Más que como sacerdote carismático, al padre Victor Hugo Gallardo la gente lo identifica por sus peregrinaciones y viajes. Ha dado misa en el Aconcagua y recientemente en la cima del Mercedario. El año pasado cruzó a pie la cordillera y ahora prepara una nueva travesía en bicicleta. El relato de sus aventuras fue el pie para charlar con su estilo franco y directo sobre los temas más polémicos de la Iglesia Católica y la renovación carismática.
Una nota de Pedro Morales
El año pasado (2008) lo vimos pronunciando una oración por Argentina y Chile en plena cordillera, este año fue en la cima del Mercedario y el año próximo probablemente lo veamos orando en el fin del mundo, en Usuahia, adonde pretende llegar en bicicleta. Así de inquieto y aventurero es el padre Victor Hugo Gallardo, el cura que por estos días está dejando la parroquia de Fátima para trabajar de tiempo completo en el Seminario de la diócesis de San Juan.
Gallardo explica que su afición a la montaña tiene que ver más con su origen que con un concepto religioso o una estrategia para ganar adeptos. Es barrealino, hijo y nieto de barrealinos y aunque el trabajo de su padre en el correo lo llevó a vivir en un inhóspito paraje de Chubut, siempre volvió a su pueblo de origen y cada tanto se adentra en la montaña.
—¿Cómo nació su vocación religiosa?
—Después de vivir en Barreal, Punta Tombo en Chubut y en Tucunuco, mi familia se radicó en Rawson, a tres cuadras de la parroquia en la que estaba el padre Francisco Martín. El fue quien alentó mi vocación y estudié en el seminario San Carlos Borromeo de Rosario. Fui ordenado el 7 de diciembre de 1985, por lo que el año que viene estaré cumpliendo los 25 años como sacerdote.
—¿Sus viajes tiene que ver con una forma de ejercer la religión?
—No, esto tiene más que ver con mi carácter que con lo religioso. Me gusta todo lo relacionado con la aventura. Practico andinismo como ando en bicicleta o hago rafting. Para festejar mis veinticinco años como sacerdote quiero venirme en bici desde Usuahia. Ya hice alguna vez el viaje desde La Quiaca a San Juan. Conozco el Machu Pichu y estuve en el Himalaya, todos esos viajes los hice con unos pocos pesos en el bolsillo.
—¿Es de los que practica el “Dios proveerá”, entonces?
—Mire, la experiencia me ha enseñado que cuando llevé comida en las alforjas no me hizo falta. Cuando la gente sabe que uno anda viajando invita a comer y es muy solidaria. He estado en Nepal con 50 pesos en el bolsillo y me quedé un mes.
—¿Y los viajes a la montaña qué sentido tienen para usted?
—Yo soy montañero de nacimiento pero lo que me atrae es la aventura. El año pasado cruzamos la cordillera a pie hasta Andacollo, en Chile, algo de lo que no había antecedentes por lo menos en peregrinación. La idea es hacer también el cruce por Hua Hum (Neuquén) y por Malargüe (Mendoza). También quiero conocer la Antártida, pero no me gustaría que sea una visita para la foto sino para meterme y aprender.
—Usted va mucho al campo. ¿Son distintos los fieles que los de la ciudad?
—Para mí es lo mismo predicar en el campo que a tres cuadras de la parroquia. Es cierto que estoy marcado por la vida del campo y por eso puedo conversar con los puesteros porque conozco cómo viven. La gente de campo es muy acogedora y aunque no haya ido a la escuela tiene la sabiduría del sufrimiento. Pero si hay que comparar, diría que en el campo abren el corazón recién después de mucho tiempo.
—¿Están más arraigadas las supersticiones?
—La superstición nace de la inseguridad del alma, es la necesidad de aferrarse a algo tangible por la falta de una confianza madura en Dios. Pero eso uno lo puede encontrar tanto en el campo como aquí. Lo que veo es que en el campo hay una conciencia muy arraigada de que son católicos y no pretendo que lean la Biblia pero ellos bautizan a sus hijos y creen en Dios.
—¿Los evangélicos se han transformado en un competencia entre esa gente?
—No, para nada. Los evangélicos no llegan hasta donde llegamos nosotros.
—En San Juan no es muy conocida su adhesión a la renovación carismática.
—Actualmente soy el viceasesor de la renovación carismática en la provincia.
—Algunos ven a la renovación carismática como una manera de captar fieles con prácticas parecidas a las de los evangélicos.
—La Renovación Carismática es una puerta que se abrió para avivar la fe con una nueva visión de la espiritualidad. Es una fe muy madura la que logra la gente. De algún modo, significa un regreso a las prácticas del antiguo cristianismo que con el tiempo se fueron perdiendo. Al principio se cantaba más pero después la Iglesia se fue acartonando y hasta no hace mucho se predicó más sobre el infierno que sobre el cielo o más sobre la sexualidad que sobre la Justicia.
—¿Qué críticas ha recibido desde la misma Iglesia?
—Algunos creen que la renovación es un recreo en el que hay que saltar y brincar. No es así, nosotros lo vemos con una maduración de la fe. La Iglesia tiene ahora más claros los contenidos que necesita anunciar y somos los sacerdotes los que debemos cambiar de mentalidad porque hemos recibido una formación muy moralista, muy de cumplir con la ley por sobre todo.
—¿Esa maduración no se ha frenado con la asunción de Benedicto XVI?
—No, para nada. El camino sigue con este Papa y es uno el que lo elige, no la Iglesia que lo impone.
—Mucha gente espera un cambio en temas como la comunión de los divorciados que se vuelven a casar, la inclusión de los homosexuales y el celibato de los sacerdotes. ¿Comparte que hay cosas que deben cambiar en este sentido?
—La Iglesia ha avanzado en la inclusión de lo divorciados que se volvieron a casar y si bien no pueden comulgar, hay todo un trabajo pastoral para que no se sientan excluidos. Respecto del celibato es uno quien elige esa opción y necesitamos ser fieles a esa opción, porque, como en el matrimonio, lo que no se entiende es el valor de la adversidad. En el camino se puede apagar la llama de esa opción pero todo está en cómo se actúe ante la adversidad. Si una esposa es infiel eso no habilita para que el marido también lo sea. En el caso de los sacerdotes, yo le prometí mi vida a Dios y estoy convencido que Dios no me va a pedir lo que no puedo cumplir.
—¿Y respecto de la homosexualidad? ¿No cree que pedir que se mantengan en la castidad es una manera de condenarlos a la infelicidad?
—Yo le respondo con una frase: no se puede ser feliz contra la naturaleza. Conozco lesbianas y hombres que mantuvieron parejas homosexuales que se han casado y han constituido familias y hoy son muy felices.
—Quiere decir que para usted un hombre no puede ser feliz con un hombre.
—Insisto, creo que esa persona siempre va a sentir que no está bien lo que hace y eso se va a manifestar como una tristeza en el corazón. Si usted no agrede a la naturaleza la naturaleza no lo agrede a usted.
—¿Vale el mismo razonamiento para el cura que se casó con una mujer?
—Sí, también. Soy de los que piensan que en algún momento le va a surgir el conflicto. Si hubo un llamado de la vocación y por debilidad hay una infidelidad a esa vocación en algún momento se sentirá la añoranza y brotará en el corazón un sentimiento de insatisfacción, porque “la voluntad de Dios era que esté aquí”. Para mí ese sentimiento está por encima de los argumentos morales o religiosos que se puedan esgrimir. El sagrario más íntimo del hombre es su conciencia. Esto que digo no es por la Biblia ni por la religión, no necesitamos la religión católica para saber lo que está bien.
—¿Ha tenido problemas con su condición de carismático?
—No, para nada.
—Se lo pregunto porque en San Juan se instaló la idea de que a los carismáticos los mandan lejos o fuera de la provincia.
—Nunca he tenido problemas. Con el padre Pepe (Ortega) decidimos hace tiempo hacer las cosas en conjunto y nada se decide sin consultar al obispo. Así surgió la sugerencia de separar la adoración al santísimo del oficio de la misa pero seguimos haciendo la oración por los enfermos.
—Lo que les suele traer problemas es que la gente les haga fama de sanadores.
—El riesgo está en centralizar las cosas en uno. Es lindo que la gente haga cola para verte, te puede picar el orgullo y creer que el centro de todo es uno y no Jesús. Si alguno tuvo inconvenientes fue porque “se cortó solo”. Si en cambio el sacerdote está en comunión con su Iglesia y todo se hace a sabiendas del obispo, no hay por qué tener problemas. Hay que seguir el ejemplo de San Simón, “el loco”. La gente le había hecho fama de santo y él le agarró el gustito. Pero cuando se dio cuenta que le había picado el orgullo, comenzó a envolverse en cordeles y salir corriendo por la calle a los gritos, para que la gente creyera que estaba loco y desconfiara de él. Fue su manera de domar la soberbia que te invade.
FICHA PERSONAL
Nacido en Barreal hace 48 años, Victor Hugo Gallardo estudió en el seminario San Carlos Borromeo de Rosario y fue ordenado sacerdote en diciembre de 1985.
A su regreso a San Juan fue designado para trabajar junto al padre Ricardo Baez Laspiur en Chimbas. Su primera parroquia fue la de Santa Rosa en 25 de Mayo y después simultáneamente se hizo cargo de la de San Martín.
Sus tareas se volvieron a dividir cuando fue designado capellán de la Escuela Hogar José Manuel Estrada.
Después de 6 años en San Martín, fue destinado a la parroquia de Nuestra Señora de Fátima desde donde motorizó la creación de la iglesia Nuestra Señora del Carmen de Los Berros. Entre sus viajes, se destacan las visitas a Nepal, el Cuzco de Perú, Venezuela, Brasil y Chile, así como sus peregrinaciones a pie al Aconcagua, Andacollo en Chile y el Mercedario en San Juan. Ya hizo en bicicleta el viaje de la Quiaca a San Juan y ahora se apresta a unir Ushuaia con nuestra provincia.
Artículo publicado en El Nuevo Diario el viernes 20 de febrero de 2009 en la edición 1377