La navidad de antes

El poeta sanjuanino Rufino Martínez escribió para el semanario El Nuevo Diario una serie de textos que integraron la sección "La Gran Aldea". El texto que aquí se reproduce está dedicado a las fiestas de navidad a mediados del siglo XX. Fue publicado en diciembre de 1986.

La navidad de antes


Tomaré una familia típica sanjuanina de hace cuarenta o cincuenta años y trataré de reflejar cómo era una navidad de entonces. Por familia típica entiendo un hogar tradicional de San Juan, de la clase media y con los ancestros y costumbres de la gran aldea que era el San Juan de antes e inmediatamente posterior al terremoto del 44.
Por clase media se entiende lo que no es calvo ni tiene dos pelucas. Situemos, al azar en el año 1945. Por calle Mariano Moreno, entre General Acha y Tucumán y en el lado sur, corría un canal de regular cauce; al medio más o menos de esa cuadra y donde ahora está el consorcio Mariano Moreno, vivía la familia de don Aristóbulo Alvarez y doña Evangelina de Oro de Alvarez (Chona). La casa era de las tradicionales casas quinta de entonces: paredones de adobes: muchas piezas en rectángulo, patio al medio y galería de arcadas con columnas de hierro circulando la parte exterior de la casa y el patio interno. El canal regaba una quinta dividida en dos grandes solares cultivados de plantas frutales, y de adorno.
Las cepas, ya en viña o espaldera o parral aseguraban el fruto, la pasa y el vino del año. Diversa variedad de duraznos donde era cajonario el cuaresmillo y San José para los dulces; higueras, damascos, manzanos, perales, nísperas, toda la gama de los citrus, paltas, y las que olvido ¡además de sandías, melones, tomates, pepinos y las que también olvido! Bueno ese era el escenario y lo que sigue lo que pasaba.
El día 24 a la mañana, doña Chona y doña Engracia (Engracia Méndez de de Oro) llevaban dos días trajinando ollas, pailas, peroles, y frascos y que ya lucían repletos de dulces, mermeladas y jaleas (eso hacía doña Chona) doña Engracia se encargaba de la ambrosía, ¡tenía una mano! los huevos quimbos, las ponderaciones, los alfeñiques, el mantecado (recuerdos de España) y todo eso, esquivando y espantando un enjambre de chicos y no tanto; que metían los dedos en los dulces, se los chupaban y los volvían a meter!. Después, a la noche llegarían los demás, los Cambas-Alvarez, los Navarro de Oro y más etcéteras.
¡Qué mujeres laboriosas, Dios mío!. Entre tanto trajinar, aún se daban tiempo para acrecentar la familia y perpetuar el nombre y los apodos. Tome nota: Don Aristóbulo y Chona aportaban con Nena, Lito, Gringo, Tuco, Alemán, Pati, Mary, Pirincho y Eduardo, doña Engracia arrimaba sus tantitos: Catriel, Pucci y Vicente... faltaban los otros primos que llegarían después. ¡Era una estirpe de mujeres laboriosas y amas de casa de no quedarse con las piernas cruzadas!.

El Preámbulo


Al atardecer ya estaba todo listo. Las mesas tendidas, frutas y flores las adornaban. Las fuentes con las delicias de boca, tapadas con mantelitos de hilo, esperaban a los glotones. Los turrones, peladillas, garrapiñadas, castañas, almendras, piñones, pan dulce y otras golosinas esperaban el sacrificio y, mientras en un rincón preferido, el pesebre con el niño Jesús, miraba con sus ojitos celestiales tanta cosa junta... ¡y no me animo a pensar lo que el Niño pensaba!.
Lo que verdaderamente “amojonaba’’: empanadas, lechones, chivitos, pavos, jamones y demás se estaba ‘haciendo’’, mientras, en piletas, barricas y lebrillos, las bebidas en hielo se ponían a punto para poder empujar lo que se venía. A eso de las diez de la noche, los papás y las mamás reunían a la potrillada de chicos y se iban a Santo Domingo, a la Misa del Gallo (Ahora que aguanten los curas!).
Estábamos en 1945 ¿recuerda?, ya se venía Perón, y barrería con todo eso que el peronismo llamaba oligarquía y que yo prefiero llamar clase media; burguesía de aquellos tiempos. Unos años más y el peronismo barrería nomás con esa oligarquía... para crear otra: la oligarquía del sindicalismo y la usura. ¡En fin que al mismo perro le cambiaron el collar!. ¡Mientras el pueblo es el mismo de antes y será el de siempre. Mientras unos se hartan de lechón... otros se hartan de hambre. ¡Y dale que va... y no me animo a pensar lo que el Niño Jesús pensará!. Es bueno que el burro y el buey y los Reyes Magos se retiren un poquito del pesebre... porque ¿quién le dice? ¡por ahí al niñito le da por decir algo!.
Y pasó el 45 y llegó el 83 y cambió la dirección del viento que barrió con el peronismo. Pero, todo sigue igual. Ahora, como decimos en San Juan, corre un viento revuelto ¡que andá a saber en qué termina! Ganamos la democracia, si, es cierto, pero, una democracia con hambre es lo más parecido a una dictadura. Mientras... el niño Jesús sigue en su pesebre esperando que termine la Misa del Gallo y que los cristianos se reúnan en torno a la mesa navideña. Y ojalá que todos tengan para sidra y pan dulce que eso es lo de menos. La mesa de navidad debe llenarnos el corazón de amor más que el estómago de comida. Decía un tío mío: “Que el rico siempre le sobre, que al pobre jamás le falte”. ¿Que tal?, no es una formulita macanuda para convivir ricos y pobres?.
¡Y volvamos a lo de Don Aristóbulo, que la Misa del Gallo ya se acabó!.

¡Largaron!


Ya están en torno a la mesa navideña y todo es pura cara contenta y saludos y deseos de felicidad y los besos y los abrazos son interminables y sinceros. En eso llegan los Cambas y los Navarro y se reanuda la algarabía de los primos, los abrazos de los mayores y las exclamaciones de felicidad y el maravillarse por todo lo que espera en la mesa y en los ojos de los chiquilines que, de vez en cuando lanzan un furtivo pellizcón a una torta, un turrón o mojan un dedito en la ambrosía ¡Un chirlo y listo!. Después los sicólogos y los pediatras y Freud y echarían todo a perder.
Los mayores se acomodaron en la cabecera principal (los varones juntos, para hablar de política), les seguían las mujeres (para escuchar de política y seguir no entendiendo nada) y después los chicos, en edad y silla decreciente. A una seña de Chona o Engracia, emergía de la cocina el primer lechón, o chivito; las fuentes de empanadas, y las jarras con el vino y los refrescos, algunas cervezas (las sidras son para lo último). Las empleadas, solícitas, con impecable delantal y cofia blancas atendían a que nada faltara y se desvivían por cumplimentar la menor seña o deseo de don Aristóbulo o Chona.
Al rato nomás, todo era masticar, y beber y hablar de las cosas que se habla en Navidad. La felicidad y el bullicio se ponía espeso. La luz a “giorno’’ descubría el cansancio de las que habían trajinado: el gozo en los rostros de los mayores y la locuacidad en las voces de los muchachos. Después de la una, los más chiquilines dormían, los muchachos en edad de noviar salían a sus quehaceres. Las señoras comentaban de cómo había estado todo y los mayores, ya agotada la política, se dedicaban a tareas más gratas ¡degustar buenos vinos y aflojarse los cuellos duros y los cinturones! ¡La digestión, lenta, cumplía su función de asimilar tanta alegría!.
El niño Jesús hacía rato que dormía en su cunita de rústicos palos. El buey, el asno y los Reyes Magos seguían impasibles en sus puestos (Si los muñecos pensaran, andá a saber lo que estarían pensando estos). La vaca lechera de los Alvarez, en un rincón de la quinta, rumiaba un puñado de pienso y elaboraba la leche que Dios da a los terneros y a los niños, ¡Se me antojaba que la vaca tenía la forma da la cordura!.
Al otro día, a las doce la familia volvía a reunirse para los requechos. ¡Otro día fatigoso esperaba a la vaca y al Niño!

Feliz Navidad

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