Ángel Leotta es reconocido por su trabajo en la vitivinicultura, él ha presidido la Cámara Vitivinícola de San Juan y ha ocupado la vicepresidencia de la COVIAR. Lleva décadas entre parrales, gamelas, cosechas, vinos y forma parte de una familia con tradición en el rubro vitivinícola, que tiene sus raíces en los viñedos italianos, de las regiones de Sicilia y Basilicata.
Ángelo Leotta y su viaje en busca de un mejor porvenir
En Sicilia, Italia, en el pueblo de Nunziata, nació en 1886 Ángelo Leotta, él era el abuelo paterno de Ángel Leotta y era hijo de Salvador Leotta y de Serafina Spina. Desde joven, Ángelo comenzó a trabajar la tierra y, después de cumplir los veintiocho años, decidió dejar su país en busca de otras oportunidades. Se embarcó hacia Argentina con su hermano Giovanni Leotta, aunque no llegaron juntos al destino final. Giovanni, a quien en el nuevo país inscribieron como Juan, se quedó en Santa Fe y Ángelo, que fue anotado como Ángel, se instaló en San Juan. Esto fue en 1912 y, después, los hermanos perdieron contacto entre ellos y con sus padres en Italia.
Al llegar a la provincia Ángel buscó trabajo para hacer lo que mejor sabía, dedicarse a la tierra. Comenzó a trabajar en las viñas y bodega de José Desio Graffigna, que estaban ubicadas en la calle Roque Sáenz Peña, en lo que ahora forma parte del departamento de Santa Lucía.
Así como rápidamente empezó a trabajar, pronto encontró a su compañera, Rufina Babsía. Ella era la mayor de varios hermanos, hijos de Andrés Babsía y Clara Gremoliche. La familia era oriunda del pueblo de Barile, ubicado en la provincia de Potenza, Italia. Cuando Rufina era pequeña, a fines del siglo XIX, sus padres decidieron dejar el país y radicarse en San Juan. Eran tiempos difíciles para los italianos, allá la comida era un bien escaso y tener una vaca o una parcela para el cultivo se consideraba un lujo.
Así fue que en estas nuevas tierras, donde abundaban las hectáreas para generar comida, y faltaba fuerza de trabajo, Ángel y Rufina se encontraron. Se casaron en enero de 1913 y a fines de ese mismo año tuvieron su primera hija: Serafina. Después llegaron María Carmela, Salvador Marcelino, Andrés, Ángel, Carmelo Domingo, Clara, Delia María y José Antonio, el menor nació en 1931 y fue el único que quedó asentado con el apellido Leota, con una sola “t”.
La tragedia y la oportunidad
Cuando el menor de sus hijos tenía apenas siete años, Ángel Leotta se enfermó de neumonía. Tal vez porque se sintió mejor, el tano salió a regar la finca de su jefe, justo en esos días les tocaba el agua. Cuando regresó a su casa, después de cumplir con esa tarea, su estado había empeorado. El desenlace fue el peor, sobre todo para Rufina y sus nueve hijos. Los mayores tuvieron que hacerse cargo de la economía de la familia y de mantener a su madre y hermanos menores.
Como Ángel padre ya había alcanzando un puesto importante en las viñas de José Graffigna, en el último tiempo incluso llevaba a sus hijos más grandes a la finca, este hombre le dio trabajo a Salvador y Andrés, que tenían 17 y 15 años aproximadamente. Trabajaban ocho horas en la bodega, tenían una hora para comer y luego cumplían otras ocho horas en la destilería. Después de esa larga jornada regresaban caminando desde Santa Lucía hasta su casa, que estaba ubicada cerca de la plaza de Concepción. Trabajaban de lunes a sábado, su único día de descanso era el domingo. Con gran esfuerzo los hermanos compraron un lotecito y aprovechaban esa jornada para hacer su propio parral, de donde sacaban entre 5 mil y 6 mil kilogramos de uva y levantaron una casa fabricando ellos mismos los adobes.
A medida que fueron creciendo, se fue delineando el perfil de cada uno de los hermanos Leotta Babsía. Serafina se casó con Plácido Gómez, que trabajó en el ramo de la construcción; María Carmela se casó con José Gil, que se dedicó a la agricultura y trabajó la tierra en diferentes departamentos, inclusive llegó a Chaco; Clara se casó con Antonio Carbajal, que se dedicó a la construcción y Delia María contrajo matrimonio con José Domínguez, agricultor. De los varones Ángel se casó con Mafalda Amante y Carmelo con Carmela Sanmartino, ellos dos se dedicaron a trabajar en la construcción. Andrés se casó con Bernardina Argentina Flores, José con Rosario Fernández y Salvador fue soltero, ellos tres se abocaron a la vitivinicultura.
Socios y sobre todo hermanos
Sobre todo Andrés y Salvador encararon juntos varios emprendimientos. En 1939 compraron un terreno en las viejas calles Benavídez y Salvador María del Carril, donde actualmente es el cruce de Cereceto y Caseros y allí construyeron una bodega. El pequeño establecimiento, al que llamaron “La bodeguita”, tenía siete piletas y permitía la elaboración de 85 mil litros de vino. Años más tarde compraron una finca en Pozo de los Algarrobos, Caucete, que fue de la viuda de Maurín. Luego también adquirieron una propiedad en 25 de Mayo, donde Andrés vivió un tiempo junto a su mujer y sus cuatro hijos. El mayor de ellos es Ángel, el único de sus hermanos y primos que siguió el trabajo en la vitivinicultura.
Andrés trabajaba duro y cuando nació Ángel tardó algunos días en conocerlo. Es que en esa época él y su mujer vivían en Concepción. En tiempo de cosecha el hombre se subía al tren de carga que pasaba por Tucumán y Benavídez, se bajaba en la estación de Pie de Palo y desde allí caminaba unas cincuenta cuadras hasta llegar a la finca en Pozo de los Algarrobos. Ángel llegó al mundo un domingo y su padre regresó del campo el sábado siguiente. Cuando entró a su casa Serafina le dijo irónicamente “el niño está ahí adentro, agarrá la cuchilla y andá a afeitarlo”.
Luego la familia Leotta Babsía vivió un tiempo en la finca de 25 de Mayo, años en los que Ángel y sus hermanos se ocupaban de alimentar a los cerdos, levantar los huevos de las gallinas y cosechar los frutales que tenían para que su mamá, Serafina, preparara dulces y mermeladas, además hacía pan casero, aceitunas en salmuera, entre otras comidas. Fue en esa época cuando se despertó en Ángel el anhelo de ser fichero, quería ser quien le diera la moneda a cada obrero que llegara con una gamela cargada. Y la última cosecha en la que vivieron en esa finca, antes de mudarse a la ciudad, su papá le permitió cumplir con su sueño. Se lo dijo durante una cena y esa noche Angelito no pudo dormir de la ansiedad de saber que a la mañana, bien temprano, partiría con la tropilla a la cosecha.
En los años sesenta Salvador y Andrés invirtieron en una nueva bodega, mucho más grande que la primera que tuvieron en Concepción. Levantaron el nuevo establecimiento en Santa Lucía, con capacidad para almacenar casi dos millones de litros. Cuando los hermanos fallecieron, Ángel, que se formó en la Escuela de Enología, quedó al frente de la firma familiar, aparte de la bodega quedaron los viñedos de Angaco y 9 de Julio. Tiempo después se sumó la cuarta generación Leotta en la vitivinicultura, con su único hijo, Ángel.
Aparte de su pasión por los viñedos, Ángel Andrés Leotta Babsía, ha sido un apasionado del deporte. Fanático de Peñarol, jugó algunos años en el club, hasta que a los veintidós colgó los botines y comenzó a participar en la dirigencia de la institución. En 1985 asumió como presidente y ocupó ese cargo hasta 1992, teniendo como desafío dejar lista la nueva cancha del club. A la actividad en el fútbol le siguió un camino en el hockey sobre patines, formó parte de la comisión directiva del Club Olimpia, fue tesorero y trabajó en la institución desde fines de los noventa hasta 2007.