Guía para encontrar tesoros en San Juan



En estos momentos de crisis, si usted tiene un poco de imaginación y está dispuesto a arriesgar tiempo, no es mala idea salir en búsqueda de un tesoro. Dicen que en San Juan hay varios. En esta nota se los enumera Jorge Leónidas Escudero.

San Juan fue fundada y poblada como una consecuencia del sueño del oro. La entrada de Juan Jufré al valle de Tulum se efectuó bajo el signo áurico, motivación corriente en la conquista. Pero las riquezas mineras que prometieron los relatos aborígenes dieron satisfacción plena. Se sabe que los españoles llegados en pos de tales promesas terminaron en agricultores, aunque dejaron vestigios de laboreo en minas antiguas como Las Carachas, Hualilán, Huachi, Rayado.

En verdad el oro resultó escaso y demasiado laboriosa su extracción, así es que la minería primitiva fue desechada hasta épocas más recientes, como el auge que promovió Sarmiento en el Tontal, donde fueron declaradas no menos de setenta minas, las que posteriormente y luego de intensos trabajos fueron abandonadas.



Hoy asistimos nuevamente al sueño de la minería, pero con planteos modernos y no referida a los nobles metales que desvelaron a pobladores de antaño. Sin embargo, del anterior trajín por las serranías sanjuaninas en busca de riquezas, ha quedado un puñado de leyendas. Sería entonces cuando los antiguos exploradores se decepcionaron de oro fácil y la plata barra, que dieron pábulo a la dimisión mítica de los tesoros. De éstos, algunos pertenecen por derecho al folklore y de otros se conservan modestas noticias en determinar zonas: son los entierros, derroteros y “tapados”.


El tesoro del Inca

La gente serrana cree que está enterrado a orillas del camino del Inca, ruta que atraviesa los valles preandinos y de la cual aún se conservan vestigios. Lo suponen también fondeado en la laguna del Tome, en nuestra cordillera. Se trata de 20 ó 40 cogotes de guanaco llenos de oro. Se dice que esa riqueza estaba destinada al rescate del Inca Atahualpa, pero cuando los indios portadores fueron anoticiados de la muerte de aquél, lo ocultaron. Esta leyenda corre también en Chile, dándole allí al tesoro como ubicación el fondo de la laguna del cerro Quimal, al noroeste del salar de Atacama.




Las labranzas de Osorio

Se conoce también por Las Casas de Osorio y viene de boca en boca, tal vez, desde los años inmediatos a la fundación de San Juan.
Su hallazgo promete, amén de la posesión de minas de oro y plata, un “tapado” fabuloso de estos nobles metales.
El lamentablemente fallecido periodista e historiador Rogelio Díaz Costa, en sus afanes de revelación de nuestras tradiciones se ocupó repetidamente de este tesoro llegando a bucear en los archivos históricos de la República de Chile. A él se debe la publicación del derrotero en la prensa, hace años ya, según el cual el punto referencial de partida se situaba en Calingasta.
Acotaba que el derrotero no se refería a Calingasta actual, que se denominaba Catalve en época de la fundación de San Juan, sino a los lares del cacique Calián, en la parte noroeste de la provincia, posiblemente AnguaIasto.
Según sus datos, Osorio no sería otro que Francisco de Paula Soria, español enviado por Gonzalo Pizarro en procura de ricas minas de donde los indios extraían oro y plata para el Inca. Francisco de Paula Soria laboreó esas minas sirviéndose de los aborígenes y luego antes de regresar al Perú para dar cuenta de sus trabajos, dejó encerrado secretamente el producto de sus afanes, que sería cuantiosísimo.
Pero al llegar al Perú, el aventurero español encontrose con la muerte de Gonzalo Pizarro, y al poco tiempo él mismo en trance de expirar sin haber rescatado el tesoro, entregó a su confesor el derrotero que llegó a San Juan posteriormente.
Publicado como se dijo el derrotero, provocó hace algunos años afiebradas búsquedas en nuestras montañas, preferentemente en la cordillera de Colangüil.


El Pocito de la tía Mariana

EI departamento Pocito debería su nombre a este tesoro que registra la tradición. Según ella, vivía en la zona una india a quien los primeros pobladores llamaban la tía Mariana. Periódicamente, sorteando ambiciosos perseguidores, iba a los cerros próximos y regresaba con pepitas de oro. Al ser interrogada respondía que extraía las pepitas de un pocito.
Desaparecida la tía Mariana, no faltaron quienes exploraran los cerros calizos del poniente en busca de una bonanza aurífera. Existe otra versión, registrada en la relación histórica “El País de Cuyo”, de Nicanor Larraín, que ubica el pocito de la tía Mariana como un famoso lavadero de oro de los indios de Huanacache.

Juan Pobre

Se llamaba Juan Pobre porque teniendo una riqueza vivía como pobre. Poseía un entierro de oro o veta purísima de la cual sacaba exclusivamente para sus necesidades. Se internaba en una quebrada, llamada la quebrada de Juan Pobre, que algunos ubicaban junto al estero de Zonda, en los cerros que se elevan hacia el sur.

El tesoro de Juan Virgen

Es un tesoro que permanece oculto en el cerro Pie de Palo. Antiguamente, y hasta fines del siglo pasado, se hacían periódicas expediciones en su búsqueda. Hay relaciones escritas sobre cabalgatas que partían de la ciudad con este objeto. En la actualidad es asunto olvidado.

Otros

Existiría un tesoro enterrado al pie del cerro Villicum, cuyo derrotero parte de las canteras de travertino de La Laja.
Pueden verse aún significativas excavaciones, testigos mudos de la desilusión de quienes registraron aquel paraje piedra por piedra.
Otro entierro permanece inhallado en las viejas minas del Tontal. Figuraba la relación en un libro existente en el Juzgado de Paz de Tamberías y fue buscado repetidamente en el cementerio de los mineros, a orillas del arroyo Panteón.
Mucho se ha buscado también en las tamberías de indios (Angualasto, Sorocayense) con grave daño para la arqueología y sin éxito de riquezas, que se sepa.
Escapa a nuestra sucinta relación la referencia de otros entierros. Nuestra gente de campo transmite junto al fogón misteriosos casos y es posible que cada viejo criollo sepa de algún “tapado” y haga referencia de la infaltable luz mala.

Entierros tapados

Rondaba la imaginación de los habitantes antiguos de la ciudad el fantasma de las ocultas riquezas. Se señalaba en vetustos caserones la posibilidad de alguna enterrada botija u olla de “fierro” llena de monedas de oro o plata.
Esa tradición se debía, sin duda, a la patriarcal costumbre, a falta de bancos, de enterrar los valores para ponerlos a salvo de la rapiña. Cuando el terremoto de 1944 destruyó la ciudad salieron a luz algunos de estos entierros, ya que todo no era imaginación.
Recordamos, por ejemplo, un caso que se publicó en los diarios locales: en un solar de avenida Córdoba, esquina Entre Ríos, un grupo de obreros ocupados en la demolición, encontraron un entierro de monedas antiguas de oro.


Para buscar tesoros

Puede lanzarse a la aventura de su propio tesoro informado por añejas consejas o apolillados croquis. Para esto hay que tener alma de jugador, pero tal vez sea más positivo que ir a la ruleta.
En esta dimensión del azar hay que estar al tanto de ciertos rituales y actuar en tiempos propicios. El Viernes Santo es el día indicado por la tradición.
También la Noche de San Juan, porque en esas fechas descansan los espíritus encargados de custodiar las riquezas. Fíjese si se corre alguna luz y preste oídos a cadenas que se arrastran. Mientras se trabaja con la pala hay que estar en el más absoluto silencio. No deben encontrarse más de tres personas; y ojo con la elección de los socios, que el gran poeta del Perú, José Santos Chocano, murió asesinado en Chile por asuntos de tesoros.


NOTA PUBLICADA EN EL NUEVO DIARIO EL 7 DE ABRIL DE 2017

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jorge leónidas escudero tesoros en san juan