Francisco Maglio es un médico diferente. A sus 78 años, habla de las cuestiones de salud mezcladas con literatura e historia. Es un ferviente defensor del contacto entre médico y paciente y en no separar cuerpo y alma a la hora del tratamiento.
Francisco Maglio es un médico muy especial. Hasta 1990 se dedicó a ser médico infectólogo, ex jefe de la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital Muñiz, autor de numerosos trabajos de la especialidad y de varios libros: “Reflexiones y algunas confesiones”, “Síndrome de Burnout en médicos”, entre otros.
Un día se dio cuenta que le faltaba algo, que ya no podía ejercer la medicina como lo venía haciendo y a los 55 años decidió comenzar a estudiar Antropología Médica en la Universidad de Buenos Aires.
El prólogo de su libro “La dignidad del otro” lo pinta de pies a cabeza:
“Me llamo Francisco Maglio, pero todos me dicen Paco: es la diferencia entre la identidad legal y la social. Me quedo con la segunda, que es la que figura en la tapa de este libro. Si bien soy médico, éste no es un libro de medicina, aunque algo de medicina tiene.
Para explicar esto, permítanme que les cuente algo de mi vida. Decía el Principito, con su habitual sabiduría, que “lo esencial es invisible a los ojos”. Pues bien, después de estar treinta y cinco años mirando la medicina con ojos de biólogo –lo que en sí mismo no está mal porque es necesario–, sentía que me faltaba lo esencial, lo invisible.
Es así que en 1990 dejé la medicina asistencial –medida que fue calurosamente recibida por mis pacientes– y concurrí a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en búsqueda de otros marcos teóricos y metodológicos que me permitieran reflexionar críticamente sobre lo vivido todos esos años y seguir, así, con la realidad médica actual. Ese lugar lo encontré en el Departamento de Antropología Médica, donde me abrieron otros ojos, para que “lo esencial se haga visible”...
Maglio estuvo en San Juan dictando conferencias en el marco del curso anual de Introducción en Psiconeuroinmunoendocrinología y habló con El Nuevo Diario.
—Tras una carrera en la medicina con hitos importantes, hay cuestiones que no le gustan…
—Claro que hay cosas que no me gustan y le explico con un ejemplo: me enseñaron Historia Natural de las Enfermedades y después me di cuenta que era una mentira. Nada menos natural que eso. Una enfermedad es un constructo social, es un producto de las injusticias, de la inmoralidad. No podemos separar cuerpo y alma. Descartes hizo mucho daño a la ciencia al separarlo.
—Usted menciona cuerpo y alma pero hay otro factor, “el otro” porque a veces es más importante que el médico tome la mano a un paciente que el mejor diagnóstico.
—En la facultad de medicina nos enseñaron a preguntar y no a escuchar, a palpar pero no a tocar. Y esto es lo que hay que modificar.
— ¿Hay gente tóxica?
—Estoy convencido que es así. Un factor de salud es la “alegremia” y un factor de enfermedad es la “caraculemia”. El caracúlico está casi siempre enfermo. No somos responsables de la cara que tenemos pero sí de la cara que ponemos. Cuando vos sonreís, activas 16 músculos, cuando fruncís el gesto, activas 47. Aunque sea por economía conviene sonreír.
— ¿Enferman los medicamentos?
—Claro que algunos medicamentos enferman. El problema siempre es el exceso y te doy un ejemplo de otro ámbito: tener muchas leyes hace que haya corrupción porque no hay normas morales. Hace poco tiempo, una persona publicó que hay 35 millones de leyes, ¿tantas leyes para hacer cumplir 10 mandamientos?
Lo que falla es la moral. La crisis no es económica, es moral. El aumento de la brecha económica lleva a la marginalidad, a la droga y a la enfermedad por eso el problema es moral.
— ¿Podría haber un ministro de Salud que no fuese médico?
—Tuve un encontronazo con el ministro de Salud de Buenos Aires porque sacó un decreto diciendo que sólo podían ser jefes de áreas los médicos. Yo me opuse, parafraseando al primer ministro francés durante la primera guerra mundial, Georges Benjamin Clemenceau, “La guerra es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de los militares”, yo digo, la salud es demasiado importante para dejarla sólo en manos de médicos. Tiene que ser multidisciplinaria y por supuesto que una persona que no es médico puede ser ministro de Salud.
—Sus colegas van a resentirse…
—El problema es que a veces en nuestra formación nos hacen creer que somos perfectos, que somos omnipotentes, que somos dioses. Nos forman como dioses y a veces actuamos como dioses. La diferencia entre
Dios y los médicos es que Dios sabe que no es médico... El médico sale creyendo que sabe todo y que el enfermo no sabe nada...
— ¿Han aumentado las enfermedades o ahora se estudia más a la persona?
—Primero le quiero aclarar algo: es mentira que la salud es un estado completo de bienestar físico y social, como lo define la OMS.
Es una utopía y como es imposible, se medicaliza todo. Estamos llegando a tal punto en la medicina que dentro de poco se dirá que un sano es un enfermo insuficientemente estudiado.
— ¿Hay derecho a prolongar la vida insuficientemente?
—No hay derecho al ensañamiento terapéutico. Con los aparatos que hay ahora, no se prolonga vida innecesariamente, se prolonga agonía y eso es una inmoralidad. Los enfermos en terapia intensiva se mueren con necesidad de piel. Esto me lo enseñó una viejita que me pidió que le tomara el pulso. En esa época yo tenía un alto grado de broncemia y viendo el aparato correspondiente le dije, “su pulso está bien”. La viejita insistió y yo le volvía a decir lo que leía en el aparato. Hasta que me dijo “¿sabe qué pasa doctor? Nadie me toca”. Qué lección me dio, no me lo olvido jamás.
— ¿Está enseñándose bien a los médicos en la universidad?
—Hay inicios con la enseñanza de la bioética pero a la carrera le falta más materias de humanidades, de literatura clásica, por ejemplo.
— ¿Usted acepta las medicinas complementarias?
—Claro que sí, en los remedios caseros, en la acupuntura, en lo que produzca bienestar a la persona. El médico es demasiado prejuicioso, salimos de la facultad creyendo que somos los únicos que sabemos y que hay una sola medicina, la biológica. Pero hay muchas maneras de curar y a todo hay que apelar.
—En algunos aspectos, ¿La medicina se transformó en un negocio?
—Claro que sí. Usted no verá grandes laboratorios auspiciando mis charlas. Hace años que es un negocio, porque entró en el mercado y en el mercado perdemos todos.
—Al enfermo, ¿hay que decirle la verdad?
—Hay gente a la que hay que decirle la verdad y hay gente que tiene derecho a no saber. Eso lo ve el médico a través de la experiencia.
Hay una historia que cuenta que Sigmud Freud fue a su médico porque tenía mal la garganta y cuando lo revisa, el médico se da cuenta que tenía cáncer. Entonces, como todo paciente, Freud le pregunta qué tenía, a lo que le responde: “Usted tiene cáncer...” y Freud lo mira fijamente, lo apunta con el dedo índice y le dice: “Usted, ¿con qué derecho me lo dice?”
Nota publicada en la edición número 1542 de El Nuevo Diario el 17 de agosto de 2012.