Nacido en San Juan, hijo del médico norteamericano Amán Rawson, Guillermo Rawson también estudió medicina y comenzó a ejercer su profesión desde mediados del siglo XIX en San Juan. Los asuntos públicos fueron su preocupación y en ese compromiso integró la legislatura provincial, fue congresista en Paraná y diputado en Buenos Aires. En 1862 fue ministro del Interior de la presidencia de Mitre y años más tarde senador. “El doctor Rawson era un sabio de verdad” dice, en la semblanza que aquí se publica, el historiador Rómulo Fernández.
Bien que por línea materna fuese de ascendencia hispana, predominaba en el doctor Guillermo Rawson elemento sajón. El médico norteamericano que era don Amán Rawson, quien había conocido a Franklin y a Jefferson, guardaba en su corazón el culto hacia los prohombres norteamericanos que habían abierto puertas al porvenir de la humanidad.
Pero al llamarle Guillermo a su primogénito, y no William, como era el vocativo habitual para algunos de sus amigos, el padre significaba respeto para su patria de adopción, la ardiente tierra sanjuanina.
La circunspección de la juventud afirmóse en el profesional, un apuesto varón, de ojos claros, anchurosa frente como signo de franqueza y cabello rubio hasta tornasolarse en rojo.
Estudió medicina en la Universidad de Buenos Aires, y, con su medalla de oro bien ganada y práctica en nosocomios, tornó a su provincia. San Juan era por el año 1844 la aldea de hermosas mujeres y varones románticos que daban y quitaban la vida por quítame allá esas pajas. En la República imperaba el pendón rosista. Los caudillos regionales imponían su gesto, concordante con el braceo de los capiangos de Facundo y de las lanzas del Chacho. Unos cuantos jóvenes sanjuaninos, ha poco egresados del Colegio de Ciencias Morales que fundara Rivadavia en Buenos Aires, constituían la élite intelectual que caracterizó por entonces el ambiente mediterráneo.
El ejercicio de la medicina era un apostolado para el brillante galeno. Rawson no era perturbado, pero él observaba con inquietud el panorama general del país. El gobernador Benavides era un hombre manso en la ciudad, a la vez que valeroso en la guerra, que respondía a la política llamada federal de Juan Manuel de Rosas. La libertad civil era articulada por los gobernantes crónicos. El doctor Rawson solícito a las inspiraciones de la libertad en política, aceptó una banca en la Legislatura provincial. Su voz, grave y mesurada, oyóse en defensa de causas benéficas. Se opuso, valientemente, a un proyecto que acordaba facultades omnímodas al gobernador.
Del Carril le precedía en 23 años; Sarmiento, en diez años. Estos eran los hombres señeros de San Juan; pero hallábanse en el exilio, lejos de la Patria. A Rawson tocábale lidiar solo en cancha pesada.
Procuró inducir al general Benavides a pronunciarse contra la dictadura ejercida desde Buenos Aires por aquel que siendo solamente gobernador de la provincia bonaerense tenía a su cargo las relaciones exteriores de las Provincias Unidas del Río de la Plata y el puerto de Buenos Aires, que era, casi exclusivamente, la fuente de recursos fiscales del país. Pero a Benavides le faltó personalidad para tal empresa, esa personalidad que tuvo el gobernador de Entre Ríos, general Urquiza, y que lo condujo a Caseros, para reunir, luego, el Congreso General Constituyente de 1852.
Llegada la hora, caído Rosas y reunidos los gobernadores de las provincias en el Acuerdo de San Nicolás, Rawson, que había estado por el allanamiento de los títulos oficiales de Benavides durante aquella ausencia de San Juan, fue encarcelado y engrillado en el viejo Cuartel San Clemente, en tanto que el gobernador, con el auspicio de Urquiza, tomaba con tropas y reasumía su cargo.
En el Congreso Nacional que actuaba en la ciudad de Paraná, el doctor Rawson ocupó una banca, y fue opositor a Urquiza y al régimen de la Confederación. A raíz de la campaña de Pavón, Rawson, radicado en Buenos Aires, desempeñó, con lucimiento, la función de diputado en la Legislatura de Buenos Aires. Y en 1862, al instituirse la presidencia del general Bartolomé Mitre, como el broche de la Reorganización Nacional, el doctor Rawson fue llamado al gabinete como ministro del Interior.
El profesor, el erudito y el tribuno desempeñóse con tal suma de idoneidad y pulcritud, que su nombre queda en la historia como el del arquetipo de un ministro de una gran presidencia.
La controversia que sostuvieron Rawson como ministro del Interior y Sarmiento en carácter de gobernador de San Juan, acerca de cuál es el poder competente para declarar el estado de sitio en alguna zona del país, comporta la más relevante lección de doctrina constitucional sobre el tema.
Seis años más tarde, ya en el Senado de la Nación los dos prominentes sanjuaninos, hubieron de enfrentarse en el debate sobre amnistía para los militares y políticos alzados el año anterior, con el propósito de impedir la asunción del mando por el presidente electo Nicolás Avellaneda. Durante tres sesiones habló Rawson con la majestad de su elocuencia. Durante tres días habló luego Sarmiento para responder, defenderse y contraatacar.
Rawson defendía la tesis del derecho constitucional y Sarmiento, que había decretado por sí el estado de sitio, con el Chacho “ad portas”, primero en San Juan y después en La Rioja, alegaba razones de urgencia y de hecho.
Rawson era el estadista metódico que llega, analiza y expone a la luz de su razón. Legalista y responsable, descifrando y uniendo, lograba la armonía de las grandes cuestiones que interesan a los pueblos. Era un Catán en postura de repúblico. Se le escuchaba con interés y con respeto.
Cuando Sarmiento dijo, en olímpico desplante: “El doctor Rawson, como político, equivocado como médico. .. no es malo”, era cual si Plinio el Viejo le perdonase la vida a Plinio el Joven.
El doctor Rawson era un sabio de verdad.
Ambos eran, sencillamente, dos patriotas que marchaban hacia un mismo fin por desencontrados senderos.
El nombre de Rawson estuvo en un sector de la opinión sindicado para presidente de la República.
Se retiró relativamente joven de la cosa pública. Volvió a su cátedra magistral. Se encaminó a Europa y murió en París al comenzar la última década del siglo (20 de febrero de 1890).
Así quedó cerrado en San Juan de la Frontera el siglo de sus grandes patricios.
(El texto que se publica en esta página ha sido extraído del libro
“Cuarto Centenario de San Juan 1562-1962” de Editorial Cactus,
recopilación histórica y literaria de Josefa E. Jorba.
El capítulo que se reproduce en parte, se titula “Siete próceres sanjuaninos”
y está firmado por Juan Rómulo Fernández)
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