, la vara cuadrada tenía un valor que oscilaba entre 1 y 12 reales de plata, valor que disminuía a 4 a 8 centavos en los arrabales.
La existencia ganadera en 1.864 era la siguiente: 225.689 ovejas, 183.520 cabras, 135.662 vacas, 50.472 caballos, 11.021 mulares, 5.173 asnos, 1.770 cerdos y 52.813 aves de corral. Estos animales se destinaban tanto para el uso y consumo interno como para la exportación a Chile.
Durante el gobierno de Sarmiento se i decretó en varias oportunidades la prohibición de sacar de la provincia caballos, muías y vacas a causa de las necesidades de la guerra con Peñaloza.

El viejo hábito de no pagar impuestos

En San Juan nadie pagaba impuestos. Y esto lo sabían muy bien los gobernadores. Especialmente Sarmiento. Como que sólo dos años antes de asumir la decisión del gobernador José Antonio Virasoro de aumentar los impuestos para llevar adelante las obras del empedrado de calles y un puente sobre el río San Juan le había costado la vida.

O a don Manuel José Gómez que cuando intentó organizar el cobro de impuestos se encontró con que la población le dio la espalda y durante toda su administración nadie pagó un solo peso.

Al asumir, Sarmiento se encontró con una realidad: no había un peso en el tesoro provincial.

Decide entonces dictar un arbitrario decreto: “Habiendo la administración retardataria del gobernador Francisco Domingo Díaz dejado impago a sus empleados y hecho el administrador de la aduana provincial aplicaciones arbitrarias se desconoce cualquier pago o reconocimiento de deuda a cargo del gobierno anterior al .3 de este mes". Era el 27 de enero de 1.862 y el gobernador daba vuelta la hoja, como si no existiera la continuidad de los actos oficiales.

Es más, dispone un reajuste de sueldos a los empleados, a partir del mes de enero.
Pero la gran bronca estalla cuando la Cámara sanciona el 12 de noviembre de 1.862 la ley de sellos y patentes, con las que nadie se salva de abonarle al fisco. En 19 artículos, la ley de sellos fijó ocho papeles sellados diferentes a aplicarse a los distintos actos jurídicos y contrataciones. La ley de patentes tenía 16 artículos y establecía cinco clases de tributos que abarcaban desde la primera clase (50 pesos) que alcanzaba a comercios por mayor o consignatarios de hacienda hasta la quinta clase (10 pesos) que incluía hasta el alquiler de carretillas, las carpinterías y los maestros albañiles.

En el medio quedaba una extensa gama de servicios como en los reñideros, las canchas de bochas, las pulperías, las barracas, las jabonerías, las velerías y hasta los retratistas.

Un decreto de Sarmiento del 1 de febrero de 1862 mandó ejecutar a los deudores morosos. La gente comenzó a pagar a regañadientes, aunque aparecieron los primeros síntomas de malestar.

NOTA PUBLICADA EN EL NUEVO DIARIO EL 10 DE SEPTIEMBRE DE 2004



Volver al indice de trabajos de Juan Carlos Bataller

Domingo Faustino Sarmiento, su vida y obras

Sarmiento minero y el sueño que no pudo ser

La Modernidad

Década de 1860

GALERIA MULTIMEDIA
Benita Martínez Pastoriza. Nació en San Juan. De pequeña se trasladó a Chile, donde contrajo matrimonio con Domingo Castro y Calvo, de quien tuvo un hijo: Dominguito. Muy joven quedó viuda y en 1848 contrajo nuevas nupcias con Domingo Faustino Sarmiento.
Aurelia Velez Sarsfield
La foto es de 1863 y muestra a Domingo Faustino Sarmiento en la época en la que fue gobernador de San Juan. Había cumplido ya 52 años y mostraba un bigote canoso y la calva que lo acompañaba desde joven. Sarmiento llegó solo a San Juan, tras haber sido ministro de Mitre en Buenos Aires. Su esposa Benita Martínez Pastoriza permaneció en Buenos Aires. Dominguito, en cambio, lo visitaría en su etapa de gobernador. (foto: Fundación Bataller)