El poeta sanjuanino Rufino Martínez escribió para el semanario El Nuevo Diario una serie de textos que integraron la sección "La Gran Aldea". En ella pintaba San Juan como pocos lo recuerdan. El texto que aquí se reproduce está dedicado a Don Augusto Simón Guardia, personaje de la montaña sanjuanina. Fue publicado el 22 de mayo de 1987.
Qué extraño habitante de soledades fue este hombre que pasó su vida escalando cumbres y explorando hondonadas para desentrañar el misterio de los sueños.
Pájaro en la cumbre o tucu-tucu en la entraña de la tierra, este extraño pirquinero podía convertir la pirita (el oro de los tontos) en verdaderas vetas del codiciado metal áureo. Su fantasía era interminable y sorpresiva, como la montaña de San Juan, de cuyo seno desentrañaba los misterios y tejía las fábulas.
Era una dicha compartir con él el viso de la amistad o el fogón de los recuerdos. En los sucedidos, en las anécdotas, volcaba su imaginación y picardía criolla atesorada como una rara veta, en los socavones de silencio y soledad que se impone el husmeador de cerros y quebradas.
En Las Flores (Iglesia) tenía un nacedero de agua mineral, al lado del mismo había levantado un rancho. Los baños del cura, eran refugio para los soledosos que solían frecuentarlo; en largas mateadas o en noches de fogón y vino tinto la imaginación del dueño de casa poblaba el ambiente de duendes, luces malas, sucedidos, recuerdos y cosas de la cordillera que eran de por si, una sabrosa crónica del pirquineo y la imaginación del relator. ¡Yo podía estar las horas escuchándole!
Sabía de piedras y minerales como nadie. La gente lo buscaba para pedirle su opinión sobre sus hallazgos o suposiciones del contenido y valor de diferentes minerales.
Se llamaba Augusto Simón Guardia.Había nacido en 1905. Fue enólogo (profesión que no ejerció); forestó eriales de San Luis con citrus, olivos y otras especies vegetales, en San Francisco del Monte de 0ro en Quines, existen abundantes pruebas de su inquietud por la forestación. Fue presidente de la Cámara Minera Argentina y presidió el primer congreso minero realizado en la Argentina y que reunió representantes de todo el país. Trabajando la mina de Berillo Santa Ana en San Luis, descubrió uranio. Mandó una carga a Fabricaciones Militares, que nunca la pagaron ni le otorgaron el premio establecido por Ley para los que descubrieran yacimientos uraníferos. Trabajó el tungsteno en Arrequintín y en Las Flores construyó una fábrica (aún existen los despojos) para la lexivación del cobre. Pirquineó oro en Caballo Anca y Valle del Cura.
La sociedad, por todos sus trabajos le pagó con ingratitud, olvido y pobreza; él nunca se quejó y fue feliz a su manera ¡el socavón de su alma era fértil en preciosos minerales!
Solían los mineros reunirse en los cafés de La Gota de Grasa y Bahía. Bebían café, fabricaban humo y tejían sueños de fabulosos descubrimientos. Entre los “fabulistas’’ don Augusto era el rey indiscutido por su sabiduría, su ingenio y su conocimiento.
Una vez, Oscar Basanta, que había compartido muchos sueños y fogones con Guardia, le presentó una piedra y le preguntó: Don Augusto, he encontrado esta piedra en el Valle del Cura, ¿Qué es?. Don Augusto tomó la piedra, la examinó, la sopesó suavemente y cerrando los ojos echó un poquito la cabeza hacia atrás y dijo: “Esta piedra, Basanta, no es del Valle del Cura, esta piedra se da en el norte de La Pampa, ¿dónde la encontró?’’, Basanta empezó a reír ‘‘Sí —dijo— la traigo de Realicó”. Realicó está al norte de la Pampa, lindando con Córdoba.
En otra ocasión un minero le presentó una lasca de piedra blanca, era de un blanco lechoso y suave al tacto y dijo que la había encontrado en Ansilta.
Augusto miró la lasquica, la mordió y dijo: “Esta piedra no se da en Ansilta, se da en el Valle de los Ladrones”. ¿Dónde queda eso? —preguntó el otro—. Y don Guardia con una sonrisita cachadora: “El valle de los ladrones queda en la Dirección de Minas, de donde usted se ha robado esta piedrita. Esta piedra se llama sanjuaninita y se ha encontrado una sola piedra en las calizas de Pocito y esa piedra está en la Dirección de Minas”. El otro largó la carcajada. Era la verdad.
Era don Augusto de un hablar pausado, sentencioso y bajito y cuando nos contaba algunas anécdotas hacíamos silencio en torno al narrador y aguzábamos los oídos para no perdernos nada. A veces el desenlace de sus relatos era imprevisto y desconcertante. Una vez, en torno a una mesa de café y cigarros, llevábamos como una hora escuchándole una odisea que él había vivido en una noche de frío y viento blanco en la alta cordillera. Decía que, ya medio muerto de frío y entumecido, había dado con una cueva al reparo. Adentro había un poco de leña y unos palitos largos y pelados. Encendió fuego y empezó a calentarse. En eso estaba, mirando al fuego, cuando vio que algo se movía y los palitos delgados empezaron a salir del fuego. ¡Eran víboras heladas, que al calentarse empezaban a huir del fuego. “Si señor, fríos grandes los de esa noche”. ¡Lo contaba de una forma que, hasta hoy no sé si era verdad o mentira!
Un día de Agosto de 1979, el 19 para ser exacto, Don Augusto tomaba mate con su esposa, estaban en el patio de la casa, ahí en Trinidad. Los imagino conversando de las cosas de todos los días: que el tiempo, que las minerías, que los hijos, que los nietos. Las grandes pausas que acercan a las personas que han vivido juntas muchos años, deben haber sido como el cedrón y el burro en el mate.
Dicen que en una de esas, la esposa le pasó un mate. Él parecía que se había quedado dormido; ella lo tocó para despertarlo y vio que estaba muerto. Así de simple: como los cerros; como la piedra, como el mineral, entró a la eternidad con una silenciosa naturalidad.
Me gusta imaginarlo en altísimas cumbres de celeste aire o hurgando en socavones de extraños minerales eternos. Él fue un puñado de tierra que volvió a la tierra. Nosotros lo extrañamos, la familia lo llora, pero, nada se ha perdido, el cóndor recuperó el vuelo, la piedra vuelve a ser piedra.