Las penurias y esguinces de la guerra revolucionaria no pudieron faltar. Las contribuciones extraordinarias solicitadas por Sarassa a nombre de la patria, por su cuantía, carácter compulsivo y reiteración, singularizaron a esa administración, introduciendo la pobreza en la casa y el rancho sanjuanino y allegando la impopularidad al gobernante.
Eso sucedió naturalmente por dos razones. Primero porque el patriotismo era una llama viva en esos corazones; segundo porque había donde echar mano.
En abril de 1812 se efectuó, al ejemplo de la capital, la primera colecta del año “para sufragar las necesidades del Estado, obligando a mantener en la Banda Oriental un considerable número de tropas”. El envío de esa remese a Buenos Aires demoró, por faltar aún las poblaciones rurales. En septiembre y octubre se hizo la sagrada colecta, con 1.175 pesos de resultado girado por Sarassa el 24 de noviembre, con deducción de un gasto de 707 pesos insumido en equipar reclutas. En noviembre la tercera, cubierta por el patriciado local, no obstante no ser siempre la clase más pudiente, presente en la ocasión, abstracción hecha de banderías, con 129 pesos en efectivo, 184 pesos en cabalgaduras y 10 pesos en reses, esfuerzo al cual el gobierno do Buenos Aires prometió recompensar publicándolo en la Gaceta. En diciembre la cuarta, con 917 pesos despachados el 12 del mismo mes. En abril, mayo y junio de 1813, la quinta colecta, entre dinero y tropas de multas en total 1.405 pesos y 7 reales, cuyo importe se remesó en julio con un estado circunstanciado.
En noviembre de 1813 se decretó en San Juan, en el interregno de varios meses de la deposición de Sarassa, una sexta contribución de 30 mil pesos “a cargo de este pueblo”. Fue ocasión de más de una laboriosa reunión del vecindario, en las que la población transpiró para afrontarla.
La contribución extraordinaria de abril a Junio de 1813, la quinta a estar a las actas respectivas, incluyeron los siguientes parajes, alcaldes recaudadores y sumas.
La contribución patriótica de noviembre de 1813, la sexta efectuada durante la administración de Sarassa, fijó al clero un aporte de 1.800 pesos que le resultó imposible solventar.
El prior del convento de Santo Domingo, fray Domingo Barreda, comunicó “no poder sufragar en numerario las ingentes necesidades de la patria”, pero ofreció “aplicar por vida un quinquenio de misas cada mes por el éxito de las armas y por las almas de los ínclitos hijos que muriesen en su defensa y de la santa causa de la libertad”.
El gobierno, conmovido por el gesto, aprobó el 9 de noviembre “la generosa y piadosa ofrenda que en medio de su pobreza ha hecho el prior de Predicadores”. Menos comprensión recibieron los presbíteros Francisco Antonio Cano, José Ignacio del Carril, Pedro Rufino, Manuel Videla Lima y Miguel Sánchez, acaso por el carácter de miembros del clero secular y por su condición social, quienes haciendo valer su estado de sacerdotes que por el derecho canónico no podían ejercer el comercio ni dedicarse a otros oficios, pusieron a disposición del gobierno entre todos 315 pesos, “que es cuanto poseemos”. El Cabildo no aceptó la contribución, elevando la nota a Buenos Aires con entrelíneas mortificantes; pero el Gobierno Superior rectificó el 27de noviembre la resolución del Ayuntamiento, y aceptó “la generosa oferta, pese la pobreza y la necesidad”.
Resulta explicable la irritación del Cabildo, aunque su reacción no cubra la injusticia. Un voluminoso expediente había significado censar la población con arreglo a las fortunas, para obrar bajo la ley de la necesidad la abrumadora contribución de 30 mil pesos. Nadie debía escapar, ni aún en situación de imposibilidad. Caían funcionarios, comerciantes mayoristas, medianos y modestos, mujeres, viudas y sacerdotes... ¡Crueles sacrificios para San Juan!
Fuente: Historia de San Juan – Tomo III (Época Patria) - 1810-1836 - Horacio Videla
Nota publicada en “La Nueva Revista” de “El Nuevo Diario” el 4 de agosto de 1995, edición 718.